VIVIR TOLEDO
La oleada del cólera morbo en el verano de 1885
Según los Estudios Epidemiológicos sobre el cólera de Philipp Hauser (1832-1925), en la ciudad de Toledo, hasta el 23 de agosto de 1885 hubo 154 invadidos y 115 muertes. Un boletín oficial bajó las cifras a 134 y 50, respectivamente, para todo el año
En el último cuatrimestre de 1884 la ciudad de Toledo había vivido el último brote colérico de discutida etiología (asiático o miasmático) que pareció decaer al llegar el invierno. Sin embargo, con la primavera de 1885, de nuevo, renacería el temor a partir de focos levantinos que alcanzaron el interior de la Península, haciéndose presente desde la llanura de La Mancha hasta la mitad de la provincia toledana.
En aquellos momentos la bacteriología había hallado los agentes patógenos y vacunas contra la lepra (1871), el plasmodio de la malaria (1880), la tuberculosis (1882) y el vibrión colérico (1883), estas dos últimas debidas al alemán Robert Koch (1843-1910). En España, en 1885, el médico Jaime Ferrán (1851-1929) comenzó a aplicar su vacuna contra el cólera-morbo asiático en Alcira y su comarca en medio de un debate científico con críticas a su método -entre ellas la del mismo Ramón y Cajal- que llevaron al Gobierno a prohibir su inoculación por doctores ajenos a Ferrán. En el mes de junio, el médico toledano Atanasio Gamero Gómez, comisionado por la Diputación, se desplazó a Valencia para seguir las vacunaciones de Ferrán, estudiar los resultados y conocer los costes de las dosis. El 16 de junio, el facultativo informaba al ayuntamiento de nuestra capital que, vista la prohibición gubernativa para «propagar y cultivar el líquido preservativo anticolérico», nada podía hacerse para atajar los contagios ya detectados.
En los primeros días del verano de 1885 se habló de casos sospechosos en la Academia General y en algún domicilio debidos, según se decía, a la ingesta de salmón y escabeches. El gobernador civil, Antonio Alcalá-Galiano Miranda, decretó reabrir el precario pabellón de contagiados del Hospital de Tavera que ya se habilitó en la crisis de 1884 a la que dedicamos un artículo (6/9/2020). Ordenó al alcalde Eladio Ortiz Ancos que activase la asistencia de la ciudad (poco más de 20.000 habitantes) con la apenas veintena de médicos censados, más los farmacéuticos y veterinarios para atender las juntas de sanidad por distritos. También dispuso la limpieza diaria de calles y vertederos, la fumigación de viviendas, forasteros y mercancías llegadas a la estación de ferrocarril, fijándose un servicio permanente para avisos y camilleros en el edificio consistorial.
La Corporación pronto expuso al Gobernador la falta de fondos suficientes para atender el difícil trance. Solicitó poder aplicar un crédito de 10.000 pts. concedido por la Diputación, en el mes de abril, para desviar las alcantarillas que vertían en el Tajo, cerca del puente de Alcántara, previas a la Casa-Elevadora que impulsaba los caudales del río hasta los depósitos distribuidores ubicados en el centro de la ciudad. La autoridad provincial rechazó la súplica, pues el Ayuntamiento había incumplido el plazo para aplicar el referido crédito a tal fin. Debía ser devuelto íntegramente a la Hacienda pública y hacer una nueva petición. Como medida transitoria y para no dañar la salud pública, el Gobernador decretaría que no se elevasen aguas del río en tanto persistiera la epidemia, medida que se mantuvo hasta principios del mes de octubre.
El 27 de junio llegó a Toledo el nuevo cardenal, el dominico Ceferino González y Díaz-Tuñón tributándole una recepción oficial el Ayuntamiento al tiempo que se invitaba al vecindario a engalanar las fachadas. Mientras, en Madrid, desde el día 16, con la epidemia de cólera oficialmente ya declarada, se vivían jornadas de alborotos y protestas por los cierres de comercios y tabernas que determinaron la intervención de la Guardia Civil. El 2 de julio, Alfonso XII, sin avisar al Gobierno, viajó privadamente a Aranjuez para visitar algunos hospitales y enfermos, gesto que realzó la popularidad del rey al volver a Madrid. El 25 de noviembre, con veintisiete años, moriría de tuberculosis.
Aquel año de 1885, la temporada estival en el río en Toledo fue inexistente, pues el gobernador prohibió los baños, además del lavado de ropas en el Tajo. El nuevo alcalde, Tomás Bringas Villasante , tuvo que destinar hasta cinco empleados para vigilar tales normas. También se vedó la venta de tomates, pimientos y otras verduras seguidas de estériles protestas por parte del gremio de hortelanos. En agosto, el concejo aprobó los habituales actos agregados a la festividad de la Virgen del Sagrario: iluminaciones «a la veneciana» en las plazas del Ayuntamiento y Zocodover, reparto de limosnas en especie a las «clases menesterosas» y música de las bandas militares de la ciudad. Sin embargo, ante la amenazadora epidemia, se acordó posponer la feria de ganado para el otoño (lo que tampoco se materializaría), pues siempre atraía a los forasteros durante varios días y se avivaba el comercio. Hubo tres jornadas de solemnes rogativas en la catedral concluidas con la procesión de la Virgen hasta Zocodover, el día 23.
La penuria de recursos municipales se muestra en que solo se habían podido encargar tres camillas para trasladar enfermos, «dos camas completas sin catres» para el hospital y varios efectos en farmacias y droguerías para las tareas de desinfección. Los gastos de personal eran los pagos al médico-director del «hospital de coléricos», a un practicante, a los fumigadores, camilleros y vigilantes del río. Por otra parte, seguían en deplorable estado las viejas Carnicerías de la plaza Mayor, el matadero de reses próximo a San Lucas y el cementerio de la Vega Baja (inaugurado en 1836), con los añadidos de existir nichos inservibles y el no poder enterrar en el día a los fallecidos. A los barrios más alejados del centro o de extramuros no llegaba la recogida de basuras, como también era escasa el agua para surtir todas las fuentes públicas, observándose en muchos parajes urbanos la habitual presencia de vacas, cabras y otros animales.
En septiembre, una comisión creada por el Ayuntamiento viajó a Madrid para adquirir productos destinados a las fumigaciones y llevar muestras del Tajo al laboratorio químico municipal de la capital que dirigía el doctor Fausto Galagarza (luego premiado por sus trabajos en la epidemia de cólera) que no hallaría elementos «micro-organismos infecciosos», como tampoco en posteriores analíticas. Aquello animó a que Toledo aprobase tener su propio «gabinete histo-químico», realidad que llegó, años después, en las bovedillas de la casa consistorial de la plaza del Ayuntamiento. El 18 de octubre tendría lugar un Te Deum por «la desaparición de la epidemia colérica» con iluminaciones en la calle, música y «cohetes voladores». La lluvia impidió celebrar la procesión prevista de la Virgen del Sagrario, con el consiguiente ahorro para el Ayuntamiento que ya había empleado en la «calamidad púbica» vivida, más de las 10.000 pesetas presupuestadas.
Según los Estudios Epidemiológicos sobre el cólera de Philipp Hauser (1832-1925), en la ciudad de Toledo, hasta el 23 de agosto de 1885 hubo 154 invadidos y 115 muertos. Un boletín oficial bajó las cifras a 134 y 50, respectivamente, para todo el año.
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