El año en que Valladolid se saltó la censura para celebrar el Carnaval
Orson Welles llevó la fiesta de Don Carnal al Museo Nacional de Escultura en 1954, durante el rodaje de «Mr Arkadin», en el que participó Miguel Delibes como figurante
«La muerte reciente del genial cineasta activa mi memoria y me lleva a recordar la primavera de 1954 cuando yo le conocí, aquí, en mi ciudad, Valladolid, con ocasión del rodaje de algunas escenas para su película 'Mr Arkadin' ». Con estas palabras recordaba el escritor Miguel Delibes en una tribuna abierta publicada el 25 de enero de 1986 con ocasión de la muerte de Orson Welles su pequeña incursión en el séptimo arte precisamente de la mano del director norteamericano.
Gran aficionado al cine, recordaba en este texto que cuando se le presentó la ocasión no dudó en participar, junto a otros compañeros del diario que entonces diría, «El Norte de Castilla», en la fiestea del Carnaval rodada en el Colegio de San Gregorio de Valladolid , hoy sede y por entonces también del Museo Nacional de Escultura.
En aquellos años de férrea prohibición del Carnaval, Welles lograba de alguna manera que el popular festejo previo a la celebración cuaresma regresara por unos días a Valladolid, aunque solo fuera durante el rodaje de la escena y fueron precisamente las «ganas de juerga», como recuerda el propio Miguel Delibes en su artículo, lo que animó a los casi 300 figurantes de la ciudad a participar. Eran en su mayoría, jóvenes universitarios que no habían conocido las fiestas de Don Carnal, prohibidas con motivo de una estricta legislación desde hacía 18 años.
En su artículo, Delibes apuntaba que nadie sabía nada de la trama de Mr Arkadin, más allá de que en San Gregorio se rodaba «un abigarrado carnaval de época» entre «tres centenares de comparsas» y «las mujeres y los hombres con caprichosos atuendos y los rostros cubiertos por caretas».
Las escenas se rodaron en el patio interior, donde se recreaba el baile de máscaras , y en las escaleras de acceso al primer piso, por la que se suponía que debían salir unos y entrar otros, aunque a los extras les costó entender que cada uno debía moverse «dentro de un orden» para «evitar empellones y taponamientos», recuerda Miguel Delibes, que también plasmó aquella experiencia en su libro «Pegar la hebra».
El escritor recordaba como Welles, empedernido fumador, «desenrollaba nerviosamente un gran cuaderno blanco abarquillado, sin duda, el guión de la película» ante los actores y figurantes, y cómo con ayuda de un intérprete intentaba frenar aquel caos de rodaje en la que surgieron más de un imprevisto «motivado, más que por nuestra impericia, por nuestro empecinado deseo de juerga»: «Orson Welles, el genio, cuyas películas parecían fluir de un modo natural y hasta espontáneo, era un director puntilloso, exigente, muy alejado de cualquier improvisación».
El rodaje fue polémico por considerar algunos que aquel «tinglado eléctrico» que se había montado en el Colegio de San Gregorio «constituía un peligro» para los «santos de palo» que se conservaban en el edifio y estuvo acompañado por la decepción meses después de los figurantes cuando comprobaron durante su estreno en el desaparecido teatro Pradera de Valladolid que «ni el baile en el claustro, ni las máscaras en la escalinata, ni siquiera la fachada de San Gregorio» había tenido sitio en la película. ¿Por qué lo decidió así Orson Welles? Parece ser, según apunta Clemente de Pablos en «100 años de cine en Castilla y León», que la supresión de esta fiesta carnavalesca en la pantalla tuvo que ver con la censura.
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