José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XLIII)

Don Quijote en plena gestación

Regresó Miguel de su entrañablemente amada Andalucía, más apaleado que saliera Don Quijote después de enfrentarse con los desalmados yangüeses

Regresó Miguel de su entrañablemente amada Andalucía , más apaleado que saliera Don Quijote después de enfrentarse con los desalmados yangüeses; mas no necesitó comprarse ese «ingenio de canónigo» quevedesco para equilibrar su vida, ya que llevaba en el fondo del alma un latido de fuego especial, que anulaba con su fuerza vivificadora, la gran caída de ánimo que pudiera sufrir el «Regocijo de las musas» que fuese realmente el «alter ego», el retrato vivo de Don Quijote.

«El Señor de los Tristes» -nos dice su autor-, se había engendrado en una cárcel. ¿En las de Argel, acaso? ¿En la de Castro del Río? En la primera, estuvo acompañado -casi en mayoría- de nobles caballeros, varones de la Iglesia o valientes soldados. En la segunda, seguramente un pequeño calabozo rural, estuvo a solas con sus pensamientos, mano a mano con sus inmensas soledades. Únicamente, se está refiriendo Miguel al gigantesco recinto, a la infernal galería desgarradoramente al límite de la resistencia humana, dantesca «Corte de los Milagros» donde ni siguiera la muerte tenía jurisdicción, pues nadie la temía: la Cárcel Real de Sevilla.

De entre tanta miseria, de entre tanto lodo, de entre tanta amargagura va a extraer Cervantes el «Arcángel de la Locura» , el más singular de los personajes literarios de todos los tiempos: sublime pensador, paradigmático dominador de la más alta filosofía, y al mismo tiempo desolado payaso cruelmente burlado.

Es muy posible y lógico, que la obra precursora de la novela moderna, de la ficción argumental de un disparate, encerrada en el cofre del ingenio, que saliera a la luz correctamente vestida con el traje nuevo estampado de alegres verosimilitudes. Traje impecable, confeccionado en valiosa seda tejida en los gloriosos telares de la dura realidad y de la intangible fantasía.

Cervantes, parodiando humoristicamente los disparatados libros de caballerías, lo definirá luego en un terceto del «Viaje del parnaso» diciendo: «Yo he abierto en mis Novelas un camino/por do la lengua castellana puede/mostrar con propiedad un desatino».

La técnica seguida por Miguel de Cervantes, a quien luego en el «Viaje...» llamará el dios Mercurio «raro inventor», es tan sencilla como ingeniosa: utiliza el argumento de los libros de caballerías, principalmente el «Amadís de Gaula», haciendo protagonista a un presunto loco que, aprovechándose de la ficción y de la enfermedad mental, va a decir lo que le venga en gana contra lo humano y lo divino, desnudando a una sociedad injusta e hipócrita, así como a una Iglesia corrupta y depredadora, que trasmite y mantiene la fe del Salvador a cristazo limpio. Y, paradójicamente, logra que se monde de la risa el absolutista real poder y que el mundillo clerical, incluido el aterrador Santo Oficio, lo haga también a mandíbula batiente. Y eso que a los Cuadrilleros de la Santa Hermandad les llama «ladrones en cuadrilla que no cuadrilleros», y a los segundos (los cardenales de Roma), les hace comparación del «mutatio caparum» con el vulgar intercambio de albardas entre asnos.

Vamos a obviar todos los acontecimientos históricos que giran en torno a este hombre predestinado, que ahora ronda los cincuenta años y comienza a dar los grandes frutos del árbol de una vida criado a duros golpes de un Destino que no tiene traza alguna de caótico sino de providencial.

Miguel, en su refugio del pequeño lugar que se pierde en el mapa entre Aranjuez e Illescas, con estancias en su admirada ciudad de la Mitra Primada, de las cofradías artesanas, a la que denominara «gloria de España y luz de sus ciudades», escribirá «El Quijote» como una más de las «Novelas ejemplares», para ser leída en dos o tres horas. Pero don Alonso Quijada, una vez aparecida la figura de Sancho Panza, se le agiganta en las manos y se le escapa del papel, en el milagro del diálogo, teniendo que ir a recuperarlo en la algarabía del el Alcaná de Toledo , donde todo era vendible y todo fácil de encontrar.

Este capítulo periodístico de la biografía cervantina, es para nosotros el respiro de quien acaba de escalar la alta cumbre. Cervantes –a quien quedan varios cálices que apurar- ha comenzado a cumplir la principal misión de su existencia, «El Quijote» , el Código de los Tristes que, para quienes buscamos el verdadero sentido de la vida, después de Cristo es la única revelación.

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