HISTORIAS DE LA COVID-19
Consejo de abuela: «En mi casa se juega a las cartas con mascarilla»
Cinco vecinas de Villafranca de los Caballeros se han vuelto a reunir para jugar al despistado tras el estado de alarma
Ceferina , que cumplió 82 años el 29 de junio, ha vuelto a reunirse en su casa de Villafranca de los Caballeros (Toledo) con el grupo de amigas con el que siempre jugaba a las cartas hasta que llegó el confinamiento por la pandemia. Terminado el estado de alarma, y después de unos días de moratoria, han vuelto a recuperar la costumbre de jugar al despistado.
Pero Ceferina ha puesto una regla inquebrantable para sentarse otra vez alrededor de la mesa camilla en la cocina después de cuatro meses: «Dije a mis amigas que la que quisiera venir voluntariamente a mi casa para jugar a las cartas tendría que estar con mascarilla. Yo soy la dueña de la casa y, siempre que hay gente, me la pongo. No es necesario el gel hidroalcohólico porque se supone que traen las manos limpias de casa».
Recogido el guante, Felipa , la mayor del grupo con sus 88 años; Antonia (80), Lucía (80) y Misericordia , la más joven con sus 76 primaveras, acuden a la casa de Ceferina con las mascarillas tapando las bocas. Así se juegan durante dos horas los céntimos con la dueña de la casa, que no siempre gana, aunque «lo importante es pasar el rato», dice entre carcajadas.
«Toda estamos viudas, excepto Antonia, y estamos dando una lección a esas personas que no cumplen las normas. Esto un ejemplo para los jóvenes que la están liando. Prefieren que cierren los negocios antes que respetar las normas», asegura Ceferina.
«Veo en las imágenes por la televisión que mucha gente no es responsable. Hay jóvenes que no se dan cuentan del mal que pueden hacer a los demás. Yo soy de riesgo y tengo mucho miedo», reconoce.
Encerrada en su casa: «Sola, sola, sola»
Ella no ha abrazado todavía a ningún familiar desde marzo. «y mire usted que lo siento». «Una hija cumplió años el sábado y no nos dimos un abrazo ni un beso. Tengo miedo», repite.
Porque Ceferina pasó los cien días del estado de alarma encerrada en su casa, sin que nadie traspasase la puerta de entrada. «Estuve sola, sola, sola. Una hija me traía las medicinas y me las daba por una ventana, al igual que me traían el pan de la panadería o la comida del supermercado», recuerda esta abuela.
«A los nietos les digo que tengan cuidado con las reuniones, aunque luego harán los que les dé la gana, porque mucha gente joven no es responsable», insiste Ceferina, que acaba repitiendo un consejo: «Respeten las medidas de protección».
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