Entrevista

Siri Hustvedt: «La realidad humana es tan compleja que nadie posee la verdad»

La autora estadounidense, que ha viajado hasta Asturias en compañía de su marido, el también escritor Paul Auster, recibirá el viernes de manos de Don Felipe el premio Princesa de Asturias de las Letras en el Teatro Campoamor de Oviedo

La escritora estadounidense Siri Hustvedt, fotografiada ayer en Oviedo EFE

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Siri Hustvedt lleva más de treinta y cinco años compartiendo su vida con Paul Auster y, a lo largo de esas décadas, las cámaras siempre le han enfocado a él, como si fuera el único escritor del matrimonio. Pero, dada la brillante trayectoria de Hustvedt, era cuestión de tiempo que los focos se giraran y repararan en ella, la «intelectual de la familia», en palabras de Auster. Y ese momento, su momento, llegó el pasado mes de mayo, cuando el jurado de los premios Princesa de Asturias 2019 decidió concederle el galardón de las Letras . Auster, que acompaña estos días a su esposa en Oviedo, como ella hizo en 2006, cuando él fue premiado, es consciente del simbolismo de cada acto, de la importancia de esos gestos que aparentemente nadie ve, y ha adoptado un papel secundario en toda la liturgia que, como galardonada, rodea a Hustvedt en Asturias. Pese a las peticiones, que las ha habido, el escritor se ha negado a conceder entrevistas y no se presta a protagonizar fotografías. De lejos, a una distancia prudencial, se le ve observar a su mujer orgulloso, pensado: «Os lo dije». No se equivoca. Hustvedt está radiante y brilla, por fin, con luz propia.

El pasado lunes fue el Día de las Escritoras y yo no paro de pensar que la verdadera celebración llegará cuando no tengamos que celebrar ese día.

Sí. Cuando tienes que poner un adjetivo delante de la palabra escritor significa que queda mucho camino por recorrer. Por eso he empezado a utilizar la expresión «hombre escritor». Nunca la escuchamos y, al pronunciarla, tomamos conciencia del trabajo pendiente.

La semana próxima se cumplirán 90 años de la publicación de «Una habitación propia», de Virginia Woolf. ¿Cuándo logró usted ese espacio propio?

Tengo dos respuestas. Una es que empecé a escribir cuando tenía catorce años, en mi habitación, en casa, con mis padres. La otra respuesta es más larga. Me convertí en feminista a los catorce años y, a pesar de eso, he pasado muchos años evolucionando hasta una posición en la que siento la autoridad de mi propio trabajo, de mi espacio propio.

¿Y cómo han cambiado los cuartos propios de la escritoras en este casi siglo transcurrido?

En muchos lugares del mundo, como en EE.UU. o en Noruega, las mujeres lograron el voto al mismo tiempo, hacia los años 20 del siglo pasado. No ha pasado tanto tiempo. Si piensas en ese siglo, han pasado muchas cosas buenas pero, al mismo tiempo, los derechos de las mujeres no han evolucionado hasta el punto que yo esperaba. Aún se tiene la idea de que las mujeres son más emocionales que racionales, que son seres más emotivos que los hombres, menos intelectuales... Esto se sigue pensando de forma casi insconsciente. Las mujeres siguen luchando contra esta forma de pensar tan arraigada en la cultura occidental que determina cómo pensamos en los sexos.

El otro día recordaba el discurso de Michelle Williams en los últimos premios Emmy reivindicando la igualdad salarial. El caso es que, hasta ahora, no me había planteado si esa situación se da también en la industria editorial.

En lo que respecta al dinero, no lo sé. Pero lo que sí tengo claro es que en todas las actividades creativas, como en el mundo del arte, a la hora de vender un cuadro, por ejemplo, las mujeres están infravaloradas en todos los ámbitos. Llevo años pensando en esto, en por qué sucede, y es por la reticencia a aceptar la autoridad de una mujer. Si ves una película, si lees un libro o si observas una obra de arte, tienes que aceptar la autoridad del artista, y haciéndolo estás abriéndote, te estás sometiendo a ese trabajo. Piense en la lectura, cuando leemos nos entregamos a la voz de otro. Y esto se percibe, en la cultura heterosexual masculina, como sumisión. Esto debe ser discutido en voz alta en el mundo cultural. Por eso, cuando firmo libros, hay muchos hombres que, tras esperar una larga cola, me piden que les firme para sus mujeres, madres o hijas o bien me dicen que ellos no leen ficción, pero sus esposas sí. De hecho, creo que algunos sí me leen, pero no quieren decirlo.

¿En serio? Pero, ¿por qué no reconocerlo, qué problema hay?

Porque sería aceptar que se han sometido a la autoridad de una mujer. Y porque es percibido como una especie de castración. Es algo muy profundo y debemos entenderlo así, no basta con decir que es algo estúpido. Está bien reírse un poco, estoy desarrolando un gran sentido del humor con este tema, me río mucho, de verdad (ríe).

Pero este tema es muy serio.

