Siri Hustvedt: «Las mujeres siguen luchando por el reconocimiento que merecen»
El Princesa de Asturias de las Letras premia su preocupación por la ética, su feminismo y la ambición de su obra
He de reconocer que la última vez que estuve con Siri Hustvedt (Northfield, Minnesota, 1955) en Madrid, donde compartimos un almuerzo estimulante, me cautivó. Ya lo había logrado con sus libros, hasta el punto de que empecé a bromear con la posibilidad de describir, en adelante, a Paul Auster como «el marido de» –algo que él le encantaría, estoy segura–. Por eso ayer, cuando llegó la noticia de que había sido galardonada con el Princesa de Asturias de las Letras di un respingo de alegría, de esos que en teoría no debemos permitirnos los periodistas (objetividad obliga). Poco después, hablé con su hija, Sophie Auster , a la que había visto en concierto sólo unos días antes en una sala madrileña con intenso aroma a Manhattan , y me dejé llevar por una emoción que se vio reafirmada por el acta del premio .
[«Mi luchadora favorita», por Sophie Auster]
De Hustvedt , que lleva haciendo grande el mundo de las artes, en todas sus vertientes, desde que en 1992 publicara su primera novela, «Los ojos vendados» –recuperada en febrero del año pasado por Seix Barral –, el jurado destacó que su obra es «una de las más ambiciosas del panorama actual de las letras» e «incide en algunos de los aspectos que dibujan un presente convulso y desconcertante, desde una perspectiva de raíz feminista ». Ella, que atendió la llamada de ABC desde Londres, donde la buena nueva le pilló promocionando su último libro, «Recuerdos del futuro» (Seix Barral), se mostró encantada con el veredicto, pues «el feminismo está directamente conectado con la ética, con esa idea de que los seres humanos no se definen por el sexo ni por su identidad de género».
[«Dueña de una curiosidad insaciable», por Elena Ramírez]
Con el paso del tiempo, si echa la vista atrás, ¿cómo valora su propia obra?
Bueno, ya no soy joven, tengo 64 años (ríe). Empecé a escribir muy joven, pero no publiqué nada hasta que no entré en la veintena. Si miro atrás, veo que desde el principio he sido ambiciosa, pero también aprendes con el paso del tiempo. Tienes una idea y tratas de ponerla en práctica: algunas veces tardas un tiempo en conseguirlo, te enseñas a ti misma cómo llevar a cabo cada idea, cada proyecto. Y eso siempre implica algo de fracaso. Antes de escribir mi última novela, me pasé cerca de un año escribiendo otra y no funcionaba, simplemente no funcionaba de la manera que la había planteado, así que tuve que dejarla de lado, tirarlo todo a la basura y empezar de nuevo de cero. Y creo que, quizás, fallar en el libro que estaba intentando escribir me hizo escribir el libro que realmente sentía que debía escribir. Creo que la ambición necesariamente implica formas de fracaso, implica que te coloques a ti mismo en una posición de ignorancia y fracaso. Y no puedes temer eso. Como investigadora, siempre he empezado por el principio de las cosas: de la neurociencia, de la embriología... Creo que la ironía es que la ambición está también ligada a una forma de humildad: no sé nada de algo, pero estoy dispuesta a aprender. Y así es, en parte, como soy: soy muy curiosa y no me da miedo colocarme en una posición de extrema ignorancia y empezar a caminar desde ahí.
Su hija la define como su «luchadora favorita».
(Ríe) ¡Maravilloso! Esta es una de esas cosas extrañas, porque cuando fuimos padres, que fue un regalo, mi marido solía decir que el bebé era como un extraño desnudo caminando por la puerta. Resulta que ese ser extraño fue creciendo hasta convertirse en un ser humano maravilloso. Hemos desarrollado una amistad muy hermosa entre dos mujeres. Seguimos siendo madre e hija, pero hay una dimensión extra que no teníamos cuando ella era una niña pero sí al ser las dos adultas, lo cual resulta muy agradable.
