Catalovirus

La concesión extraordinaria de permisos penitenciarios a los condenados del 1-O sin que hayan transcurrido cinco meses desde la sentencia reafirma las sospechas de un favoritismo endogámico en el separatismo

Oriol Junqueras abandonó ayer la cárcel de Lledoners para acudir a la Universidad de Vic EFE
Manuel Marín

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La concesión extraordinaria de permisos penitenciarios a los condenados del 1-O sin que hayan transcurrido cinco meses desde la sentencia reafirma las sospechas de un favoritismo endogámico en el separatismo, y una perversión de la legalidad basada en el privilegio y el agravio comparativo entre delincuentes. Nadie podrá decir que la Generalitat mintió cuando avisó de que aplicaría la normativa penitenciaria a capricho «para sacarlos de prisión cuanto antes». Pero es más ofensivo aún. La teatralidad inherente a la salida de Oriol Junqueras de la cárcel fue la recreación cinematográfica de la enésima leyenda del secesionismo. Fue el guión perfecto para el retorno de un héroe liberado tras un periodo de opresión indigna del Estado frente a la mismísima encarnación de la libertad. Era la iconografía perfecta del victimismo, de esa inofensiva inocencia del veterano profesor defensor de causas justas que retorna a la rutina de las clases entre selfies de alumnos huérfanos en pleno éxtasis. Está latente en la atmósfera y se transmite por simples emociones… Es un «catalovirus» adormecedor con efectos tóxicos sobre credibilidad de la democracia .

Asistimos a la normalización de una anomalía en la que el poder real del Estado queda desvalido frente al abuso de quien se lo pone por montera. El independentismo busca la humillación del Estado. Se impone. Ni siquiera permite a sus instituciones hacer apología de su propia indefensión. La sofronización colectiva y contagiosa que causa el virus logra que, llegados a este punto, millones de españoles ni siquiera se asombren ante una tomadura de pelo que asumen como inevitable. El éxito del separatismo consiste en haber anestesiado tanto al Estado, que empieza a dudar, como si fuese rehén de un proceso hipnótico , de si realmente no se habrá cometido una injusticia encarcelando a unos demócratas ejemplares.

El rostro de Junqueras era ayer el triunfo del independentismo y de la demagogia de diseño en la batalla de la propaganda. Todo lo que rodea a los excarcelados es comprensión, empatía, legitimidad, justicia y heroicidad. Es una precampaña de libro a la catalana mientras el Gobierno purga su «catalovirus» paralizante dejando a la democracia en cuarentena . Nos han inoculado una realidad virtual frente a la incurable impotencia de un Estado que ha decidido convertirse en cómplice resignado... Cataluña se dirime entre el delirio de un inofensivo profesor católico, que se dijo amante de España, republicano e independentista -y preso por sedición-, y un huido engreído en su martirologio, imbuido de una megalomanía mística, y fugado por sedición. Algo va mal cuando a un antidemócrata se le percibe como a un héroe mesiánico. El virus no está en la agresión, sino en la falta de reacción, y no va a desparecer con cuarentenas de juguete.

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