Así sobrevivió Mariano Rajoy a las presiones y a la tormenta

Este es el relato de cuatro meses que vivió en el filo: desoyó las llamadas de socialistas a sus ministros y evitó ser otro Passos Coelho

Mariano Rajoy, tras una reunión en Moncloa MAYA BALANYA
Mayte Alcaraz

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Mariano Rajoy viaja en AVE a Córdoba. Le han dicho que hace buen tiempo así que únicamente viste una americana de entretiempo con tenues listas sobre una camisa blanca sin corbata. Es sábado 23 de enero y solo han trascurrido 18 horas desde que le dijera no al Rey. «No» a intentar ser presidente del Gobierno de España por segunda vez en su vida. Aunque en el «marianismo» no hay «noes», solo «ya veremos», a Felipe VI ha tenido que decirle que rehúsa el encargo porque la investidura, como le aconseja su equipo, es «para ser investido» y él no tiene apoyos para lograrlo. La Constitución solo ofrece dos posibilidades: aceptar o declinar . La tarde antes, en un acto en el Museo del Prado, ha dicho que se ve «con todas las fuerzas», pero ha sido lo suficientemente cauto para no incurrir en el pecado de hemeroteca de asegurar algo que va a incumplir. Porque ese día del Prado ya sabe que dejará pasar el turno.

Escrupuloso con las formas, no quiere condicionar al Rey manifestando públicamente que declina. Algunas fuentes consultadas por ABC sostienen que privadamente el mensaje sí fue transmitido y apuntan a alguna divergencia entre el jefe del Estado y el del Gobierno en funciones. En La Moncloa lo niegan. Don Felipe opta por hacerle el encargo que queda desierto. Mientras viaja a Córdoba, el líder del PP recuerda el momento en que decidió, como privadamente bromea, «dejar pista al artista», es decir, franquear el paso a Pedro Sánchez para que se someta a la investidura . Y ese momento se escribe en portugués.

La visita del amigo portugués

El martes anterior, 19 de enero, Paulo Portas visita informalmente a Soraya Sáenz de Santamaría . El que fuera vicepresidente del defenestrado gobierno luso de Passos Coelho (uno de los mejores amigos políticos en la UE de Rajoy) viene a Madrid porque el ministro García-Margallo le va a imponer la Gran Cruz del Mérito Civil. En el café con la vicepresidenta le dice sin ambages: «Tened cuidado porque en Portugal la alianza de izquierdas que echó a Passos se cimentó sobre el Pleno en el que se despedazó al Gobierno de centro-derecha salido de las urnas. Fue entonces cuando la izquierda se vio fuerte». La número dos de Rajoy tarda pocos minutos en encender las alarmas en La Moncloa : de una investidura sin apoyos y con todos los grupos de la Cámara atacando al Gobierno (con la inestimable ayuda del incesante goteo de casos de corrupción), Rajoy saldrá muerto. Pero el presunto difunto cree, con Sabina, que «el traje de madera que estrenaré no está ni siquiera plantado».

Iglesias reafirma a Rajoy

Cuando Santamaría le cuenta lo ocurrido en el Parlamento de Lisboa, al presidente no le quedan dudas de que irá con un «no» a La Zarzuela. Y si le quedaba alguna, la rueda de prensa a mediodía de la plana mayor de Podemos mientras Sánchez acude a ver al Rey (el líder del PSOE pediría en las dos siguientes rondas no volver a darle a Iglesias esa ventaja temporal) queda despejada inmediatamente. Es día de Consejo de Ministros pero enseguida alertan a Rajoy de que el partido populista está echando un órdago a Sánchez, que es informado por el Rey. Iglesias canjea cromos para prestarle sus 69 escaños : pide ser su vicepresidente y «reparte» las mejores cartas y carteras para su ejecutiva. Y, además, se mofa en directo para gozo de las tertulias: «El que Sánchez sea presidente es una ironía del destino que me tendrá que agradecer», sentencia . El dirigente popular concluye: si lo de su amigo Passos fue acudir al matadero y ofrecer todas las bazas al enemigo, aquí es peor porque la alianza de izquierdas «puede estar más hecha de lo que parece».

Para tomar la decisión, Rajoy se ve con gente. En privado. Sobre todo de su partido. En su equipo niegan que hable de ello con su antecesor socialista, que está que trina con la humillación a su partido del otro Pablo Iglesias. De hecho, el miércoles siguiente al viaje de Rajoy a Córdoba , González almuerza con embajadores y lanza un duro ataque a Podemos; horas después, aboga en una entrevista en «El País» por que ni PSOE ni PP impidan que el otro gobierne. Tarde ya, porque días después del 20-D el Comité Federal mandata a Sánchez para que, además de no ser presidente gracias a los independentistas, tampoco sume con la derecha una gran coalición. Por tanto, el PP está vetado. Diecisiete veces -las mismas que niega a Rajoy- vetado por Sánchez. La jugada socialista la resumen así en una reunión interna del PP: Sánchez quiere que Rajoy pase primero, sea breado, y luego pasar él . Va a ser que no, apuntan con sorna.

