Villalar: estado de depresión
La localidad vallisoletana vive hoy su día más grande, 23 de abril, en una situación anómala, pero con música comunera, banderas de Castilla y León y pañoletas en los balcones para que la fiesta no caiga en el olvido
«Añoranza es lo que siento» , sostiene Lucía Hernández, desde uno de los balcones típicos y predominantes en las casonas de Villalar de los Comuneros. Oriunda de la localidad, saluda a todo aquel que pasa y relata, con cierta «pena», reconoce, las sensaciones que para ella supone «verlo vacío un 23 de abril». «Da mucha pena, pero hay que hacer caso y el año que viene más» , prosigue Lucía, quien carga contra el covid-19 por evitar poder ver a lo que más quiere en estos días: sus hijos, quienes residen fuera y no fallan ningún año.
La vivienda de Lucía es bien conocida en Villalar. No en vano, albergó durante muchos años el único teléfono que existía en la localidad. Algo que fue tremendamente importante en los primeros años de la fiesta, «nada más que murió Franco». «Cuando aquí vinieron esas cantidad ingentes de personas todas llamaban desde aquí a sus casas. Les abrí el corral para que en el baño pudieran hacer sus necesidades, y eran desconocidos; y pudieron beber agua» , sostiene Hernández, destacando una de las señas de la población en aquellos años de finales de los 70, cuando en alguna de las citas se contabilizaron más de 100.000 visitantes. Y rememora los 'villalares' en los que la gente acudía a la fiesta en caballo.
Ahora, intenta no salir nada a la calle, respeta el confinamiento: «Fíjate, que yo soy mayor, y quiero cuidarme más porque soy de riesgo» , añade Lucía, quien da las gracias desde el balcón a Laura, la vecina, que se ofrece siempre para sacar la basura o comprar pan.
Como Lucía, la mayoría de los 460 censados en el municipio sienten hoy que les falta algo, una mezcla que les invade entre calles vacías, escaso movimiento y un monolito casi desnudo, solo acompañado por un ramo de flores que un anónimo colocó un día de esta semana y que reza en una de sus cintas: «Villalar 2020. Siempre en nuestros corazones» .
El escenario actual no permite celebración alguna, ni por razones obligatorias ni tampoco éticas y mentales. Pero eso no es óbice para que aquellos valientes comuneros reciban un humilde homenaje del Consistorio. «Por María de Pacheco, Padilla, Bravo y Maldonado. Y por los 20.000 fallecidos que han perdido la vida en España por el coronavirus» . Con esa proclama, el alcalde de Villalar de los Comuneros, Luis Alonso, ofreció en el monolito de la Plaza del Ayuntamiento su ofrenda floral a todos los caídos en la batalla de 1521 y a los que han muerto en los dos últimos meses en el país por la pandemia del covid-19, causante de una situación de alarma que a esta localidad vallisoletana ha llevado un estado de depresión.
Alonso, habilitado en su condición de regidor para celebrar este pequeño acto, como para hacerlo en todo el término municipal, posó la corona sobre la base del monumento de piedra que reina en la plaza, donde únicamente, en la distancia, le observaban dos vecinos, uno de ellos grabando con el móvil, así como cinco medios gráficos y periodistas. Muy lejos quedan las celebraciones de otros años, que atrae a miles de personas, así como autoridades políticas, sindicales y asociaciones vecinales, que depositan allí su ofrenda. «El año que viene más» , se despide el primer edil, quien ataviado con su inseparable mascarilla prefiere subir a su despacho del Ayuntamiento.
Música por los rincones
El estado de alarma ha causado en la localidad lo que es lógico. Calles vacías. Pero como el propio Laguna señaló a Ical, «Villalar siempre será Villalar» . Por eso, la población vive hoy su día más grande, 23 de abril, a pesar de ser una situación anómala. Pero la música comunera, las banderas de Castilla y León y las pañoletas en los balcones han hecho su trabajo para que la fiesta no caiga en el olvido. El canto de la esperanza parecía rezumar de entre las paredes de las casas, como el agua que atraviesa por las porosas rocas, esperando llegar a un nuevo destino, como sucederá en Villalar, donde de aquí a un año, el fin del camino sea de nuevo la normalidad, jolgorio y reivindicación.
Así lo desea Toñi Jiménez, la panadera del pueblo, en un establecimiento abierto, por su condición de esencial. El ir y venir de los vecinos es constante, pero nunca hay más de una persona en su interior. Tras 54 años de historia, este día «pasa desapercibido» para obrador, como «otro cualquiera», porque «hoy no hay nada» . «Ni la gente del pueblo viene lo mismo, aunque hayas visto unos cuantos», comenta. Uno de ellos es Cleto Celador, quien reconoce no ser un asiduo de esta celebración y no gustarle mucho la fiesta por la masificación que conlleva.
Habitualmente, la panadería abre todos los años en esta fecha tan señalada, si bien sus mayores ventas las realiza bajo pedido los días antes, para surtir de pan y su afamada repostería artesanal a las casetas que se instalan en la campa, hoy dominada bajo el silencio, donde solo se escuchan levemente el sonido de las cámaras de fotos, que intentan reproducir lo que nunca se hubieran imaginado. Agentes de la Guardia Civil acompañan la instantánea, con el único objetivo de impedir que hoy nadie intente acercarse a celebrar nada a la localidad, por su seguridad. Ya habrá tiempo...
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