La Alcarria sueña con los años 60

El Trasvase Tajo-Segura lleva décadas siendo un foco de conflicto en la comarca, donde la pérdida de agua en los embalses de Entrepeñas y Buendía, agudizada por el cambio climático, se traduce en declive económico e indignación

Vista del pantano de Entrepeñas desde Sacedón, un pueblo de Guadalajara, el pasado mayo S. Nieto
Silvia Nieto

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Hace unos meses, durante el esplendor de la primavera, el confinamiento devolvió a la naturaleza los espacios que suele ocupar hombre. En el tramo de carretera que conduce desde Alcalá de Henares a Guadalajara , el paisaje tenía un punto exuberante. Bajo los guardarraíles, surgían las margaritas, las amapolas y los matojos de hierba, que acompañaban a los coches hacia el interior de la provincia. Detrás de las ventanillas, abundaban los chopos, reverdecidos por la primavera, y las vegas, las tierras preferidas por los agricultores, por ser por las que transcurren los ríos.

Repartida entre Madrid, Cuenca y Guadalajara, la Alcarria acoge en las dos últimas provincias uno de sus mayores atractivos: los embalses de Entrepeñas y Buendía , construidos entre los años 40 y 50 y responsables del florecimiento turístico de la comarca durante la década siguiente. «Las Anclas –se puede leer en ABC, en un anuncio publicado en la edición del 13 de junio de 1964, acerca de esa urbanización recién construida- le brinda la oportunidad de poseer, junto a Madrid, un lugar ideal de veraneo familiar y fin de semana, realizando una gran inversión».

El enfrentamiento

Desde esa época de esplendor económico, de la que datan las historias sobre los veraneos de la familia de Franco y el marqués de Villaverde, ha pasado mucho tiempo , pero no de la mejor manera posible.

Con el Trasvase Tajo-Segura, la cuenca de Entrepeñas y Buendía comenzó a descargarse hacia el sureste de España, una región calificada como la más árida de Europa. Gracias al suministro de agua, se garantizó el abastecimiento de sus moradores, se disparó su capacidad turística y se impulsó el regadío, que se convirtió en una actividad económica esencial y provechosa. «Son unos cultivos muy rentables, que se exportan», explica Jorge Olcina , catedrático de Análisis Geográfico de la Universidad de Alicante. «En 1966, hubo una gran sequía en el Levante. El Gobierno anunció un trasvase, que comenzó en 1979. El agua de los pantanos bajó a mediados de los 90, y esa fue la primera fuente de conflicto», añade.

«En todo reparto de recursos hídricos, hay choques», confirma Lino Camprubí , autor de «Los ingenieros de Franco» (Crítica, 2017). Durante la dictadura, la construcción de pantanos se llevó a cabo para preservar cada gota de agua caída del cielo, con el objetivo de generar energía o potenciar el regadío. Como cabe suponer, este tipo de obras siempre fue una fuente de enfrentamientos, y no solo territoriales. «En el régimen -cuenta el historiador-, se produjeron luchas entre el Ministerio de Industria y el de Agricultura», con intereses encontrados sobre el uso que debían tener los embalses. Ante la resistencia de algunas regiones, se llegaron a paralizar «50 proyectos de presa», comenta.

En el caso de la Alcarria, los pueblos renunciaron a algunas de sus tierras más fértiles, que fueron expropiadas por el Estado. Entre 1960 y 1970, se produjo un gran éxodo del campo a la ciudad. En esa década, la provincia de Guadalajara perdió casi 34.000 almas , pasando de 184.000 a 150.000 habitantes, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Sin agricultura, sin agricultores y con un turismo menguante por culpa de una sequedad cada vez mayor, el sentimiento de agravio se propagó en la región. Con el tiempo, la cuenca donante y la receptora radicalizaron sus posturas, y a la ira se unió el cambio climático: «Desde el año 2000, llueve menos en la cabecera del Tajo. Para lograr una sustitución progresiva del Trasvase, debería haber un acuerdo o un plan de actuación», propone Olcina. Con técnicas como la desalación o el agua residual depurada , el sureste de España podría encontrar nuevas vías para abastecerse y exigir menos hectolitros a los pantanos alcarreños. «El problema no se va a arreglar de hoy para mañana, pero hay que pensar soluciones. Con posturas radicales, no se va a ninguna parte», concluye el experto.

El viaducto del pantano de Entrepeñas, desde la carretera que sube a Alocén S. Nieto

Oportunidad para el turismo

Subiendo una pendiente que recuerda a una espiral, las primeras casas de Alocén asoman por las ventanas del coche. Dispuestas como los escalones de una montaña, sus terrazas miran al pantano de Entrepeñas, que se extiende a los pies del pueblo como una gran lámina azul. Con 174 vecinos empadronados en 2019, la pequeña localidad posee unas vistas privilegiadas. A lo lejos, un bloque de pisos permite distinguir Las Anclas , una de las urbanizaciones más conocidas de la zona, y, a sus espaldas, Pareja , una villa que señorearon los obispos de Cuenca desde la Edad Media, y a la que agraciaron con una hermosa iglesia del siglo XVI.

Durante los meses de confinamiento, se barajó que el turismo interior podría aumentar en España, debido a las restricciones a los viajes al extranjero que exigía la pandemia. En Entrepeñas, las fuertes lluvias lograron que el pantano subiera su nivel, situándose al 56 por ciento de su capacidad en mayo, según datos de la Confederación Hidrográfica del Tajo (CHT). Después de que se redujera a un decepcionante 9,58 por ciento en 2017 , la cifra era esperanzadora. Desde el balcón de su casa y protegida con una mascarilla, Luisa García , una vecina de Alocén de 75 años, lo resumía así la pasada primavera: « Si no hay agua, no hay turismo . Hacía muchos años que el pantano no estaba bien. Antes, decían que el agua se podía tocar desde el viaducto». A la puerta de su domicilio, Ricardo e Isabel , de 57 y 55 años, también lamentaban la caída de visitantes. Sin estar en contra del Trasvase, subrayaban su rechazo a que se llevara a cabo a costa de empobrecer la región.

