VIIVIR TOLEDO

La debatida epidemia de cólera morbo asiático de 1884

En tierras toledanas, el primer brote se dilató desde junio de 1833 hasta el año siguiente. La situación desató protestas en las calles, cierres de locales y alborotos ante el Ayuntamiento y el Gobierno Civil

El gobernador creó un lazareto al final del actual paseo de la Rosa para que cualquier persona que saliera de Toledo cumpliese allí diez días de cuarentena con estancias de pago

Fumigación de viajeros en París, en 1834, llegados de Toulouse y Marsella, huyendo de la epidemia. La Ilustración Española y Americana

Por RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN

En 1817 el cólera morbo asiático alcanzaba Europa para reaparecer luego, con desiguales episodios, en el siglo XIX. En España se detectaron nuevos brotes en 1833, 1854, 1865 y 1885. En tierras toledanas, el primero se dilató desde junio de 1833 hasta el año siguiente. Hubo una segunda oleada en el bienio 1854-1855 que dejó 10.670 muertes en la provincia, en cambio, la tercera tuvo menor incidencia. El cuarto episodio surgió, en junio de 1884, en la costa levantina, siendo Toledo un aislado foco -con discutidos diagnósticos- que preludiaron otras crisis locales afloradas en 1885 y 1890.

El 24 de junio de 1884 la Dirección General de Sanidad y Beneficencia ordenaba a los gobernadores civiles activar las comisiones provinciales de sanidad. En Toledo, el canovista Luciano Miguel cumplió el mandato, recibiendo el día 30 las primeras medidas de dicha comisión que presidió el subdelegado de Medicina, el doctor Francisco Miguel Cuadrado. En la capital alarmaban factores de contagio como eran sus angostas calles y casas, el mal estado de las antiguas carnicerías (s. XVI), del matadero, del cementerio o la existencia de vertederos cercanos a dos hospitales. Se pedía suprimir el colchoncillo ubicado en la Catedral para expósitos -por si se dejaban «cadáveres coléricos»-, las mondonguerías y las «fábricas de cuerdas de guitarra», por obtenerse éstas de tripas de ganado lanar. Bajo la atenta observancia del Gobernador, el alcalde accidental, Felipe de San Pedro, convocó la junta local y las comisiones por parroquias (distritos), integrado en cada una a un médico o un farmacéutico. En las casas consistoriales se cogerían por la noche los avisos de enfermos y un servicio de camilleros los trasladaría a un pabellón aislado, atendido por el médico Ramón Barsi , en el Hospital de Tavera.

En varios lugares se imponían para los infestados cordones sanitarios, lazaretos y cuarentenas, todo ello de nulo efecto al ignorase la causa del mal vigente. En agosto, Toledo celebró su Feria mientras que médicos, farmacéuticos y veterinarios pedían mejorar la higiene pública y privada. En septiembre se aislaron en la ermita de la Guía un médico –Julio Arnáiz- con un soldado enfermo que, según caricaturizó una gacetilla, lo era por una ingesta de judías estofadas, pan, tintorro y «trece libras de melón».

En octubre, el cólera morbo parecía circular en Toledo sin dejar evidentes huellas según debatían los facultativos. Aunque Pedro Gallardo, cirujano del Hospital Provincial, estimó casos ambiguos en ese centro, el Asilo y la Maternidad, otros colegas dudaban que no brotaran contagios en el Hospital del Rey, la Academia, los colegios de Huérfanos y de Doncellas, el Seminario y otros lugares colectivos. El 15 de noviembre, el Gobierno envió a Toledo un inspector general de Sanidad, el doctor Marcial Taboada de la Riva, cuyas opiniones asumiría el nuevo gobernador civil, Antonio Alcalá-Galiano Miranda. El día 26 se decretó confinar la ciudad dentro de las murallas sin atender las quejas del Ayuntamiento que alegaba al auge del miedo, la falta de abastos, los daños al comercio e, incluso, de los obreros que no podían acudir a la Fábrica de Armas.

