Instantes de Nueva York (6): El ángel de Grand Army Plaza

Vienes de estar en la espesura y tienes las manos frías, el corazón anestesiado, los labios de corcho y la mirada turbia. Deseas llegar a casa, lavarte las sombras y mirarte en el espejo del alba . Al hacerlo sientes un escalofrío y te preguntas con rabia quién te robó el brillo de tus ojos, la fuerza de tus labios, el esplendor de tu cuerpo.

A la salida del metro, crees encontrar la respuesta: las sombras se han secado y una luz de Zurbarán , cal viva, toldo santo de nieve pura, arroyo de aguas cristalinas baja de la calle agarrada a la baranda y atraviesa con su alfanje plateado al ángel de Grand Army Plaza desnudándolo de medio cuerpo.

Suena la trompeta que nos anuncia que llega otra Navidad, tiempo para el perfume del musgo y del serrín del nacimiento, el pozo sin agua y los reyes bajando, como baja la noche, por una cuesta jugándose la vida. Oyes el ruido del papel azul crujiendo con estrellas asimétricas , en el espejo del lago estás viendo el rostro de tu madre y escuchas que alguien a lo lejos canta, con honda melancolía, cómo la nochebuena se viene y se va, cómo nosotros nos iremos y nos volveremos más y de pronto se apaga una estrella.

En vísperas de luz, llegas a la casa del olvido y el ángel de la esperanza, con la túnica verde , te acoge y te conforta. Regresas a la edad del adviento y comprendes que la vida te la robó el dragón del tiempo. Una bestia que tú acariciabas sin darte cuenta todo lo que en tu cuerpo se escondía. Ignorante que te abrasaría tu mirada con el hierro candente del fuego de su boca avariciosa.