Artes & Letras / Hijos del Olvido
La sin par Doña Angelita
La maestra leonesa inventó el libro electrónico, la 'Enciclopedia mecánica', que no llegó a comercializarse
Afirmar que Ángela Ruiz Robles es una auténtica «hija del olvido» es, cuanto menos, arriesgado, si tenemos en cuenta que ya tiene una entrada digna en la Wikipedia, el oráculo manual de nuestros tiempos, y, lo que es más importante, un doodle -es decir, una de esas ilustraciones que adornan las letras del buscador internáutico más famoso- publicado en 2015, con motivo del 125 aniversario de su nacimiento. Pero si esta maestra leonesa, nacida en Villamanín en 1895, está hoy aquí, forrando esta página, es porque de alguna manera nos sirve como ejemplo para reivindicar a todos esos inventores españoles (v. gr., Jerónimo de Ayanz, el ya mentado aquí por Javier Suárez, Federico Cantero Villamil, o Emilio Herrera o Fidel Pagés, entre otros muchos) que, ya sea por ignorancia o falta de apoyos, ya por miedo o desidia institucional se dejaron comer la tostada de la Historia para ceder la paternidad de sus inventos a otros lumbreras más avispados.
Ángela Ruiz Robles fue maestra en un tiempo en el que pocas mujeres ejercían una profesión diferente a la de ama de casa -o, como se decía en mi juventud, eufemísticamente, «sus labores»-. A lo largo de su dilatada vida -moriría en Ferrol en 1975- enseñó, dictó conferencias, escribió hasta dieciséis obras, muchas de ellas de buen calado científico-técnico (entre otras, manuales de escritura, de ortografía, métodos mecanográficos y hasta un tratado de taquigrafía al humo de don Francisco Martí, un valenciano que, además de fundar la taquigrafía española en 1802, inventó, un año más tarde, la pluma estilográfica -otro que tal baila-).
Doña Angelita, como comenzaron a llamarla sus alumnos de La Pola de Gordón, su primer destino tras concluir estudios en la Escuela de Maestras de León, fue sobre todo y ante todo maestra. Pero maestra en el sentido más amplio del término, porque su inquietud no se circunscribía a las paredes del aula, sino que la llevaba a pensar en la enseñanza y en la innovación educativa -ese concepto hoy tan de moda como desnortado- todas las horas del día. Y así fue como fueron naciendo sus inventos, el primero de los cuales fue lo que ella denominó el «Libro mecánico», patentado en 1949 con el número 190.698. Se trataba de un artilugio ligero y articulado que permitía, mediante un sistema de aire comprimido o de pulsación mecánica, que unas hojitas de plexiglás (no diré cómo llamábamos a este material los de mi quinta) emergieran en función de la materia elegida. El artefacto servía lo mismo para aprender matemáticas que cualquier idioma del mundo. La propia inventora afirmaba haberlo concebido para «innovar en la enseñanza y que fuese más intuitiva y amena; conseguir el máximo de conocimientos con un mínimo esfuerzo y adaptar el libro al progreso tecnológico (ejemplificado en la electricidad y los plásticos)».
Bajo su supervisión fabricó un prototipo simplificado de su invento en el parque de artillería de Ferrol
Después vendría la 'Enciclopedia mecánica', una especie de actualización 5.0 de aquel libro predecesor que, de haber llegado en masa a las aulas de nuestro país, quién sabe si hubiera evitado gran parte de ese fracaso escolar que la última ley educativa quiere tapar, vergonzantemente, bajándole el listón al saltador, en lugar de mejorando su técnica. Como nota curiosa, eso que hoy llamamos hipervínculo o enlace hipertextual, tan usado en el Internet moderno, ya estaba presente en estos dos inventos de doña Angelita.
Un prototipo de esta «Enciclopedia», en versión simplificada, fue fabricado bajo la supervisión de su creadora en el Parque de Artillería de Ferrol. Pesaba 4,5 kg y estaba hecho de bronce, madera y zinc. Sin duda, materiales caros que impedían su explotación comercial (una versión de este prototipo puede verse hoy en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología de La Coruña). Algo que, no obstante, sí debieron de considerar viable los cerebros norteamericanos porque en 1970 le ofrecieron a la maestra leonesa explotar comercialmente su invento en el país del millón de ricos. Algo a lo que Ángela Ruiz Robles no puso atención, porque quería que los beneficiarios de su lúcida cabeza fueran los hijos de Isabel la Católica y no los de George Washington. Cierto es que a Ángela Ruiz Robles se le reconocieron en vida, con medallas, condecoraciones y diversas distinciones sus hallazgos y desvelos, pero...
Hubo posteriormente un intento por parte del Instituto Técnico de Especialistas en Mecánica Aplicada S. A. (ITEMESA) de fabricar una tirada de 10.000 unidades de aquella «enciclopedia», esta vez en acero y plástico. Se pondrían a la venta por un precio de entre 50 y 75 pesetas, algo asequible para la clase media española del momento. Pero para poder llevarlo a cabo había que apoquinar por delante 100.000 pesetillas del ala, cantidad que la maestra leonesa no podía proveer y que ningún Jeff Bezos patrio supo intuir como el gran invento que era.
Por cierto, cuentan que, por vía paterno putativa, el dueño de Amazon también desciende de un pueblo casi fronterizo con la tierra leonesa. ¿Será una broma del destino?
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