Mientras tanto, las voces de los barones suenan roncas. No así la de Felipe González , con quien Rajoy se lleva bien. Gajes del cargo compartido. De hecho, el presidente recuerda la buena sintonía que comparte también con José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba , con los que mantuvo almuerzos amistosos. Cuenta que intentó cultivarlos con Sánchez. Por eso le recibe el 23 de diciembre, tres días después de las elecciones ; para ofrecerle un paquete de reformas -en los márgenes del programa popular- que moldea al gusto del PSOE. Sin embargo, aquella cita, fría y hostil, lo desbarata. Desde la escalinata de La Moncloa, Rajoy siente el rechazo del líder socialista. Ni siquiera puede detallarle el plan: el jefe de Ferraz le dice que no quiere ni oír hablar de gran coalición. El tiempo -como los mudos que graban las cámaras- lo rellenan hablando de niños y familia. Desde ese día, el presidente popular recibe mensajes indirectos de muchos socialistas «abochornados» con el comportamiento ineducado de su secretario general. Pero el juego no está en los recados solidarios, sino en el recién estrenado Parlamento, donde se libra la batalla final y la «política espectáculo» para evitar nuevos comicios

El teléfono de Rajoy suena sin cesar aquella tarde de la primera ronda de consultas. Queda bloqueado de mensajes de apoyo de sus compañeros. «Has hecho muy bien, presidente», vomitan los SMS que, desde lo de Bárcenas, el presidente usa con prudencia. Pero el líder popular sabe que algunos de los que le aplauden flaquearán porque los escándalos no dan tregua, con la efervescencia judicial y mediática de Rita Barberá y del PP de Valencia, que curiosamente coincide con los días en los que Rajoy se hubiera presentado a la investidura.

La queja de los vicesecretarios

Hasta los jóvenes vicesecretarios, a los que nombró para conjurar el batacazo autonómico y municipal, parecen incómodos de plató en plató justificando lo injustificable. A su equipo más próximo les advierte: vendrán tiempos peores y algunas zancadillas internas que cuestionarán su inmovilismo. De hecho, es difícil afrontar los días posteriores. Horas antes de coger el AVE a Córdoba le dice a sus íntimos: «Aunque vengan épocas malas, resistiré». Y tanto. «Vio que el partido lo tenía bien y según pasaban los días estaban más a su favor, así que solo se trataba se esperar», apunta un colaborador. Hasta se permite bromear: « Lo vamos a pasar bien». Ha conseguido convencer incluso a su familia, que le aconsejó dejarlo todo.

Sin embargo, la espera se hace larga. Antes de que acabe enero, en un centro integral de FP de Madrid, Rajoy le reta a Sánchez: «Decídase si quiere un gran pacto que dé estabilidad a España o elecciones». Pero el líder socialista tiene una carta en la manga: el último sábado de enero echa un pulso a los barones y anuncia que consultará a las bases el acuerdo con Rivera. El presidente, que mantiene puentes de diálogo con el líder de Ciudadanos, pierde la esperanza. El documento de 200 medidas es «un error» de Rivera, valora Rajoy ante sus íntimos.

Ruegos socialistas a ministros

Durante el mes de febrero las presiones se suceden. Aunque desde La Moncloa se niega que empresarios del Íbex «dejaran caer» la necesidad de facilitar, vía abstención, un Ejecutivo del PSOE y Ciudadanos, ABC ha constatado que sí llegaron mensajes indirectos a oídos del Consejo de Ministros. Hasta importantes socialistas, entre ellos algunos barones, llaman a ministros de Rajoy con los que mantienen buena relación para que «le digan al presidente que lo sensato es no bloquear la gobernabilidad». En La Moncloa se recibieron los ruegos desesperados de miembros del Comité Federal de Ferraz. Pero Rajoy ordena que pasen a beneficio de inventario.

El segundo mes del año avanza y el desacuerdo no puede ser mayor. Primero con Rivera, al que Rajoy entrega una carpeta amarilla con cinco medidas y otros tantos pactos de Estado. Ninguna novedad con el partido que, por primera vez en la historia democrática, muerde votos al centro-derecha del PP. Y si con Rivera las formas se guardan a pesar de que desliza ya que el presidente popular no es la persona adecuada para liderar la nueva etapa, la última cita entre Rajoy y Sánchez el 13 de febrero no puede ser más gélida. Hasta se evita el saludo ante las cámaras. Cinco días después el presidente en funciones le dice al premier británico, David Cameron , que «lo más probable es que vaya a haber elecciones» .

Sabe ya Rajoy que a Sánchez las cuentas no le salen porque además de atraerse a Podemos necesita el concurso de los partidos soberanistas, proscritos por el Comité Federal. Además, al PP los sondeos le empiezan a dar un respiro. E Iglesias tiene su propio vía crucis interno con el enfrentamiento con su número dos, Íñigo Errejón , más partidario que su jefe de aliarse con Sánchez. La segunda ronda de consultas con Felipe VI pone a Ferraz ante su espejo: ahora sí comenzará a correr el reloj constitucional hacia el 26 de junio, pero será el líder socialista quien lo ponga en marcha con su fallida investidura. Es la primera semana de marzo, exactamente dos meses antes de que los españoles, que todavía no lo saben, vuelvan a las urnas. Como diseñó Rajoy mientras viajaba a Córdoba, había que conjurar la suerte de su amigo Passos Coelho. La investidura del 2 y 4 de marzo es un combate durísimo tanto en las formas como en el fondo. Pero el «sparring» no es Rajoy. Es Sánchez.

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