Almagro festeja como un milagro la celebración del festival de teatro clásico

El certamen se abrió con la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico

Una escena de «En otro reino extraño», espectáculo que abrió el Festival de Almagro PABLO LORENTE
Julio Bravo

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A Domingo Serrano –«el Gordo», como le conocía todo el mundo–, le hubiera gustado ver la noche del martes el aspecto de la plaza mayor de Almagro, en la que se encuentra el bar que regentaba. «El Gordo» murió hace unas semanas; era uno de los personajes más populares de esta localidad, que desde hace muchos años se convierte en un gigantesco escenario en el que actores, técnicos y teatreros se confunden con el paisaje. «Almagro, en verano, vive del teatro», comenta Miguel, uno de los almagreños que, como cada verano por estas fechas, trabaja para el Festival de Teatro Clásico. «Y poderlo celebrar este año es un milagro», concluye.

El responsable de este milagro se llama Ignacio García; desde hace tres años dirige el festival y hasta en los momentos más duros del confinamiento, cuando más brumoso estaba el horizonte y más negras las previsiones acerca de la pandemia, le aseguraba a quien le quisiera preguntar que sí, que el festival se celebraría. No sabía cómo, pero estaba convencido de que se celebraría.

El tiempo le ha dado la razón; y gracias al esfuerzo de su equipo y al apoyo del Patronato del festival, dos semanas después de la fecha habitual de inauguración del certamen manchego (suele comenzar en los primeros días del mes de julio) se ha puesto en marcha. Joaquín Notario, uno de los veteranos de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, y habitual en Almagro, se admiraba. «¡Estamos aquí!», exclamaba.

Estamos aquí, dicen las gentes del teatro. Estamos aquí, dicen los habitantes de Almagro. Y es que, aunque se hayan sustituido las máscaras del arte de Talía por las mascarillas, esta localidad respira teatro. Ignacio García y su equipo han tenido que elaborar veinte versiones del festival hasta esta definitiva que arrancó, como siempre, con la entrega del premio Corral de Comedias, que este año se ha otorgado a Ana Belén. Se han reducido a cuatro los espacios escénicos –Corral de Comedias, Palacio de los Oviedo, Teatro Adolfo Marsillach (antiguo Hospital de San Juan) y Antigua Universidad Renacentista (AUREA)– y el aforo es de tan solo el cincuenta por ciento. Se ha tenido que prescindir, por razones obvias, de las compañías extranjeras, y el certamen Barroco Infantil se ofrecerá online.

Los protocolos de seguridad y sanitarios son estrictos. Mascarillas obligatorias –incluso en los tres teatros al aire libre–; gel hidroalcohólico en la entrada de los espectáculos y salida del público escalonada para evitar las aglomeraciones. Se echa de menos el bullicio de la Plaza Mayor, que en la jornada inaugural se llenaba de público y rodeaba la puerta del Corral para ver el desfile de autoridades, para abarrotarse después durante el espectáculo popular que solía ofrecer el festival.

Primer espectáculo

Aun así, se ha levantado el telón, y el primer espectáculo que se ha presentado lleva la firma de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, columna vertebral –y alma– del festival manchego y que está presente en Almagro con cuatro espectáculos. En uno de ellos, «Alma y palabra», participará su director, Lluís Homar; se trata de un espectáculo basado en los textos de San Juan De la Cruz que dirige José Carlos Plaza y en el que también interviene Adriana Ozores.

«En otro reino extraño» es el título del espectáculo que ha abierto el Festival de Almagro. Se trata de una pieza con dramaturgia de Luis Sorolla y dirección de David Boceta, e interpretado por la quinta promoción de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico. Lope de Vega y el amor son el eje del espectáculo, marcado, y casi se diría que generado, por el confinamiento. Conversaciones a través de Zoom de los actores reflexionando sobre el amor, diálogos entre ellos mismos entrelazando los versos de Lope de Vega con sus propias consideraciones sobre lo que el Fénix de los Ingenios llamó «un abismo único», se combinan con la música, la danza y el audiovisual; llevar a Lope de Vega al rap, al rock o a la balada más tierna solo tiene sentido en una compañía joven como ésta y en un momento como éste (las escenas de amor concluyen con un beso solo contado a través de un letrero proyectado en la escenografía: «Se besan»). Frescor y juventud son las dos principales características de este espectáculo, ligero en el mejor sentido de la palabra, y que es una manera de acercarse a los textos clásicos, aunque sea de un modo tangencial y cómplice.

De aquí al 26 de julio, Almagro ofrecerá cuarenta y cuatro representaciones de veintiséis compañías. A falta de país invitado –iuna constante en el festival–i, habrá una Comunidad invitada: Valencia, en este caso. Anoche, la programación continuó con «Cefalo y Pocris», de Calderón, a cargo de Teatro del Velador; «Magallanes, el viaje infinito», una ficción sonora de RNE interpretada en el Corral de Comedias por Roberto Álamo y Joaquín Notario, acompañados por Juan Megías, Rodri Martín, Juan Suárez, César Gil, Miguel Valiente, Jon Road, Pablo Ibáñez, Pedro Muñoz, Ricardo Peralta, Julio Valverde y Alfonso Latorre; y «El galán fantasma», también de Calderón, por la compañía 2RC Teatro.

El teatro se extiende por toda la localidad como la hiedra; además de las funciones, cursos, jornadas y exposiciones llenan Almagro estos días. En el Espacio de Arte Contemporáneo se puede ver «Una fiesta de los sentidos. Autos Sacramentales Calderonianos», dirigida y comisariada por Beatriz Patiño Lara y José Manuel Montero García. El Patio de Fúcares acoge la instalación «El sueño. De la idea al proyecto», creada para celebrar los 500 años de la primera vuelta al mundo; y en AUREA se presentan una selección de ilustraciones de Manuel Boix sobre «Tirant lo Blanc». Y finalmente, en el Museo Nacional del Teatro se puede ver hasta final de mes una verdadera joyita creada por uno de los grandes maestros de la iluminación teatral, Juan Gómez Cornejo. «Lighting for Pandur, fragmentos del alma» es una instalación en la que, en un pequeño cubo, se muestran fotografías de los montajes en los que Gómez Cornejo trabajó con el director esloveno Tomaz Pandur, y que es un dechado de sensibilidad y buen gusto.

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