¿Sigue teniendo que luchar para que le hagan sitio en nuestra cultura?
Creo que las mujeres siguen luchando para lograr el reconocimiento que se merecen. Como investigadora, día a día, me topo con mujeres extraordinarias que han sido olvidadas y que no fueron reconocidas en vida o no fueron comprendidas totalmente. Este verano voy a dar una conferencia sobre Margaret Cavendish, la escritora y filósofa naturalista. Ella fue una mujer muy ambiciosa en el siglo XVII cuya obra no fue lo suficientemente valorada en su momento y que durante tres siglos fue denigrada, ignorada y escondida. Pero ahora su estrella está brillando y es maravilloso ser parte de ello. Pero tenemos que prestar atención y dejar de lado nuestros propios prejuicios.
Quizás este premio sea una buena ocasión para que se deje de hablar de usted como «la mujer de»…
(Ríe) ¡Sí! Y el hecho es que no se trata de algo personal, sino una especie de forma habitual de mirar a las mujeres sólo como un anexo de los hombres. Es algo que debemos señalar y continuar cambiando.
El populismo está presente en su país, en Estados Unidos, pero también aquí, en España.
Lo sé...
Y, por supuesto, también en Inglaterra… en todas partes. Precisamente por eso, creo que el feminismo es ahora más necesario que nunca.
Sí, y creo que es algo que va en dos direcciones. Hasta cierto punto, esta especie de populismo nativo que está creciendo en todo el mundo es también una reacción al hecho de que las mujeres están consiguiendo más poder, y eso es percibido como una amenaza por algunos de estos partidos populistas. Y creo que eso es algo que necesita respuesta, que tiene que ser necesariamente contestado.
Ahora que hablamos de populismo, hace sólo unos días charlaba con Michael Sandel y me decía que la imagen de Orban en la Casa Blanca con Trump simboliza que nuestra democracia vive un momento muy oscuro.
Estoy de acuerdo. Y creo que en realidad la gente no está lo suficientemente alarmada. Si pensamos en momentos históricos distintos, lo fácil que es que las naciones y las culturas se deslicen hacia modos de vida autoritarios… No es que sea idéntico, pero fíjese lo que sucedió en los años 30 del siglo pasado en Alemania e Italia, cómo de repente terminaron convirtiéndose en regímenes autoritarios, y nadie lo vio venir, incluso muchos judíos en Berlín pensaban que era algo que simplemente pasaría, desaparecería. No siempre desaparece. Y creo que por eso tenemos que estar furiosos y lo suficientemente asustados. Pero, además, tenemos que reconocer que no son sólo estas figuras, Trump, Orban o Marine Le Pen, sino la gente a la que ellos representan, millones de personas que son parte de ese movimiento.
Por hablar de un tema más agradable, está en la sede del Cervantes de Londres, así que casi me veo obligada a preguntarle por el autor del Quijote.
(Ríe) Cervantes es uno de los más grandes escritores de la cultura europea. Hizo todo lo que se podía hacer con la novela incluso antes de que la novela moderna existiera como tal, se inventara. Nos enseñó todas las posibilidades de la novela, y aún estamos en eso. Piense en la complejidad, la riqueza de la naturaleza humana y la figura del lector. En mi nueva novela, creo que es en la segunda página, hay una cita sacada de Don Quijote.
La tengo justo delante: «Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros...».
¡Exacto! Es una cita famosa, pero no especifiqué que era del Quijote porque sabía que era fácilmente identificable para cualquier lector formado.
Y de Cervantes, pasemos a Dickens, uno de los grandes amores literarios de su vida.
Sí, sí, aún le amo. Escribí mi tesis sobre Dickens, y sigue siendo uno de mis fantasmas literarios, sigue pasando el rato en mi mente, especialmente su sentido del humor, sus grandes frases… No abandonas a este tipo de gente, viven contigo durante toda tu vida.
[«La mujer que mira al mundo», por Laura Ferrero]
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