Toledo

«Los clientes nos ayudaron a llevar mejor este tiempo tan silencioso»

María Jesús Orellana Romero es pescadera y ha estado durante dos meses al frente del local que regenta, junto a su marido, en la calle Tornerías de Toledo

María Jesús, junto a su marido Félix, en la pescadería que regentan F. Ramírez
Francisca Ramírez

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Ni en sus peores sueños, María Jesús Orellana Romero , de 52 años, se podía imaginar el miedo que le iba a acompañar desde que se decretó el estado de alarma por el Covid-19 . Con la sonrisa en los labios, y pasadas las ocho y media de la mañana, María Jesús —más conocida como Chus—, confiesa que en esos primeros días, «no sabía como actuar. Cómo desenvolverme. Todo era muy tenso. La gente fue muy respetuosa con nosotros y nos lo puso todo más fácil». Ella, que regenta junto a su esposo, Félix, la «Pescadería Félix Arroyo», abierta en 1982, se muestra ahora más optimista con el inicio de la desascalada.

En esta nueva normalidad, Chus, que salió de su Cáceres natal, junto a su padre, guardia civil, su madre y su hermano, asegura haber sido muy feliz esos años en Toledo. Estudió en el colegio Divina Pastora y luego, en la Universidad Laboral. Cuando apenas tenía 18 años, conoció a Félix, su amor y compañero de viaje. «Llevamos toda la vida juntos. Él ya era pescadero cuando le conocí», rememora.

Explica que en este tiempo marcado por el Covid-19, ellos decidieron abrir y estar todos los días en su pescadería, uno de los locales más antiguos de la calle Tornerías. «Nuestos clientes, que eran de edad media, dejaron de venir porque no podían salir. Ahora los que se acercan por aquí son gente joven, muy majos, que sin conocernos de nada, han tenido un trato inmejorable con nosotros. Estoy muy agradecida con ellos», repite. A su lado, Félix asiente con la cabeza mientras hace rodajas una merluza.

Chus reconoce que esa clientela nueva le ayudo a superar esa sensación de miedo y soledad que vivió al ver las calles vacías y, como en una vieja película en blanco y negro, la poca gente que veía siempre estaba en una fila: en la farmacia, el supermercado, el estanco y aquí. «Lo que más me llamó la atención fue ese silencio tan grande, la ausencia de coches. Ha sido muy triste. Muy duro. No estabámos acostumbrados a estar así y hemos tenido que amoldarnos a una situación desconocida para todos», reflexiona.

Explica que desde que decidió quedarse trabajando en este establecimiento , se levanta muy pronto, para emprender el camino hacia el casco histórico y llegar a tiempo para echar una mano y descargar el género. «Colocamos el puesto y a la ocho y media, abres la puerta para que la gente venga a comprar», explica.

Y llega la pregunta final. ¿Ha bajado el consumo de pescado?. «Claro que sí, pero seguiremos abriendo para ofrecer el mejor género a nuestros clientes, la gente sale ya más y esto se va animando», dice mientras ordena en el mostrador el atún, el emperador, las doradas, lubinas, boquerones y la merluza.

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