Juan Soto - El garabato del torreón

Mirar para otro lado

De repente algo comenzó a resquebrajar el sosiego del recinto murado y a agitar las cortinas de la tramoya

Parecería imposible que en la pequeña capital de provincia, con sus habitantes adormilados desde hace siglos, sus quinientas tabernas, sus dos librerías y un permanente olor a cirio de sebo, parecería imposible, decíamos, que sus históricos sumideros destilasen otras escurriduras distintas a unos cuantos perceptores de clases pasivas y algunos orondos funcionarios con el hígado taladrado. Y sin embargo, de repente algo comenzó a resquebrajar el sosiego del recinto murado y a agitar las cortinas de la tramoya. Resulta que los adolescentes se divertían partiéndose la boca a puñetazos, quemaban papeleras, destrozaban locales de copas, trapicheaban a las puertas de la circunspecta sociedad recreativa y de vez en cuando pegaban un tirón al bolso de una anciana. Toda esta actividad recreativa suele registrarla con el móvil el distinguido público que asiste al espectáculo, para luego colgarla en la red como quien cuelga la fiesta de cumpleaños de la abuela. Para adobar el guisado, últimamente ha aparecido un violador que se entretiene jugando al escondite con la bofia. Una maravilla.

Pero a efectos de estadística oficial en la soporífera ciudad sigue sin pasar nada. Cada fin de semana, algún muchacho (o alguna muchacha) es evacuado con un coma etílico a la unidad de urgencias. Es lo que corresponde: mientras a los adolescentes de quince años se les despacha gasolina etílica para el botellón, sus papás protestan porque en el instituto quieren obligarles a estudiar y porque el sistema educativo pretende humillar a las criaturas con una reválida que evalúe su rendimiento académico.

Un portavoz municipal considera que las peleas a primera sangre o la eventualidad de un delirium tremens no pasan de ser «un asunto desagradable» [sic]. El subdelegado del Gobierno, instalado perpetuamente en el absentismo, recurre al consabido mantra de que se trata de casos aislados y que, en realidad, Lugo es una campana neumática en la que los jóvenes hacen cola en las bibliotecas para leer el Protágoras de Platón. Quizá tenga razón. Pero esta misma noche, en pleno centro, ya se sabe: otra vez gran combate. Entrada libre hasta completar el aforo.

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