La Pasión vuelve a las calles en Castilla y León
Hermanos, manolas, músicos, portadores... ya están preparados todos. Las procesiones vuelven este Viernes de Dolores tras dos años en blanco. Algunos cofrades cuentan en estas líneas cómo han preparado una Semana Santa tan especial
León, Valladolid o Zamora son tres de las ciudades de Castilla y León que, como otras muchas, viven la Pasión de Cristo como su semana grande. Tras dos años sin celebraciones y con auténtico ‘mono’ de procesiones, sus protagonistas llevan meses preparando la vuelta a las calles en el que será el año de los reencuentros.
«Nunca hay dos Semanas Santas iguales». Quien lo dice es Isabel L. González, una leonesa que la ha celebrado desde niña, que ha sido papona (cofrade) desde los tres años y que -empujada por su abuela paterna, que le regaló su primera mantilla en su confirmación- en el año 2010 se animó a participar como manola. De negro y con mantilla. «Lo probé una vez y ya no hubo marcha atrás», afirma. Solo los dos últimos años de pandemia, sin procesiones, le han impedido disfrutar de la Semana Santa de la capital leonesa como lo ha hecho durante toda su vida y, por ello, considera que este 2022 «va a ser como volver a empezar». «Este año creo que va a ser todo mucho más especial. Poder salir otra vez, poder compartirlo con tu gente, con tu familia, con tus amigos… quien esté metido en este mundo entenderá todo lo que supone», confiesa.
Isabel se estrenó como manola en el paso del Expolio, uno de los trece que integran la procesión de los Pasos de Viernes Santo en León, distinguida con una mención especial en la declaración de Interés Turístico Internacional. Además, desde 2015, procesiona también el Lunes Santo acompañando a Jesús Nazareno en la procesión de La Pasión. Este año repetirá, por supuesto, y lo hará de nuevo como manola porque considera que hacerlo así le aporta «una manera diferente de vivir la Semana Santa».
«Los que somos papones 365 días al año estamos entusiasmados»
Como bracero mayor del Expolio (imagen de la Cofradía de Jesús Nazareno, de León), Jesús Ramón Luque Borge ha intentado que los 84 que pujan el paso hayan estado «involucrados, enchufados» a la Semana Santa durante los dos últimos años en los que las imágenes no han ‘pisado’ las calles. «Ha sido muy complicado, pero hemos charlado, hemos puesto música, hemos tomado limonada… somos un grupo de ‘frikis’ muy grande y lo intentamos hacer de la mejor manera posible», asegura. Este año las procesiones volverán a León y sostiene que «todos, aunque sobre todo los que somos papones los 365 días al año, estamos entusiasmados. Creo que la gente se va a volcar, que se podrá salir de forma correcta y que se podrá recuperar la ansiada normalidad».
Fue en 2004 cuando asumió el papel de bracero mayor del Expolio -la escultura de Cristo antes de ser despojado de sus vestimentas, que desfila en la procesión de los Pasos del Viernes- pero su pasión por la Semana Santa leonesa comenzó mucho antes. «Llevo toda la vida. Empecé como bracero con 14 años y tengo 57», dice. No se trata, no obstante, de una afición que haya asumido por tradición familiar.
Su sentimiento por la Semana Santa y por su paso se lo ha transmitido también a sus hijos, «sin forzarlos, aunque también les ha enganchado», afirma. Él, además, es también bracero de La Piedad de Minerva y Vera Cruz y disfruta pujando ambos pasos. «Cada uno lo vive a su manera, pero el bracero va a disfrutar del paso, a sentirlo y a dar esplendor a la procesión y a la cofradía», remarca.
Vuelve una ilusión que nunca se perdió
Templar el paso y las espaldas para abril conlleva algo de entrenamiento: bien lo saben en la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo, de Valladolid. «Las que más sufren son las cervicales y las lumbares, pero a todo te haces», ríen los cofrades. Unos aldabonazos con el llamador, flexión de rodillas y alehop, echan a andar. Han sacado a la calle la carroza, sobre la que reposan un par de pesas, a falta del Cristo del Perdón, una de las dos tallas que sacarán a hombros.
«No sabía si habría gente que no querría salir por miedo», reconoce el mayordomo Mariano Gómez. Sin embargo, los en torno a 60 miembros de la hermandad han salido reforzados, y hasta suman un par de integrantes, cuenta. «El resultado de dos años sin procesiones es que estamos todos deseando cargar», sonríe.
«Después de tanto tiempo parados, se nos mezcla el miedo con las ganas», confiesa David Flores, uno de los portadores. «Para esta Semana Santa queríamos empezar a prepararnos en febrero, pero con los brotes hemos renunciado a algunos ensayos», cuenta. «Sabemos que vamos más justos, pero lo primero es la salud. Si hay menos preparación este año, Dios dirá», confía. «Esta vuelta supone seguir con una ilusión que nunca se había perdido», corrobora su compañero, Mario Gusurreta. Volver a las andas, mascarilla FFP2 mediante, «es un esfuerzo, pero un esfuerzo hacia la normalidad», considera el portador. «Igual que las molestias en el hombro o que un golpe de calor, el coronavirus es parte del día a día», opina. «Nada que la organización y el fervor no puedan superar».
