Todo irá bien
Casi una parodia
Ninguna pretensión de la Generalitat va en serio, porque no hay estrategia, ninguna voluntad que no sea la de la bronca gratuita y estéril para disimular que es imposible la independencia
La única media victoria –siempre en el terreno de lo simbólico– que el independentismo había logrado era el 1 de octubre y ha renunciado a ella desde que Puigdemont y Torra le piden al presidente del Gobierno un nuevo referendo . Primero tuvieron que reconocer que no hubo tantos heridos ni de aquella gravedad. Luego asumieron el valor pedagógico de la porra y por muchas comisiones de investigación que organicen ahora, supieron que el Estado iba a defenderse y han actuado desde entonces en consecuencia. Y finalmente –les ha costado dos años– han admitido que aquello no fue un referendo y por eso le reclaman otro.
El recibimiento de Torra a Sánchez contuvo esta renuncia y el independentismo reducido a folklore. Lo que quiso parecer solemne murió aplastado como un merengue y delató el intento de fingir una dignidad que las malas decisiones de los presidentes Mas, Puigdemont y Torra arruinaron hasta extinguirla. Es tan pomposa y vacía la carraca del actual inquilino de Palau , que en su aldeana obsesión por presentarse como un jefe de Estado, se olvidó de lo más obvio, que fue el control de los tiempos, y quedó esperando un buen rato en la puerta a Sánchez, con las manos cruzadas a la altura de la entrepierna como un defensa en la barrera de un partido de solteros contra casados. Pedro Sánchez remató la horterada llegando a San Jaime con más coches que la caravana de los Reyes Magos e Iván Redondo, con su absurda reverencia a Torra, fue el comercial que se hace el simpático consciente de que está abriendo una nueva línea de negocio.
Fue la cumbre de dos farsantes jugando a quién enreda más al otro. Ninguna pretensión de la Generalitat va en serio, porque no hay estrategia, ninguna voluntad que no sea la de la bronca gratuita y estéril para disimular que es imposible la independencia que prometieron y que no tienen nada que ofrecer a los catalanes; y ninguna promesa de Sánchez puede ser creída , por la facilidad con que falta a su palabra y por la vieja tradición socialista de engatusar a los que más se hacen los libertadores de Cataluña. Felipe «peluchizó» a Pujol, Zapatero engañó primero a Maragall para tener su apoyo en las primarias, luego a Esquerra para lograr su investidura, y finalmente a Mas en la negociación del Estatut, prometiéndole que le harían «president» y dejándolo tirado.
La vacía retórica de Sánchez al finalizar el encuentro, con una exageradísima afectación cortesana, fue casi la parodia de un Torra que se hizo el rey de los catalanes cuando todo el mundo sabe que tiene los días contados y que hasta Puigdemont le desprecia -por no hablar de Junqueras- y cuenta los días para hablar de él en pasado.
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