Lo es, pero reír ayuda a ver que es algo ridículo, y cuando lo ves puedes acabar con ello. Hace una semanas estuve en Francia y un hombre joven vino a que le firmara tres libros, para su mujer, su hermana y su madre y le dije: «Te los firmo encantada, pero es algo que me pasa todo el tiempo, y creo que entiendo el motivo, y es que los hombres se resisten a leer ficción escrita por mujeres. Da igual la reputación que éstas tengan o lo interesante que sea el libro». Él no dijo nada y media hora después regresó y me pidió que le recomendara uno de mis libros. Le dije que lo intentara con «Todo cuanto amé», que escribí como un hombre (reímos).

En ese sentido, creo que uno de los problemas a los que se enfrenta el feminismo actual es la tentación de creer que las mujeres somos una entidad monolítica, cuando no lo somos.

Exactamente, no lo somos. Cada ser humano que vive con otras personas debe tener muy claro que la multiplicidad de caracteres, de modos de cargar con uno mismo en este mundo, depende de muchos factores, como la procedencia, dónde te criaste, la clase social, pero también de las diferencias de personalidad. Lo que hacemos con el racismo, el sexismo, el clasismo es crear falsas dicotomías y así originamos lo que Pierre Bourdieu llama «violencia simbólica», que es una forma de mantener a la gente en su lugar. Con las mujeres se da cuando no se las escucha en un entorno público, denigrando su trabajo, pagándoles menos... Porque la masculinidad mejora cualquier cosa en nuestro mundo. Esto es algo que todos hemos interiorizado, mujeres y hombres, y el feminismo es una forma de darnos cuenta de ello, de ser conscientes. Debemos aprender, educarnos en lo que percibimos como autoridad legítima.

Es curiosa la división literaria entre ficción y no ficción, teniendo en cuenta que las emociones vividas a través de las novelas nunca son ficticias.

No, no lo son. Freud decía algo parecido sobre los sueños. Los sueños no son reales, pero la emoción es real. Y a la ficción le pasa lo mismo. Dividimos el mundo, las cosas serias (pone voz grave), en categorías, y la ficción es percibida como ese suelo blando imaginario. Piense en todas las ficciones culturales que dictan nuestras vidas, como la idea de progreso; no hace falta detenerse mucho en la historia de cualquier país para darse cuenta de que eso no es cierto. O, por ejemplo, si se fija en cómo se representa a las mujeres en el cine actual en Estados unidos, es mucho peor ahora que en la década de los 30 del siglo pasado, mucho peor; entonces, las mujeres tenían papeles fuertes, eran interesantes, pero ahora las películas de Hollywood presentan a las mujeres sobre todo como idiotas ante hombres con armas (ríe).

Una de las frases que más recuerdo de su última colección de ensayos, «La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres», es: «Desconfío del absolutismo en todas sus formas». Yo comparto esa desconfianza, pero vivimos tiempos en los que todo es blanco o negro, no hay lugar para los grises, para los matices.

Mi madre estaba en Noruega cuando tuvo lugar la ocupación nazi y mi abuela dijo: «Lo único que importa es que somos buenas personas, morales y que decimos la verdad». Dos meses después, se reían de lo que dijo mi abuela, porque estaban dispuestos a hacer cualquier cosa, incluso a cometer crímenes contra la ocupación nazi. Así que... hay manifiestos, está lo correcto y lo incorrecto, y hay momentos políticos en los que claramente tienes que elegir un bando, estoy totalmente de acuerdo. Pero, sin embargo, la realidad humana es tan compleja que nadie posee la verdad. Si empezamos a pensar que realmente poseemos la verdad, entonces tenemos problemas, estamos perdidos. Pero eso no significa que en tiempos políticos como los que estamos viviendo, tan convulsos, y esto se ve en Estados Unidos de manera muy cruda, no te pongas de pie y digas que eso está mal, no podemos seguir así, porque si lo hacemos perderemos nuestra república democrática. Donald Trump se iría mañana mismo si no tuviera detrás millones de personas, así que debemos mirar a esa gente. Estamos hablando de una división racial, sí, pero en este caso también educacional. Mucha de esa gente no tiene estudios universitarios, lo cual es muy interesante, porque Estados Unidos nunca había estado dividido por esa brecha antes. Son gente que piensa que al elevar a las mujeres, a los afroamericanos, están perdiendo su posición, pese a que no han perdido nada, su estatus es tan bueno como antes, los hombres blancos siguen teniendo muchas ventajas en Estados Unidos, pero sienten vergüenza, Barack Obama fue un insulto para ellos. Y es importante tener en cuenta esta dinámica, no sólo en Estados Unidos, en Europa sucede el mismo fenómeno, e incluso en India, con el hinduismo nacionalista, militarista, beligerante, es gente que quiere reafirmar su identidad, sea lo que sea la identidad.

Bueno, al menos en Estados Unidos tienen la posibilidad del «impeachment».

Bueno, veremos qué sucede... Pero fíjese en lo que está pasando en Oriente Medio por culpa de ese idiota. Al menos tenemos suerte de que sea estúpido.

¿Por qué?

Porque si fuera un personaje realmente brillante y maquiavélico el país ya estaría perdido (ríe).

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