Análisis
Un pero
Torra ha decidido no dinamitar la «mesa» porque ya tendrá tiempo durante la precampaña si Carles Puigdemont quiere romper y le conviene electoralmente
Y Pedro Sánchez cumplió. Apenas empezó a cumplimentar sumisamente a Joaquim Torra mientras apelaba a poner fin a una «década lamentable» de desencuentros con el separatismo, una legión de propagandistas del neo-progresismo ya pronosticaba el éxito de la cita y sugería el principio del fin de la crispación . Aún no había empezado la reunión, y todo ya fue presentado de modo mesiánico para simular un borrón y cuenta nueva.
Todo fue una fingida rectificación a dos bandas, como si nada subversivo hubiese ocurrido en Cataluña en los últimos años. Por momentos, Sánchez y Torra parecieron dos arrepentidos en busca de una oportunidad sincera para dos estadistas decididos a situar el contador a cero con diálogo del bueno. Se imponía un protocolo gótico y amistoso, y ya Sánchez no ve en Torra a un racista, ni Torra ve en Sánchez al cómplice del 155.
Todo resultó casi enternecedor. Pero falso . Esa es una versión de la cita edulcorada expresamente para ingenuos y crédulos amantes del guión oficial. Se mintieron una vez más porque Sánchez no depende de un Torra en extinción, sino de un político en reclusión que ha tildado de «puta mierda» la idea de que la declaración de independencia fue una farsa. El viernes pasado, Sánchez desconvocaba inopinadamente la «mesa de negociación» , y ayer se apresuraba a encabezarla de modo entusiasta en unos días. Todo es tan improvisado, todo tan endeble y artificial, todo tan poco creíble…
La doble conclusión de la cita de ayer es simple: de momento Torra ha decidido no dinamitar la «mesa» porque ya tendrá tiempo durante la precampaña si Carles Puigdemont quiere romper y le conviene electoralmente. A su vez, Sánchez ha ensayado una fácil «patada a seguir» con apelaciones balsámicas al diálogo, al entendimiento, al autogobierno, a las inversiones… Sánchez retorna a julio de 2018, cuando planteó una estrategia de «apaciguamiento» del separatismo que resultó un fracaso.
Su apuesta es idéntica, con la diferencia de que ahora el periodo electoral en Cataluña le permitirá ganar tiempo, claudicar ante ERC para negociar su apoyo a los presupuestos, y si después alguien tiene que romper la «mesa»… que sea el independentismo con sus cuitas, sus complejos y sus obsesiones. Sánchez vive en una impostura permanente , diseñada para que su predisposición a «dialogar» quede tan a salvo como la campaña del PSC.
No obstante, algo chirría demasiado en esta cursi «agenda del reencuentro». Sánchez no solo legitimó ayer a un presidente inhabilitado del que dudan hasta sus propios letrados. También afirmó textualmente que «la ley es la condición, pero el diálogo es el camino». Ese «pero» lo condiciona todo. Pudo decir que «la ley es la condición y el diálogo es el camino». Sin embargo, dijo «pero». El lenguaje es delator, y Sánchez antepone la cesión a la legalidad.
Lo único que cabe preguntarse es si las exigencias del separatismo son legales o no. Porque si lo son, no podrá haber autodeterminación, república, amnistía ni retorno de falsos «exiliados»; y si no lo son, los Tribunales serán inevitables. Impulse el Gobierno o no la legalidad, ésta no va a desaparecer por prestidigitación política ni por capricho de La Moncloa. Por eso Sánchez se equivoca arriesgando con socios de los que ni él se fía, generando expectativas junto a condenados penalmente, y degradando su imagen para mantener el poder a toda costa. La de ayer fue otra estafa intelectual para incautos del integrismo «progre».
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