Artes&Letras/ Hijos del olvido
Una señora de Valladolid
En la España del siglo XVI, cuando pocas mujeres sabían leer, Beatriz Bernal (1504?-1582) escribió una novela de caballerías de más de 600 páginas que constituye una precuela del feminismo
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Gracias a don Joaquín Calvo Sotelo tiene la ciudad del Pisuerga una «muchachita» bien famosa. Ya saben, una que a mitad de obra, en un sermón muy del gusto del lugar, de tan solo siete palabras, sentenció: «Valladolid era Corte cuando Madrid no existía». Pero lo que pocos saben es que, además de muchachita, también tuvo esta ciudad una «señora», toda una señora. Vayamos despacito.
Valladolid era mucho Valladolid cuando Beatriz Bernal llegó a este mundo allá por 1504. Era la ciudad de la Esgueva -que todo río tiene su corazoncito- una villa de treinta mil habitantes -seis mil de los cuales eran pobres-, con un nivel de riqueza alto, sobre todo, culturalmente. Bien es verdad que no poseía aún título de ciudad -llegaría en 1596-, pero tenía ya un enorme influjo en el discurrir de la neonata Monarquía Hispánica gracias al establecimiento de la Real Chancillería en 1489, a la creación de los colegios mayores de Santa Cruz y San Gregorio, y, especialmente, al celo que los Reyes Católicos habían puesto en ella desde que matrimoniaran en el Palacio de los Vivero, allá por 1469.
Decimos que culturalmente era rica porque, hacia mediados del XV, se contaban en torno a ochocientas bibliotecas entre sus paredes, que a su vez custodiaban la nada despreciable cantidad de treinta mil ejemplares. Sin embargo, frente a la preeminente temática religiosa que solía hallarse en otros lares, en Valladolid -como en Granada- los libros de leyes constituían legión, probablemente por influjo de la mencionada chancillería.
La hábil escritora vallisoletana desliza un abierto debate sobre la dignidad de las mujeres en las relaciones amorosas
De entre aquellas bibliotecas, tenemos noticia de que, a la muerte no fechada de la mencionada Beatriz Bernal, su hija, Juana de Gatos, conservaba una de cincuenta y cinco volúmenes, entre los cuales destacaba un ejemplar -quizá de la princeps publicada en la ciudad en 1545 por Juan de Villaquirán, o de una segunda impresa en Alcalá en 1587 por Juan Íñiguez de Lequerica y costeada por Diego de Xaramillo- de la Historia de los invictos magnánimos cavalleros don Cristalián de España príncipe de Trapisonda y del infante Luceszanio su hermano, hijos del famosísimo emperador Lindedel de Trapisonda. Un libro de caballerías, muy del gusto del lector de entonces, escrito por… «Una señora natural de la noble y más leal ciudad de Valladolid», como reza la portada de la primera edición. Pero habremos de esperar a esa segunda ya mencionada para saber, por el privilegio de impresión que se añade, que la señora natural de Valladolid no es otra que la susodicha Beatriz Bernal.
En la España del siglo XVI eran pocas las mujeres que dominaban la lectura -aunque Valladolid fuera hasta cierto punto una excepción- y menos aún las suficientemente capaces y atrevidas como para empuñar un cálamo y ponerse a emborronar papeles. En Europa, desde finales del XV, se había establecido un debate intelectual, conocido como la «Querelle des femmes», propiciado por la publicación de La ciudad de las damas de la veneciana Christine de Pizan. Las mujeres «exigían» que se les reconociera su capacidad intelectual y reivindicaban su derecho a formarse y acceder al conocimiento. Y parece que Beatriz de Bernal, lectora ávida -se deduce- de un tipo de literatura al que dará sepultura definitiva, medio siglo después, un tal Miguel de Cervantes, no quiso conformarse con un papel de espectadora.
Su Cristalián de España es una novela de caballerías divertida, extensa -algo más de 600 páginas- e inteligente, pero es sobre todo un tratado de política en el que, bajo los ropajes de una narrativa muy a la moda, la hábil escritora vallisoletana plantea y desliza, cual sierpe en un edén, un abierto debate sobre las relaciones femeninas, la fidelidad a los principios o la dignidad de las mujeres en las relaciones amorosas, entre otros asuntos. Como el libro del caballero Platir (1533), el Cristalián se incardina en la saga de los «palmerines» y, como ocurre en otros títulos de esta saga, el protagonismo femenino encarnado en mujeres guerreras -la bella Minerva para el caso- va en aumento a medida que transcurre la obra, en una vindicación alegórica del papel que la mujer habrá de ir tomando a lo largo de los siglos. Es en tal sentido el Cristalián una precuela de un feminismo que tardará cuatro siglos aún en romper su techo de cristal.
No obstante lo cual, el movimiento debería hacer enseña de mujeres como Beatriz Bernal que, por históricas, no sufrieron el sometimiento a la ideologización posmoderna. Porque, sepan vuesas mercedes que el feminismo solo triunfará plenamente cuando deje atrás todo cuanto lo separa de su verdadera y cabal razón de ser.
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