La CUP quiere dinamitar la zona de confort de Junts per Catalunya
El partido antisistema ha decidido no votar a Sànchez y rechazarán también a Jordi Turull y Elsa Artadi
La CUP piensa que con Convergència no habrá nunca independencia, y menos con la vieja Convergència que es la que manda en Junts per Catalunya y muy particularmente en el entorno más inmediato de Carles Puigdemont.
Los anticapitalistas están convencidos –como también lo está Esquerra, aunque no lo diga en público– que habiendo saltado por los aires la trama corrupta del Palau y los demás «tinglados» que primero Pujol y luego Mas tenían organizados con distintas empresas catalanas y españoles, la vieja guardia convergente busca ahora montar su «chiringuito» en Bruselas, para conseguir subvenciones y aportaciones de toda clase de instituciones europeas y de lobbys interesados en causas parecidas a la de la independencia de Cataluña. Por ello han decidido no votar a Jordi Sànchez y por ello, también, rechazarán a Jordi Turull y a Elsa Artadi, que son los nombres que JxCat propondrá a continuación.
A Turull le llaman «el empleado de la familia Pujol» porque durante muchos años ha sido, efectivamente, su chico para todo; tanto en los asuntos políticos como en los más inconfesables. A Elsa Artadi no la quieren ni en pintura: primero porque la consideran una oportunista sin ninguna credibilidad independentista, segundo porque es una exalumna de Harvard a la que las políticas económicas de Mas y de Rajoy le quedan manifiestamente a la izquierda, y tercero porque no encarna ninguna «legitimidad» respecto del gobierno depuesto por la aplicación del artículo 155, y de alguna manera su presidencia supondría cerrar una herida que la CUP quiere mantener abierta como eje fundamental de su estrategia.
La CUP quiere insistir en la desobediencia , en el enfrentamiento abierto con el Estado, en la implementación de la «república catalana», que considera declarada. Además, siente una total aversión por todo lo que Convergència es y representa, como ya quedó claro cuando tras las elecciones de 2015 tiraron a Mas «a la papelera de la Historia».
Si con Puigdemont el trato personal había empezado mejor, se quebró cuando ganó las elecciones con la promesa de regresar a España para ser investido presidente. La CUP –lo mismo que Esquerra– tiene claro que ya en el momento de hacerla, el fugado de Bruselas sabía que incumpliría su promesa , y por lo tanto consideran que les ganó haciendo trampa: que les arrebató 6 diputados con una flagrante mentira. Todo muy al viejo estilo convergente, con esa pasmosa facilidad que el partido que fundó Jordi Pujol siempre ha tenido para hacer jugadas del último minuto aprovechándose del complejo y de la candidez de sus rivales. Es lo que Mas llamaba «astucia», y que le sirvió un tiempo hasta que se lo llevó por delante; más o menos lo mismo que le ha sucedido a Puigdemont, que cada día está más solo y es más insignificante.
La CUP está dispuesta a dinamitar la zona de confort con que Junts per Catalunya pretende hacer en Bruselas el mismo chantaje que durante décadas CiU hizo en España. Los convergentes y los republicanos, conscientes de que la declaración de independencia fue un fracaso, de que la república catalana no existe, y de que las desobediencias acaban en la cárcel, quieren una legislatura tranquila y de pacto con el Estado para liberar a los encarcelados, y es precisamente lo que los antisistema no están dispuestos a proporcionarles.
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