«En casa se puede tocar con sordina, pero lo bonito es estar con la gente»
Al anochecer, en la Campiña del Carmen, la banda de la vallisoletana Cofradía de la Sagrada Cena se ha alejado de la ciudad para no retumbar demasiado, pero justo cuando se van a arrancar con una marcha semanasantera, caen algunas gotas. El enemigo número uno de las procesiones no será sólo el Covid: ese puesto lo sigue teniendo la lluvia. Pero ellos se animan entre sí y al filo de la nave en la que la Junta de Cofradías guarda las carrozas de sus pasos, interpretan sus compases, rotundos, bajo una cortinilla de agua.
Después de todo, ha llegado la primavera y -este año sí- se nota ambiente. «Hay muchísimas ganas, se ve en las primeras procesiones, en lo rápido que se pasan los carteles… El olor a incienso es para los ‘capillitas’ como la sangre para los vampiros», ríe el vocal de la banda, Marcos Málaga, que insiste en que ellos son «cofrades antes que músicos». «Yo a los cinco años ya lo era, y uno muy guerrero», recuerda, divertido. Empezó a tocar la corneta en otra hermandad, la Preciosísima Sangre, y cuando volvió a su cofradía de toda la vida ya no dejó el instrumento. Aunque la pequeña banda de la Cena se mantiene, Málaga sabe de otras que han naufragado a raíz de la pandemia. A los músicos ya les faltaba su rutina. «En casa se puede tocar con sordina, pero lo bonito es estar con la gente», opina el cornetista, que cuenta que retomaron los ensayos en junio, hicieron un parón en agosto «y luego todo seguido». Se suben la mascarilla entre marcha y marcha; repasan su repertorio cuatro días por semana. Pronto, con tañido de tambores y trompetas, tomarán las calles.
La llamada que convoca a vivos y muertos
Existe un momento en que Zamora explosiona. En la madrugada del Viernes Santo, el Merlú convoca a vivos y muertos y pone en pie a la cofradía de Jesús Nazareno, la más numerosa de Castilla y León, con 12.000 hermanos. Lolo González cumple 37 años como Merlú; la primera vez que hizo sonar su bombo sustituía a su abuelo, el mítico Atilano, fallecido unas horas antes. José Gabriel Antón, corneta, desde hace once años integra una de las seis parejas que recorren toda Zamora llamando a la procesión.
Durante el confinamiento, a las ocho, el Merlú resonaba por toda la ciudad. Ahora toca regresar. «Suspender dos años era inimaginable -dice Lolo-; el primero especialmente duro, estábamos a las puertas. «El segundo año -continúa- tuve la suerte y el honor de tocar con la Virgen, dentro de la iglesia». José vivió aquella madrugada «con mucha inquietud, mucho desasosiego». «Mi vecino es de la Banda y tocó también el Merlú a las cinco de la mañana. Se escuchaban más Merlús desde las ventanas y toda Zamora puso la marcha de Thalberg. Sobrecogía».
Este primer domingo de Cuaresma el Merlú convocaba a la asamblea. «Ha sido espectacular. Todos, incluso los niños, aplaudían, nos pedían que fuéramos por su casa. Ahora ya piensan en la procesión; esa madrugada que inician en el ‘Crespo’, donde quedan a la una y media. En torno a las dos, el Merlú inicia su llamada telúrica por la ciudad. «Este año será brutal. Es recobrar la vida. El Merlú se ha convertido en el símbolo de la ciudad».
El Miserere, salmo del perdón y acción de gracias
Transición del Jueves al Viernes Santo. La soberbia imagen de Jesús Yacente recorre las calles de Zamora. En la Plaza de Viriato, el silencio podría cortarse con un cuchillo cuando resuena en el aire la primera estrofa del Miserere. Casi trescientos cantores integran el coro. Su director, Pablo Durán, sostiene en ese momento sus voces graves, como si la tierra se abriese y el cántico brotase de sus mismas entrañas. Culminan entonces los ensayos, uno de los preámbulos de la Pasión más concurridos. La irrupción de la pandemia ha roto ese engranaje perfecto. «Este año -señala Durán- estamos un poco a la expectativa. Son tres años sin cantar. Esperamos bastante afluencia, hay muchas ganas».
Emoción y nervios ante el primer ensayo, el pasado sábado 19 de marzo. «Volverse a ver… la primavera, el reencuentro, las familias que van a verte... Imagínate, con todo lo que ha pasado, el dolor de cada uno, lo que es retomar el camino, ahora también con el terrible trasfondo de la guerra».
Este 2022 será inolvidable. «Por primera vez haré la procesión con mis dos hijos al lado y ya se subirán al coro». A sus 50 años (37 como cantor del Coro Sacro, que también dirige), tiene el honor de marcar los tiempos, matices, la cadencia del coro de la Penitente Hermandad de Jesús Yacente. Sus voces curan. «Necesitamos un baño de espiritualidad, lo hemos pasado mal, hemos aprendido a valorar de otra forma las cosas». «Este año -reflexiona- la oración en vez de un salmo de perdón, que lo es, es también una Acción de Gracias, porque estamos vivos y podemos celebrarlo».
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