Las bases de la Guardia Civil detallan la violencia y avalan la rebelión

Los testimonios de los agentes en el juicio del «procés» dibujan un escenario de resistencia organizada contra el Estado

Una de las concentraciones del 20-S contra los registros ordenados por la autoridad judicial

Aunque fue el más llamativo por el número de concentrados –unos 50.000–, el asedio a la Guardia Civil en la Consejería de Economía el 20-S fue solo uno de las decenas de incidentes violentos que se vivieron en Cataluña las semanas previas al referéndum ilegal. Los testimonios de los guardias civiles que participaron en los registros contra la logística del 1-O por orden judicial y sus vivencias la jornada de la consulta han apuntalado esta semana el relato de rebelión de la Fiscalía como ya hicieron en semanas anteriores altos mandos policiales en el juicio del «procés».

Golpes, forcejeos, mordiscos, insultos, amenazas e incluso trampas a los vehículos de las Fuerzas de Seguridad dibujan un escenario de auténtica violencia, de una resistencia organizada por parte del independentismo más radical. Para la acusación, la movilización popular era un pilar más en el plan secesionista de los procesados, que la alentaron como instrumento de presión para doblegar la voluntad del Estado. Estos son algunos de los testimonios que así lo acreditan.

Querían llevarse al detenido de la cápsula policial

Un sargento de la Guardia Civil relató en primera persona cómo el 20-S, durante un registro en la Consejería de Exteriores de la Generalitat, fue aumentando la tensión en la calle. De la inicialmente aparente situación de «descontento» por parte de los congregados en la fachada del edificio se pasó a los insultos y amenazas a los miembros de la comisión judicial. «El ambiente estaba muy crispado, se preveía que iba a haber actos violentos e incluso temimos que pudieran asaltar el departamento de Exteriores», dijo el testigo.

Una vez concluida la diligencia Sacar de allí a la secretaria judicial fue una misión de alto riesgo. Salió rodeada por ocho agentes y «empezaron a llover botellas». Cuando consiguieron meterla en el coche, los manifestantes zarandearon el vehículo. «Ella empezó a llorar, se llevaba las manos a la cabeza horrorizada». Luego hicieron lo mismo con el detenido. «La multitud se agolpó de tal manera que quisieron sustraerlo de la cápsula de seguridad.Se produjeron forcejeos, golpes, había gente tumbada sobre el parabrisas (...) Pero lo que más me sorprendió fue la cara de las personas: no eran normales, eran caras de mucha rabia, una rabia descontrolada».

Escupitajos, insultos y barricadas

Tres guardias civiles de a pie relataron los episodios de violencia sufrida en la jornada del 1 de octubre de 2017, el día del referéndum secesionista ilegal. A los agentes, que estuvieron allí, no les olvidará nunca. La jornada en la que les escupieron por hacer su trabajo. El día que los ciudadanos corrientes les miraron con odio.

Uno de los tres agentes que testificaron el pasado jueves explicó «la violencia inusitada» en la que derivó la concentración en un instituto de Sant Joan de Vilatorrada, un municipio de la provincia de Barcelona. «Lo que viví no se me va a olvidar nunca, una muestra de odio y de desprecio...», señaló el guardia civil, que recordó que a su hijo le obligaron a protestar en su instituto contra la actuación policial en el 1-O. «Está orgulloso de su padre y quiere seguir su profesión».

Otro guardia civil vio cómo mordían a un compañero, y denunció que le escupieron varias veces. «Lo que más miedo me dio fueron las miradas. No sé si por desprecio o por odio , por mi condición de guardia civil», señaló el agente, que intervino en un centro en la localidad de Sant Andreu de la Barca. En otro punto de votación, en San Martín de Sasgayolas, otro testigo sintió un «ambiente hostil y enrarecido».

Intentos de atropello y de sustraer un arma

Él no estuvo en los centros de votación en persona, pero fue el instructor del atestado policial que dejó constancia de 19 intervenciones de la Guardia Civil en las zonas rurales de la provincia de Barcelona el 1 de octubre. El guardia civil, uno de los jefes de la policía judicial en Barcelona, detalló numerosas acciones violentas contra los agentes que intervinieron para evitar el referéndum ilegal, suspendido y prohibido por la Justicia.

«Éramos increpados, insultados y golpeados, y se denotaba organización con ánimo de obstaculizar el cumplimiento del auto judicial por parte la Guardia Civil», declaró el agente, que testificó en el juicio contra los líderes del «procés» el pasado martes. Relató un intento de atropello con una moto a un guardia civil y una tentativa de sustraer el arma a un agente, ambas actuaciones en un centro en Sant Esteve de Sesrovires, un municipio de la comarca del Bajo Llobregat. También denunció el lanzamiento de sillas de madera en la escuela Castell, en el municipio de Dosrius; y narró que los manifestantes llegaron a retirar el escudo, el casco y la defensa a un agente en un centro de votación en Sant Iscle de Vatalla. Acciones concretas.

Botellas y golpes contra los furgones

A las 14 horas habían terminado el trabajo, pero no pudieron salir hasta tres horas más tarde. Les lanzaron latas y botellas y golpearon los vehículos. Un comandante de la Guardia Civil describió las hostilidades sufridas por los agentes investigadores que registraron la nave de las papeletas del referéndum ilegal el 20 de septiembre de 2017, una diligencia torpedeada por los militantes secesionistas. Al menos en tres ocasiones la multitud interrumpió el paso de los ocho furgones, que trataban de abandonar el almacén de Bigues i Reills tras cumplir la orden del juez, cargados con casi diez millones de papeletas. La actitud de la gente era «completamente hostil», explicó el agente que dirigió el operativo contra la preparación del 1-O,en su testimonio ante los siete magistrados. «Se tiraron al suelo, hubo personas que incluso se colocaron delante de las ruedas».

Especialmente complicada fue también la evacuación de la comisión judicial de la nave de Unipost en Tarrassa. Dos agentes declararon en el juicio que les metieron en una «ratonera», una calle en obras en la que la multitud tiró vallas para impedirles el paso y levantó placas metálicas dejando al descubierto zanjas para que cayeran en ellas los vehículos.

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