Unos meses más tarde, las callecitas de Alocén todavía conducen a una plaza que parece un balcón sobre el embalse. Como un regalo que anticipa el otoño, el fresco de la tarde de finales de agosto anima a los vecinos a tomar algo, mientras los niños juegan en los columpios. En el bar de la esquina, la vicealcaldesa de la localidad, Gloria Bellido , de 56 años, conversa con ABC. «Ha subido el aforo de gente, y no solo en este pueblo, sino también en otros. Ha aumentado el turismo interior», explica. Gracias al teletrabajo, muchos ciudadanos han pasado más tiempo en sus segundas residencias: «Los visitantes se han quedado un periodo largo de tiempo , no solo 15 días», comenta. Con el 41 por ciento de su capacidad, Entrepeñas ha podido desplegar una oferta de ocio atractiva: «En el pantano, se siguen realizando actividades náuticas. Ahora, estamos en negociaciones para reabrir la Escuela de Vela de Alocén», añade.

La iglesia de Alocén, uno de los pueblos que disfruta de mejores vistas a Entrepeñas S. Nieto

Con una abundancia que despierta optimismo, las embarcaciones que flotan sobre Entrepeñas se aprecian bien desde lo lejos. Hace tres años, para encontrar la superficie del embalse había que caminar varios kilómetros, lo que dañó enormemente la práctica de deportes náuticos. «Si no hay agua, perdemos actividad y lo perdemos todo», concreta Concha Valledor , de 60 años, directora de la Federación de Vela de Castilla-La Mancha. « El motor de la zona es el agua , es el requisito para que haya actividad náutica. Este deporte es un hábito, y si estás un año en dique seco, luego cuesta mucho retomarlo», reflexiona. Sobre la influencia que la pandemia ha tenido sobre la economía, no tiene dudas: «Ha habido más personas en el pantano. Antes, la gente se iba a la playa. Este año, los pueblos y las urbanizaciones han estado llenos», señala.

Desde Turismo de Guadalajara, confirman el análisis de Valledor, también desde el otro lado del auricular: «En la provincia, ha habido mucho más turismo rural. Se ha rozado el cien por cien de la ocupación », puntualizan. Consultando los datos proporcionados por el INE sobre alojamientos de turismo rural en la provincia, se puede observar cómo la cantidad de viajeros y pernoctaciones de residentes en España y el extranjero ha sido similar entre julio de 2019 y julio de 2020. El dato es interesante, dado que contrasta con el desplome general del turismo en el resto de España.

El futuro de una región

Sobre un promontorio que salva su desnivel mediante una muralla, la villa de Pareja se sitúa entre Alocén y Sacedón. Con 393 vecinos empadronados, el pueblo ha parecido bastante transitado, aunque Manuel Luiso , de 60 años y propietario del bar La Plaza, teme por el futuro de su negocio, recordando el daño que el temor causado por la pandemia ha provocado en la hostelería: «He visto que la actividad ha sido el 50 por ciento de la que hubo el año pasado. La gente tiene miedo », explica a ABC, haciendo hincapié en la inquietud que ha despertado la llegada de vecinos que residen en Madrid, Guadalajara u otros municipios durante el resto del año, lugares a menudo más afectados por el Covid-19.

En Pareja, bajo la sombra de una casona blasonada del siglo XVIII y alrededor de la fuente de caños, no ha sido extraño contemplar a los grupos de niños dedicados a sus juegos, mientras los adultos disfrutaban de alguna consumición en las terrazas próximas. En el pueblo, el pantano se manifiesta bajo la forma del Azud, un lago que se encuentra a poco más de un kilómetro y que se ha convertido en uno de sus grandes reclamos. Recorriendo la carretera que desfila por una de sus orillas, se llega a Sacedón , uno de los mayores municipios de la zona, con 1.533 vecinos empadronados. Por sus calles, es frecuente observar a los vecinos de los alrededores haciendo la compra o aprovechando para pasar el día de una manera distinta, debido a la abundancia de servicios y comercios.

El Azud de Pareja, un paseo con lago a un kilómetro del pueblo S. Nieto

«Hemos estado a tope. Ha habido muchísimo trabajo. Creo que toda la gente que tenía segundas residencias ha aprovechado para venir a las casas de sus padres y abuelos en los pueblos, donde tiene patios o jardín», explica Hugo Ruiz , de 33 años, trabajador del restaurante Borneo de Sacedón. «Las urbanizaciones han estado llenas, ha habido nuevos empadronamientos. No creo que el incremento se haya debido a la subida del agua, sino al Covid-19. Incluso se ha registrado una subida de las compras de viviendas y de las reformas. La gente del pueblo decía que esto parecían los años 80», añade.

Encargada de pelear por la recuperación económica y turística de los pueblos que rodean a los pantanos y muy crítica con los trasvases y el daño que han causado en la zona, la Asociación de Municipios Ribereños de los Embalses de Buendía y Entrepeñas también tiene su sede en Sacedón. Como explica su presidenta, María de los Ángeles Sierra , a ABC, «en los años 60, vivíamos del turismo, pero entonces llegó el Trasvase. Pedimos que no se hagan, sobre todo si los embalses se encuentren por debajo del 60 por ciento de su capacidad». «Solo queremos -concluye- que nos ayuden a seguir viviendo en la zona».

El tiempo dirá si su deseo se hace o no realidad.

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