Inglaterra es una caravana de fracasados
Ya está aquí. Los espectadores de Madrid ya pueden disfrutar de esta obra mítica, perturbadora, hondamente humorística y de alto voltaje emocional. Sí, porque «Jerusalem» es una de las grandes obras del teatro inglés último. Tiene un pulso marginal e irreverente, la fuerza de la comedia y la pasión de lo trágico. Es el relato de unos colgados capaces de retratar paródicamente una Gran Bretaña donde sus mitos se pasean por el callejón del Gato de una caravana, y donde trafican, beben, se drogan y crean un espacio liberado más allá de las convenciones y las morales al uso. Esta Nueva Jerusalén construida sarcásticamente en las colinas verdes y placenteras de Inglaterra, como se dice en el poema de Blake con el que se inicia la obra, y ambientada el Día aciago de San Jorge, es también un lugar misterioso, con el misterio de los bosques, con la dimensión de lo ancestral, vía Stonehenge.
Pero es, sobre todo, un locus amoenus contemporáneo, un lugar desde donde mirar la utopía a ritmo de música electrónica, la música y el baile del paraíso. Y, sin embargo, es un lugar amenazado, como no podría ser de otra manera, por la infamia de las habladurías, por la serpiente de la ingratitud, y por una ley de desahucio que desea convertirlo en una urbanización de lujo.
Jez Butterworth tiene el aliento de los ángeles caídos de Denis Johnson y la veracidad de Pinter, reflexiona sobre la identidad nacional y personal, sobre las traiciones nacionales y personales , sin maniqueísmos, con una simbología sutil y, además, mediante poderosas caracterizaciones y un lenguaje lleno de textura callejera.
El macarra, indómito y soñador Jerry «El Gallo» Byron es el protagonista, un hombre que se inventa pasiones, como don Quijote, para ensanchar la vida. Un postpolítico que atrae a todos los demonios de la política de este tiempo. A su lado, imantados por él, están Ginger y sus aspiraciones a Dj, el enigmático Profesor, Dawn, Lee, Wesley, Phaedra… Una generación de fracasados, de losers que atentan contra la salud pública y la salud nacional.
La dirección de Julio Manrique mantiene y acentúa esa perturbación y la riqueza de matices que nos proporciona «Jerusalem». La escenografía es tan realista, tan sucia, como mágica o espiritual. Pero sobre todo el trabajo interpretativo de Pere Aquillué, dando vida a ese mito de Jerry Byron, debe figurar en nuestra galería de actuaciones memorables. Es arrollador de principio a fin, tan múltiple como si hubiera metido en su coctelera el rostro de un profeta, de un antihéroe inocente y de un rebelde. Es un Jesús al que todos sus apóstoles traicionan y que, como Jesús, tiene su propio soliloquio no en el huerto de los olivos, sino en un claro del bosque.
«Jerusalem» ya está aquí. Tres horas de emoción, un universo de poesía, de fábula y de realidad, una obra tan grande como su desenfreno, tan inquietante como sus excesos y su humor corrosivo. ¿Qué es este lugar tan oscuro?, se pregunta, y la respuesta es: Inglaterra.
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