La situación desató protestas en las calles, cierres de locales y alborotos ante el Ayuntamiento y el Gobierno Civil que, el día 27, emitía un bando anunciando el uso de la fuerza pública si proseguían los «tumultos». Tras varios cruces de escritos y órdenes entre la Alcaldía y el Ministerio de la Gobernación –que dirigía Romero Robledo- se amplió el cordón hasta las fincas próximas a la ciudad, dejando libre el enlace por tren. No obstante, el gobernador creó un lazareto en la Cerámica , en la salida hacia Ciudad Real (al final del actual paseo de la Rosa), para que cualquier persona que saliera de Toledo cumpliese allí diez días de cuarentena con estancias de pago -tasadas en 30, 20 y 10 céntimos diarios-, pero facilitando comida gratuita a los pobres de solemnidad.

El 1 de diciembre, Saturnino Milego, director de El Nuevo Ateneo , «apoyado en el dictamen de los hombres de ciencia», añadía su crítica al cordón vigente. Publicó documentos oficiales, reseñas médicas y de varias instituciones, más las gestiones de una comisión ciudadana en Madrid ante los diputados y senadores de la provincia. Hubo amenazas de dimisiones por parte de los concejales y críticas al trabajo hecho por el doctor Marcial Taboada , el inspector enviado por el Gobierno, pues, como manifestaban diversos médicos locales, daba como mórbid o seguro cualquier caso sospechoso, sin investigar los antecedentes reales de cada episodio. La grave epidemia de origen asiático que -según las instancias gubernativas-, sufría Toledo chocaba con unos datos que divulgó El Nuevo Ateneo : en los meses de octubre y noviembre de 1883, la ciudad tuvo 145 defunciones, creciendo, sólo en ocho, las habidas en igual período de 1884.

A pesar de todo, la Corporación dispuso fondos para desinfectar cualquier foco y ayudas para medicinas entre los vecinos sin recursos. Pidió donaciones de ropas de cama y abrigo, pues las familias más humildes perdían en el fuego sus ajuares y enseres para eliminar toda infección. No cejaron las peticiones municipales al Ministerio de Gobernación para ampliar el cordón sanitario y poder atender las faenas agrícolas, el comercio, incluso el «esparcimiento y recreo». Su vigencia impedía cualquier entrada y salida de recursos, el comercio y la industria, en especial la venta de mazapán en las vísperas navideñas. El final de aquel año acababa en un triste escenario para la ciudad que parecía cambiar el 4 enero de 1885 cuando el Gobierno retiró el cordón sanitario.

El día 15 del mismo mes, el médico Juan Moraleda y Esteban (1857-1929) escribió en El Nuevo Ateneo que el mal vivido en Toledo no vino de unas mantas traídas de Palma de Mallorca al Asilo Provincial, tras probar la falta de relación entre los casos allí habidos. De cuatro tipos de cólera - morbo-asiático, endémico , esporádico y cólicos coleriformes -, solo vio afectados por los endémicos y coleriformes sin existir agentes extraños. Por entonces cundía la doctrina telúrica del profesor alemán Pettenkofer que fijaba en el entorno natural un propagador del cólera. Así se entiende que Moraleda aludiese al agua filtrada por la base rocosa y la vegetación para motivar emanaciones (miasmas) del río que afectaron a «braceros, artistas, y no pocas personas acomodadas, de temperamento nervioso, e idiosincrasia biliosa y constitución empobrecida, aptos para recibir cualquier agente capaz de poner en desequilibrio su estado».

En junio de 1885, tras unos meses durmiente, el cólera renació en Toledo como también acaeció en 1890, siendo ésta su última visita en el siglo que finalizaba gracias ahora a los recientes frutos de la joven microbiología médica.

Rafael del CERRO MALAGON
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