Artes&Letras / Hijos del olvido

Los orígenes zamoranos del helicóptero

El estallido de la Guerra Civil impidió que el prototipo del ingeniero Federico Cantero Villamil, zamorano de crianza y adopción, volase antes que el de Sikorski

F. Javier Suárez de Vega

Uno de los grandes hitos de la historia de la aviación mundial pudo haber tenido denominación de origen zamorana y, sin embargo, sigue siendo un hecho casi desconocido. España jugó un papel destacado en la carrera por hacer realidad el sueño de Ícaro, con nombres propios como Torres Quevedo y su prestigioso modelo de dirigible, usado por los aliados en la Gran Guerra frente a los legendarios Zeppelin, o Juan de la Cierva con su éxito mundial: el autogiro, un híbrido entre el avión y el helicóptero, del que fue precursor.

Y este último invento también pudo haber sido español, de haber culminado con éxito sus proyectos un zamorano de crianza y adopción, Federico Cantero Villamil. Ingeniero de caminos, sorprende su apabullante historial: primero de su promoción, vuelve a Zamora en 1896 y pronto destacará en numerosos campos. Fue un visionario, al darse cuenta del potencial hidroeléctrico de la cuenca del Duero y construir el primer salto hidroeléctrico, El Porvenir de Zamora, que suministró electricidad también a Salamanca y Valladolid, donde la Electra Popular Vallisoletana fue su cliente. Suyo es el primer proyecto del gran embalse sobre el Esla, en Ricobayo, y la presa de Burgomillodo, en las Hoces del Duratón. Y, aunque otros se llevaron honores y beneficios, suya es la genial paternidad del sistema de los grandes saltos del Duero. En el ámbito ferroviario, redactó el proyecto que serviría después para la construcción de la compleja línea Zamora-Orense.

A lo anterior se une su gran interés por una rama de la ingeniería que aún gateaba: la aeronáutica. Inició su intensa labor de investigación e invención a principios del siglo XX en Zamora. Así se refiere a él Álvaro González Cascón, en el libro Federico Cantero Villamil. 1874-1946. Un ingeniero de Caminos en la vanguardia de su tiempo (2017): «fue uno de los pocos españoles, si no el único, que intentó resolver los enigmas del helicóptero. Comenzó en 1910, al registrar su primera invención sobre el Helicóptero al que llamó Carro Volador. Será el comienzo de un proceso que se alargaría hasta el final de sus días y en el que nos vamos encontrando patentes (33), ensayos y estudios que realizó en un Laboratorio Aerodinámico propio en Zamora con un banco fijo de rotores y que culminarán en la construcción de un prototipo, iniciado en 1935, al que llamó La Libélula Española. Se entienden mejor las circunstancias de Federico Cantero como inventor si tenemos en cuenta sus limitaciones económicas y de tiempo, al compartir esta dedicación, a lo largo de su vida, con otras actividades profesionales e iniciativas empresariales».

En el periodo zamorano, José María Espada, experto maestro tornero, jefe de los talleres del ferrocarril e inseparable amigo, constituyó todo el equipo técnico. Gracias a su colaboración, logró el éxito de la experiencia de la «hélice que se atornilla en el viento real», conocido como Efecto Cantero Villamil, por lo que le dedicaría una de sus obras más destacadas, Aviación y relatividad (1923), también traducida y editada en Francia.

Construyó un prototipo al que se denominó «la libélula española»

En 1936 el prototipo estaba construido y su primer vuelo experimental previsto para septiembre. El estallido de la Guerra Civil cogió a Cantero en Segovia y a su Libélula en Madrid, donde su casa, con sus proyectos y estudios, fue saqueada. La carrera por la invención del helicóptero tocaba a su fin y ese tiempo perdido fue precioso. Según J. Luis López Ruiz, sin estas circunstancias es posible que su prototipo hubiera volado antes que el VS-300 de Igor Sikorsky, que lo logró en 1939, en los EE.UU.

Sikorski se hizo célebre y rico, mientras que, por increíble que parezca, la memoria de Federico Cantero se esfumó por completo y su obra quedó sepultada bajo un inicuo silencio. Decía Wilde que «si nunca se habla de una cosa, es como si no hubiese sucedido», y eso exactamente es lo que pasó. Hasta el punto de que López Ruiz, burgalés y primer catedrático de helicópteros de España, jamás había oído hablar de él, como tampoco el autor de estas líneas, tataranieto de José María Espada.

En esta ocasión, la tenacidad y voluntad, sin duda heredadas de Cantero, de su hija Conchita y su nieta Isabel rompieron el maleficio de la desmemoria histórica. 16 años de trabajo han sido decisivos para resucitar la gesta del genial ingeniero. Biografías, artículos y exposiciones, como la última que tuvo lugar en Valladolid en el mes de febrero, «La década que iluminó Valladolid (1903-1913)», organizada por la E.I.I., van logrando, poco a poco, reivindicar el papel de un regeneracionista, un visionario, en el mejor sentido de la palabra. Todo un ejemplo para la ciencia española.

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