Juan Soto - EL GARABATO DEL TORREÓN

A la caza del cazador

La afrenta no hay que atribuírsela a algún ocioso animalista, sino a un gamberro tontiloco

Desde que, casi adolescente, cayó en mis manos, un averiado ejemplar de El cazador gallego con escopeta y perro, el libro famoso de don Froylán de Troche y Zúñiga, mantengo devota simpatía hacia el atípico erudito betanceiro, tan sabio en legajos cuanto peculiar en costumbres. En contra de lo que algunos piensan, la especialidad y querencia de don Froylán (que se prefería con y más que con i) no era la cinegética sino la archivística, y por aquí debe andar un libro de mucha utilidad al respecto, pues que contiene pautas y consejos para ordenar esos papeles, encuadernados o no, que suelen asediar cuanto rincón doméstico hallan desocupado.

De don Froylán aprendimos que el cazador es de natural más bien sosegado y de inclinaciones claramente conservacionistas. Más ecologistas que muchos de los que se ufanan de tal. Desde luego, a tal índole responden los bastantes cazadores con cuya amistad nos honramos. Y en ese mismo perfil encajaba, como del molde, el señor de Tirán, don José María Castroviejo, quien estaba convencido de que los osos (al menos lo que él conoció en Os Ancares) eran filósofos que amaban la soledad.

Pues bien, es el caso que a los cazadores lugueses les tildan ahora, brocha o espray en mano, de asesinos (o sea, «asasinos», en vernácula), con pintada infamante en la propia sede social. Para mí, la afrenta no hay que atribuírsela a cualquier ocioso animalista de los varios que ahora hozan por el asfalto sino, más sencillamente, a algún gamberro tontiloco de los muchos que entretienen sus largos ocios en sermonear sobre cuanto ignoran, que es todo y en orden alfabético. O quizá obedezca el salivazo a la transfiguración que algunas propensiones obran en las gentes un poquito aleladas. Hay querencias que acaban por metamorfosear a quien las padece en el objeto apetecido. Freud sabía mucho de estos particulares. Todo exceso es malo. Cuando el amor por el toro o por el zorro sobrepasa los límites de la sensatez se corre el riesgo de acabar con cuernos o con hopo. El hopo, recordemos, es el rabo del zorro. Y de la zorra, por supuesto. O sea, conviene no exagerar ni con la brocha ni con el espray.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación