Crimen de Cristina Martín
Los forenses desarman la defensa: «José Rafael sabía lo que hacía; no es un acto típico de una persona depresiva»
Su esposa tuvo «poca capacidad de respuesta» por su débil estado físico y funcional
José Rafael García sabía lo que hacía, y no puso freno para evitarlo, cuando asestó dos puñaladas mortales a su esposa, Cristina Martín, el 5 de febrero de 2017 en el chalé familiar de Mora. La depresión que supuestamente sufría entonces el marido, y que defiende su abogado para justificar el atroz crimen , se vio desmontada este miércoles por los forenses Valeriano Muñoz y Francisco Monteaguado. Ellos realizaron la autopsia a Cristina Martín, un informe sobre el frágil estado físico de ella antes de morir y otro acerca de la imputabilidad de su esposo.
Para elaborar este último, los doctores visitaron al reo en la prisión de Ocaña el 23 de noviembre de 2017, además examinar otros informes médicos del acusado anteriores. Y su conclusión fue clara, teniendo en cuenta la gravedad de los hechos:los forenses no apreciaron patologías psiquiátricas, amén de la posible depresión, con lo que José Rafael no sufrió ningún trastorno el día del crimen que le pudiera garantizar una imputabilidad. Fue consciente de lo que hacía y no impidió ejecutar su acción mortal. Los forenses no vieron que tuviera alteradas sus capacidades para entender lo que hacía (cognitivas) y controlar sus actos (volitivas).
«No se trata de un acto característico y típico de una persona depresiva», afirmó Valeriano Muñoz, quien repitió varias veces la misma idea durante su extensa intervención en la Audiencia de Toledo. «A los deprimidos no les da por matar a los demás», sentenció el forense en la tercera jornada del juicio con jurado popular.
Después del crimen, a José Rafael se lo encontró un guardia civil en un dormitorio de la casa y a oscuras. El agente encendió la luz y se lo encontró sudando, moviéndose de un lado a otro. Después de unos tres minutos en los que estuvo como ido, el marido colaboró y no ofreció resistencia para ser detenido, según contó ayer el guardia. Este había intentado antes taponar con una toalla la hemorragia de Cristina, que estaba rodeada de mucha sangre. «Él no dijo nada, ni en el dormitorio ni en el traslado al cuartel», añadió.
José Rafael había clavado dos veces, en el corazón y en el pulmón izquierdo de Cristina, los 29 centímetros de hoja de un cuchillo de acero inoxidable. Lo cogió de un maletín guardado en la cajonera de un mueble de la cocina, cerrado con una brida que el marido tuvo que manipular.
Esto lo contó, durante una pormenorizada explicación de la escena del crimen, uno de los guardias civiles que realizó la inspección técnico-ocular. «La víctima ni siquiera se calzó las zapatillas, que estaban al pie del sofá, por lo que entiendo que ella estaba tranquila, sentada y sin moverse», añadió este especialista.
El forense Valeriano Muñoz señaló que el homicidio se tuvo que producir frente a frente, bien de pie o en el suelo (la madre de Cristina, testigo presencial, aseguró que su hija estaba en el suelo cuando José Rafael la mató). Y afirmó también que las puñaladas se tuvieron que asestar cogiendo el cuchillo con las dos manos, ya que «se imprimió mucha fuerza» para atravesar el esternón. «La causa de la muerte fue una hemorragia masiva que dejó el cuerpo sin sangre», dijo Muñoz, tras las dos puñaladas que atravesaron el pulmón izquierdo y el corazón.
Cristina, que sufría ataxia cerebelosa (falta de coordinación de movimientos), moría después de una vida con muchos dolores debido a su precario estado físico y funcional. «Tenía una media de tres ingresos hospitalarios al año», señaló el forense. No padecía, sin embargo, la enfermedad denominada «huesos de cristal», según confirmó.
Muñoz dejó claro que Cristina, de 39 años, necesitaba ayuda técnica o física para poder moverse. También sufría la enfermedad de Ménière (pérdida de audición y vértigos), no doblaba bien sus articulaciones y recibía los alimentos triturados porque no podía tragar.
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