Juan Soto - El Garabato del Torreón

Disparate, mérito político

En Lugo los disparates gramaticales se consideran ya una característica consustancial del político

Si las expectativas se cumplen, nos tememos que algunos de los recientes cargos designados para el desempeño de altas responsabilidades políticas en Galicia vayan a deparar desternillantes tardes de gloria al respetable público.

Quizá por fuerza de la costumbre, en la demarcación luguesa los disparates gramaticales se consideran una característica consustancial del político. En la capital de la provincia ejerce una alcaldesa que suele discernir entre lucenses y lucensas, en uso de gentilicios que apuntan no sabemos si al género, al sexo, a la especie, a la sustancia o a la tendencia, que de todo hay en la santa casa. A igual orden gramatical pertenece el cada vez más usual «nosotros y nosotras», que suele repetir un enfático diputado progre, sin que jamás aclare en cual de los dos formas pronominales se incluye, pues en una de ellas ha de ser, salvo que se adscriba a la adjetivación epicénica.

De uno de los recientes altos cargos de designación autonómica se da por cierta la expresión con que dejó constancia de su estupefacción ante cierta nueva: «¡Me quedo parapléjico!», exclamó el buen hombre, presa de la perplejidad y no, por fortuna, de la parálisis.

El maltrato a la Gramática en cualquiera de sus partes (ya fonética, ya sintáctica, ya semántica, ya pragmática, como diría el Díaz Plaja de nuestra juventud) no es óbice para completar una provechosa carrera política. Que conste. Los lucenses aficionados a estas cosas tenemos por santo patrón a don José Prado Mañobre, que tuvo por colega claustral a Filgueira Valverde y por alumno a Fraga Iribarne y de quien a lo mejor un día contamos algo. No hizo don José carrera política, pero sí en cambio su coetáneo don Joan Pich, que llegó a alcalde de Barcelona y, por carambola, a presidente de la Generalitat.

Era, además de lerrouxista, empresario periodístico. En cierta ocasión dijo, empuñando una espada, que se sentía como «un radiador romano». Y en otra caracterizó a un colega duro de oído con el despectivo comentario «está más sórdido que una tapia». Sus últimos años no fueron fáciles, dicho sea en homenaje a su persona y circunstancias. Él resumió la firmeza de su actitud en aquella época con frase muy acorde con su pintoresco repertorio: «Apuré el cáliz hasta las hélices».

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