Luis Herrero - PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA

Hitchcock en el Congreso

José Manuel Villegas, en primer plano Efe

LUIS HERRERO

Por si alguien no sabía qué significaba exactamente eso de la precariedad parlamentaria, ahí está la batalla del jueves pasado en el Congreso para explicarlo con todo lujo de detalles. El Gobierno perdió una votación trascendente y le afloraron al rostro dos rojeces distintas. La de la vergüenza por convertirse en el tercer Gobierno en cuarenta años que fracasa el en intento de convalidar un decreto ley y la de la ira por la traición in extremis de su socio de cabecera.

Al estratega que había parido la escaramuza parlamentaria le falló la puntualidad de Iberia. Tres diputadas de la oposición estaban en Nueva York participando en un acto de Naciones Unidas y según su plan de viaje no iban a llegar a tiempo de votar en el Congreso. Eso significaba que el PP, sumando sus fuerzas con Ciudadanos y PNV, podía ganar la votación por 174 a 173.

Desde ese momento se estableció una apasionante cuenta atrás. Si las turistas de la Primera Avenida no aterrizaban en Madrid a tiempo de estar a las nueve y media de la mañana en la carrera de San Jerónimo, Rajoy le soplaría el matasuegras a la bancada de enfrente. Tenía las de ganar. Sobre la Gran Manzana estaba cayendo una nevada de aúpa y las condiciones meteorológicas no ayudaban a la fluidez del tráfico aéreo.

Una de las primeras cosas que hizo Rivera nada más abrir el ojo, el jueves por la mañana, fue preguntar qué se sabía del avión trasatlántico. Cuando le dijeron que había logrado despegar y que estaba en hora, llamó a José Manuel Villegas y le dijo que no tenía sentido sumarse a una derrota parlamentaria segura y qu e se le había ocurrido una idea genial para sacar provecho de las circunstancias.

La idea genial consistía en incumplir su palabra. Villegas se había ido a dormir, casi de madrugada, después de haberle garantizado al PP que los suyos votarían a favor de la convalidación del decreto. Ahora le tocaba el papelón de marcarse un «rajoy» y de incumplir su promesa. Villegas, por lo que sé, trató de resistirse, pero a Rivera le molaba un huevo subirse a la cuadriga del emperador y susurrarle al oído que era un pobre mortal.

El precio por darse el gusto no pudo ser más oneroso. Resulta que el único partido que lleva en su programa la liberalización de la estiba, la última gran adquisición de la internacional liberal, la voz que clama en el hemiciclo contra el incumplimiento de la palabra dada, se convierte por capricho de una «riverada» absurda en el paladín de la incoherencia ideológica y de la trapacería parlamentaria. Fantástico.

Su coartada es que el Gobierno aún tiene margen para forjar un acuerdo y que él quiere pasar a la historia como Celestina de coyundas y no como artillero de trágalas. Menuda estupidez. El resultado, con su voto afirmativo, habría sido exactamente el mismo. El Gobierno habría perdido la votación y los negociadores, a estas horas, seguirían buscando una solución que pueda ahorrarnos la multa diaria que será efectiva a partir del 24.

La abstención de Ciudadanos no añade nada a la situación actual, salvo su propio retrato como partido incoherente y mal pagador. Por darle un pellizco de monja al PP, del que además tendrá que desdecirse en la próxima votación si no quiere pasar a los anales como el mercader de las grandes incongruencias, se ha puesto en evidencia. Como han hecho, por cierto, en esta historia de precariedades, todos los demás grupos de la Cámara.

El Gobierno miente al echarle la culpa de la multa europea a la Oposición olvidando que la primera, y de momento la más gorda, nos cayó en 2014 por culpa de su obstinada inacción. El PSOE mancilla su acendrado europeísmo al darle la espalda a la sentencia de un tribunal de la Unión, pensando más en su propio interés que en el de España. Y Podemos se hace fuerte en un discurso que hubieran podido suscribir, perfectamente, Farage, Le Pen o Wilders.

¿Que qué es la precariedad parlamentaria? La respuesta salta a la vista: una emocionante intriga hitchcockquiana en la que que todos los actores acaban haciendo un indecoroso papelón.

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