Gesto necesario, drama personal
Don Felipe se ha visto obligado a sacrificar la imagen de su padre para salvar la Monarquía y también la estabilidad de la democracia en medio de una gran tempestad política
Hay una frase de William Shakespeare en «El mercader de Venecia» que podría haber cambiado el destino del Rey Emérito: «El padre sagaz conoce el carácter del hijo» . Don Juan Carlos no supo intuir la reacción de su Heredero cuando le nombró beneficiario de una fundación panameña llamada Lucum , que recibió 100 millones de dólares de la Casa Real Saudí hace años.
Ese desconocimiento o ese error de cálculo ha sido letal para el Rey Juan Carlos, que se equivocó al dar por hecho que su hijo aceptaría un dinero de procedencia dudosa y no declarado a Hacienda , con lo cual le hacía cómplice de un presunto delito. Don Felipe ha reaccionado con coherencia y rectitud al renunciar a esa herencia, poner los hechos en conocimiento del Gobierno y retirar la asignación oficial a su padre.
Todo lo sucedido podría ser el argumento de un drama de Shakespeare como «El Rey Lear» o «Hamlet», dos obras maestras en las que el escritor inglés disecciona las complejas relaciones entre padres e hijos. En la primera, Lear castiga injustamente a su hija Cordelia, que es la única que realmente le ama y no busca beneficiarse de la herencia real.
Salvando las distancias, Don Felipe ha preferido renunciar a un patrimonio que no conocemos —todo evidencia que Don Juan Carlos tiene o ha tenido otras cuentas en Suiza— a cambio de preservar su honorabilidad personal, que es el principal activo del que dispone en unos momentos en los que los cimientos de las instituciones son más débiles que nunca.
La decisión de repudiar públicamente a su padre no sólo le blinda de futuros ataques y ayuda a preservar el futuro de la monarquía. Es una medida que evita una crisis del sistema democrático de imprevisibles consecuencias en un contexto en el que los movimientos independentistas buscan el menor pretexto para romper la Constitución y desestabilizar la convivencia.
Yo nunca he sido monárquico ni lo seré jamás, pero prefiero mil veces vivir en una monarquía parlamentaria como las que existen en Europa que en una república africana o en una dictadura de las muchas que hay por el mundo. La Institución tiene en España toda la legitimidad puesto que fue votada por una inmensa mayoría de ciudadanos en 1978 . Sería además injusto no reconocer los servicios prestados por Don Juan Carlos a la consolidación de la democracia tras la muerte del general Franco y a su papel en la Transición al margen de su conducta personal.
En este momento, resulta necesario recordar que el anterior monarca fue esencial en la recuperación de las libertades y en el impulso de un proceso democrático que hubiera fracasado si el Rey no hubiera apoyado la liquidación del régimen del yugo y las flechas.
Yo estudiaba en la Universidad de Vincennes en París cuando falleció el dictador en noviembre de 1975. Por aquel entonces, muchos veíamos en Don Juan Carlos un instrumento para la continuidad del franquismo. Pero nos equivocamos y afortunadamente la Transición fue un éxito, por mucho que ahora haya surgido un intento de algunas fuerzas políticas de cuestionar lo que se hizo en aquella etapa.
Pero si los ciudadanos estamos en deuda con el padre de Don Felipe por su papel en el advenimiento de la Democracia tras casi cuatro décadas de dictadura, todo indica también que Don Juan Carlos no ha sido ejemplar en su vida privada y, por ello, ahora tiene que pagar un precio que incluso puede parecer excesivo. No hay duda de que el obligado gesto de Felipe salva la imagen de la Monarquía, pero deja muy deteriorada la figura de su predecesor de cara al juicio de los españoles y de las generaciones venideras.
Lo que ha hecho Felipe VI, un hombre cabal y consciente de sus obligaciones, ha sido sacrificar a su padre para salvar la credibilidad de la institución, que hubiera entrado en una crisis de imprevisibles consecuencias sin atajar este problema. Y con ello ha apuntalado un régimen democrático en el que el consenso que suscita su figura es esencial . Su iniciativa era necesaria, pero ha sido muy dolorosa, como quien se amputa un brazo para evitar que la gangrena se extienda por el cuerpo.
El antecedente de Don Juan
Cuando se está al frente del Estado, la defensa de los intereses generales debe primar sobre los sentimientos y los vínculos familiares. Así lo entendió Don Juan, abuelo del actual Monarca, cuando renunció a sus derechos dinásticos en 1977 para que la monarquía se consolidara en España. Fue un gesto de una gran generosidad.
En aquella decisión, Don Juan sacrificó sus ambiciones personales en aras de un bien superior. En la adoptada ahora, Don Felipe ha tenido que matar simbólicamente a su padre para ser digno de las responsabilidades que ejerce . Algo que, sin duda, le ha generado un dilema moral en el que ha tenido que romperse algo muy profundo en su interior.
En un país donde los gestos de coherencia y de decencia son cada día más escasos, la decisión de Felipe VI tiene un carácter ejemplificador y pone en evidencia que no hay nadie por encima de la Ley, aunque la Constitución otorgue al monarca la inviolabilidad durante el ejercicio de su cargo.
Es obvio que no existe la posibilidad de exigir una responsabilidad penal al Rey, pero ello no le exime de una responsabilidad moral que es mucho más importante para ser digno de sus altas funciones . No hay duda de que en sus años de Reinado Felipe VI ha actuado con una ejemplaridad que le legitima y que resulta justo resaltar.
Cuando el Estado estuvo en peligro por la amenaza independentista, el Rey asumió la defensa de la Constitución y de la legalidad vigente. Y ahora ha adoptado una decisión muy dolorosa que probablemente nunca se perdonará en lo personal pero que era inevitable para salvar la monarquía y la legitimidad del sistema democrático, cuestionado hoy por fuerzas políticas que han olvidado los trágicos errores de nuestra historia y nos quieren conducir de nuevo a un escenario de odio y enfrentamiento.
El noble Gloucester se lamenta en «El Rey Lear» de sus acciones y afirma que fue el diablo el que le confundió. El gran enigma es por qué Don Juan Carlos se arriesgó a tirar por tierra todo su legado al sucumbir a las tentaciones del dinero. No hay una respuesta para ello, pero Don Felipe tendrá que pilotar la nave con una gran habilidad si no quiere naufragar en la tempestad que se ha desencadenado.
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