El «dinamitero mayor de la república»
El PSOE y ERC tienen tanta dependencia mutua como miedo a la deslealtad. Se necesitan pero no se fían uno del otro. En ese escenario cobra ventaja Puigdemont en la lucha cainita del independentismo
La Moncloa y el independentismo catalán han creado una realidad virtual sostenida por una tensión mediática sobreactuada en torno a la «mesa de negociación» que Pedro Sánchez se ha comprometido a compartir con Joaquim Torra , y con aquellos dirigentes de ERC que Oriol Junqueras decida designar desde su celda. La forzada rectificación que hizo el pasado jueves el Ejecutivo de Sánchez tras haber aplazado la «mesa» hasta después de las elecciones catalanas demuestra dos cosas. La primera, que Sánchez no está en el dominio del hecho, ni va a liderar el orden del día de lo que un separatismo fracturado ha decidido incluir en las conversaciones.
La segunda, que objetivamente Sánchez no quiere sentarse a esa mesa porque solo podrá ofrecer una imagen de claudicación de su Gobierno frente a dos líderes condenados e inhabilitados.
Sánchez no está cómodo en el inicio de la legislatura, está cometiendo errores severos de coordinación entre ministerios, y se está generalizando la idea de que sus flagrantes contradicciones no son mentiras piadosas asumibles para el votante de la izquierda , ni siquiera maniobras imprescindibles para resolver episodios de crisis políticas, sino volantazos desquiciados e improvisados derivados de una evidente inestabilidad parlamentaria.
Además, Sánchez ha empezado a irritarse con un creciente run-run interno en el PSOE que no proviene solo de clásicos de la disidencia como García Page, Alfonso Guerra o Felipe González, a los que nadie concede hoy la relevancia orgánica de antaño. Dos «zapateristas» reconvertidos al «sanchismo» como Guillermo Fernández Vara o Jordi Sevilla –a quien en su día Sánchez encomendó la redacción del programa económico del partido– han sido víctimas de fuego amigo por las embestidas de Moncloa contra sus intereses. No son las recurrentes grietas en el PSOE, sino los primeros indicios de abrasión en el «sanchismo». Buena muestra de ello fue la elocuente reacción de José Luis Ábalos, número tres del partido, cuando días atrás lanzó un mensaje al PSOE en clave interna: «A mí no me echa nadie». Y un dirigente de la experiencia y el poder interno de Ábalos solo hace una afirmación así cuando tiene constancia de que alguien del entorno de Sánchez maniobraba para que dimitiera.
Ganar tiempo
No conviene esperar a que la ficción de la «mesa de negociación» se formalice con una fotografía o con un notario como «relator». Ni conviene engañarse con la idea de que pueda no celebrarse nunca para que Sánchez lo rentabilice como el triunfo de un presidente que no ha cedido. La «mesa» está puesta desde el mismo día en que Junqueras acudió al Congreso a tomar posesión de su escaño –después revocado por la Justicia–, y desde el mismo instante en que el PSOE y el PSC firmaron un documento junto a ERC para garantizar la investidura de Sánchez. La tercera cita de la «mesa» se produjo el jueves por la tarde en La Moncloa, y no fue convocada por Sánchez, sino teledirigida por Junqueras con Gabriel Rufián como mensajero.
La «mesa» ya existe, y más allá de los aspavientos que finjan Carles Puigdemont y Torra para ganar tiempo antes de levantarse definitivamente de ella en su pugna cainita con ERC, su orden del día se irá cumpliendo inexorablemente. El primer punto de ese orden del día fue proponer a Dolores Delgado como fiscal general. El segundo, el anuncio de una reforma exprés del delito de sedición para rehabilitar a Junqueras en cuestión de meses. Y el tercero, el próximo desplazamiento de Sánchez a Barcelona para entrevistarse con Torra blanqueando su inhabilitación .
Hay «mesa» y se está negociando. Cosa distinta es que ERC necesite la fotografía que plasme gráficamente una humillación del Estado , que les permita confirmar la expectativa de ganar la Generalitat tras las elecciones catalanas.
No obstante, la «mesa» está abocada al fracaso porque los intereses del PdeCat y de ERC ya no son los mismos. La pura supervivencia en el poder ya se ha antepuesto a la estrategia común del separatismo hacia la independencia. La conservación del poder es hoy prioritario sobre la secesión, y es la única baza que podría explotar Sánchez desde su actual posición de extrema debilidad.
Mientras, el PSOE y ERC tienen tanta dependencia mutua como miedo a la deslealtad. Se necesitan, pero no se fían uno del otro. En eso, cobra ventaja Puigdemont como «dinamitero mayor de la república».
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