Los políticos nos confiesan sus lecturas de verano

Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera, Pablo Iglesias, Rosa Díez y Alberto Garzón desvelan cuáles han sido sus libros de cabecera durante los meses de estío. Los hay de todo tipo y estilos

Los políticos nos confiesan sus lecturas de verano abc

david gistau

¿Qué es más gracioso, la obsesión por saber qué leen los políticos en vacaciones, o la sensación de que durante el resto del año están eximidos de leer? También en esto son una prolongación de la sociedad que vinculó la lectura con la modorra estival. Lo cierto es que suelen aceptar el cuestionario, como si les faltara desinhibición para admitir, mire, yo no leo . He encontrado en la vida muy poca gente con coraje para decir esto en lugar de improvisar opiniones sobre libros no leídos inspiradas en lo que oyó decir de ellos. Somos como esa candidata de la política emergente que, preguntada este verano sobre sus preferencias, se fue al Google a consultar en las listas de ventas alguna respuesta con la que zafar del entuerto.

Cuando los políticos dicen qué leen, es difícil discernir quiénes son sinceros y quiénes han pedido a un asesor que les confeccione una lista de complementos de vestuario intelectuales . El ansia de epatar nos vuelve fantasiosos y exagerados, lo mismo con las lecturas que con las hazañas eróticas. Aplicaremos a los políticos que contestaron a ABC la presunción de honestidad.

Los veteranos son más relajados, eligen novelas, entretenimiento, como si no sintieran la necesidad de impostar una tensión intelectual que no remite ni en vacaciones. Los más jóvenes, aquellos que juegan a estar atendiendo una llamada del destino que les encomienda la salvación de la patria , prefieren por el contrario proyectar una imagen de sacerdocio intelectual en el que no se pierde un instante en leer nada que no sea un nutriente ideológico. Su tensión es máxima. Creen que divertirse es desertar, abandonar un instante la garita. Hasta la lectura es una instrucción castrense concebida para que la hora de redimir a los pueblos no les sorprenda flojos de entrenamiento.

Ni un solo tebeo

El campeón de esto es el joven Garzón, Alberto . Qué tío. Por sus manos no pasa nada que tenga argumento. Es un discípulo ejemplar de las «madrasas» ideológicas en las que se automatizan las consignas como si fueran salmos. Yo espero que Garzón, cuando nadie lo mira, eche un vistazo a un tebeo, aunque sea en el cuarto de baño, o a una novelita de intriga con la que dar golosinas al cerebro, que también es una «persona humana». De lo contrario, lo compadezco por su rigor, porque lo más ameno que confiesa leer son panfletos de viejos sesentayochistas como Daniel Bensaïd en los que no aparecen precisamente elfos y senos desnudos. Luego, como quien se flagela en la celda, Garzón se mete también dosis filósofo-comunistas de Fernández Buey y ensayos sobre la función salvífica de los movimientos sociales del gurú Boaventura de Sousa Santos, autor de «La democracia al borde del caos» . Entiendo que le duelan los menesterosos y que permanezca siempre en una guardia insomne -la Insomne Garita del nuevo periodismo y la nueva política, tan iguales hasta en la petulancia-, pero es demasiado joven para haber renunciado por completo a divertirse.

Titán del consumo cultural

Pablo Iglesias es una criatura lectora más poliédrica . Sabe descomprimir amansando la fiereza doctoral con amenas descargas narrativas. Es verdad que promociona elementos del «kosher» quincemayista como Emmanuel Rodríguez y hace algún que otro alarde intelectual como el de su visita a las estructuras sociales de la España del XIX de la mano de Walther Bernecker. En algunos bares españoles te tiran al pilón por decir eso. Pero luego sabe descender a ámbitos de la novela «bestselleriana», del anaquel de novedades, tales como Houellebeck o «La orquesta roja» de Gilles Perrault , una gran narración con contexto histórico y trabajo de investigación de las que son muy del gusto de este cronista servidor de ustedes. Lo asombroso de Iglesias es que es un titán del consumo cultural, un predador infatigable que encuentra tiempo para leer todo esto, «releer» dice -¿por pudor en el tardío descubrimiento?- a Vázquez Montalbán y ver además series y películas en un volumen tal que se diría que no tiene novia ni amigos que lo saquen de copas. Pero bien, es buen lector, versátil, de gustos diversos y sin prejuicios snobs.

Rosa Díez es el ejemplo de la naturalidad de los políticos veteranos a la que nos referíamos antes. No necesita inventarse espesas lecturas de catedráticos con compromiso de universidades remotas que sólo existen en la élite académica. Está de vacaciones y lee novelas. Me ha interesado su elección de Lovecraft, el oscuro inventor de criaturas siniestras en los bosques de Vermont, un Poe barroco y más torturado, que tanto inquietó mi adolescencia. Lovecraft inspiró incluso letras delirantes del Heavy Metal a grupos como Iron Maiden, que también bebió en Coleridge . También ha leído al amenísimo Joel Dicker, a Lemaître y la traducción al español del Quijote por Trapiello. Bien. Podría haberme ido pasando los libros según los acababa, cosa que no puedo decir de Garzón. Rajoy, sin imposturas igual que Díez, se ha leído la magnífica trilogía de la crisis de Petros Markaris, un acercamiento distinto a Grecia y al concepto de revancha popular con el que la novela negra, de trama, recupera la vocación social que le fue impuesta en su génesis.

Albert Rivera dice que este verano sólo tuvo tiempo de empezar un libro de Lucía Etxebarría, lo cual me deja tan desolado que estoy por irme al exilio. Y Pedro Sánchez ha hincado el diente a una biografía de Nelson Mandela: vidas de los santos laicos para aprendices socialdemócratas.

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