La dimensión política de nuestras pasiones

Carolina Yuste, Carmen Machi y Nathalie Poza, en una escena de la obra Teatro Español

Diego Doncel

«Prostitución» es una de las obras que más atención del público está despertando en estos momentos. Sin duda porque es un grito de realidad desde el escenario. En ella se muestra, bajo los tejados de cristal de algunas alcobas, en la intemperie de algunas calles y de algunos polígonos, aquello que no queremos ver: las vidas arrasadas por la industria del sexo, la falta de derechos, la cara oculta de nuestra moral. Teatro social, teatro documento, el testimonio de esta galería de mujeres es tan sincero, contiene tanta verdad que te deja con la emoción en el pecho y con la risa congelada en la cara. En «Prostitución» asistimos a toda la violencia, la explotación, la búsqueda de dinero fácil, el tráfico humano de esta mercantilización del cuerpo. Pero sobre todo a una exploración en el alma, en los demonios, en la memoria y las esperanzas de un puñado de seres humanos donde los abusos, la violación, las drogas o la sordidez cobran la dimensión de la tragedia.

Andrés Lima firma un espectáculo de ideas, lleno de recursos que dramatúrgicamente dan vuelo al mero carácter meramente testimonial. La obra es un cóctel donde hay, además, intervenciones largamente reflexivas entresacadas de textos de V. Despentés o Amelia Tiganus, incluso mitineras, con momentos en la línea de la revista o el cabaret. Creo, sin embargo, que la daña ese pálpito tan explícitamente ideologizado y, a veces, un humor de trazo grueso que tiene que ver con el Club de la Comedia, lo costumbrista o lo sainetesco.

El escenario muestra una caseta que bien puede ser una sala de un club de alterne, donde además puede percibirse macabramente ese aire infantil con osito rosa y todo. Delante de ella, los micrófonos para las intimidades. Y a un costado el piano que toca Laila Vallés. En cualquier caso es el espacio múltiple de las perversiones, de las posturas que alimentan el imaginario porno de los clientes, el infierno del día a día. En él las interpretaciones que hacen Carmen Machi, Nathalie Poza y Carolina Yuste son espléndidas, con ese esplendor de haber interiorizado cada una de las mujeres a las que representan. Con la pasión, el dolor, la brutalidad y la dureza de estas vidas a la deriva, de esta protesta de unas víctimas invisibles.

«Prostitución», como sucedía hace poco con las empleadas domésticas griegas de «Clean City», es un drama social y un infierno personal sobre el que arrojamos unos cuantos billetes, una obra sobre la dimensión política de nuestras pasiones cuando estas se convierten en un mecanismo de explotación. Teatro de protesta, de conciencia, muy poderoso y muy intenso.

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