LIBROS
Nicolas Mathieu, más ilusiones perdidas
En «Sus hijos después de ellos», premio Goncourt 2018, retrata la Francia que en los años 90 empezó a dejar atrás a los obreros
Desde que Zola le pusiera voz a la clase obrera ya en el siglo XIX, cuando los mineros aún se alistaban para ir a la huelga como si fuera una misión, las novelas de corte social han protagonizado algunas de las mejores páginas de las letras francesas. Balzac, Guy de Maupassant, Flaubert … Tan poderosa es la tradición realista al otro lado de los Pirineos que aún hoy sigue siendo objeto de interés para las firmas más insignes.
Herederos de esta corriente son Annie Ernaux , desde su yo nostálgico; Michel Houellebecq , controvertido pero visionario, o el jovencísimo Édouard Louis , quejándose. En esta lista hay que incluir a Nicolas Mathieu (Épinal, Francia, 1978), que se presenta con el aval del premio Goncourt .
Por ser un autor desconocido y más o menos joven, como corresponde a la tradición del premio, y por su habilidad en conectar los destinos frustrados de las nuevas generaciones con el estatus social que les viene dado por sus orígenes familiares, el jurado del galardón más prestigioso de las letras francesas eligió « Sus hijos después de ellos » (AdN) como la mejor novela del año 2018.
Mathieu, hijo de esa clase media que en la década de los 90 creció en barrios periféricos con una falsa apariencia de prosperidad endeudada, denuncia en esta novela, la segunda que publica, la desnaturalización que la clase obrera ha sufrido en las últimas décadas. En esa Francia que retrata tan admirablemente, «los trabajadores manuales ya no contaban para nada», escribe, «sus epopeyas estaban pasadas de moda».
El autor ubica la narración en el valle de Heillange, nombre que serviría para cualquier región donde los altos hornos han dejado de dar trabajo a quienes buscaron atajos demasiado pronto lejos de los estudios. Es el verano del 92. Para Anthony , de 14 años, agosto «huele a espíritu adolescente». Hijo de un trabajador de la fábrica enganchado al alcohol y una madre que lo fue demasiado pronto, aún se cree superior a sus padres. Hacine , hijo de un marroquí «mal pagado, poco reconocido, desarraigado y sin una herencia que legar», ya ha contraído un despecho incurable. Steph , de familia acomodada, ella sí puede ver París «en blanco y negro», no como Anthony. Para él «París era algo abstracto y vacío».
Mathieu narra el paso de la adolescencia al inicio de la vida adulta de estos tres personajes a lo largo de cuatro veranos, los de 1992, 1994, 1996 y finalmente 1998, el año en que Francia soñó con el espíritu del «negro blanco árabe» por el Mundial de fútbol. «Todo el mundo estaba de acuerdo en todo mientras Zidane siguiera en pie», llega a escribir Mathieu. Pero son ilusiones perdidas. Solo uno de estos tres chicos conseguirá escapar del valle. El colegio ha actuado como «estación de clasificación» en tres categorías: los que acaban empleados en trabajos infrapagados, los segundones que solo pueden aspirar a un expediente laboral de frustración y los triunfadores, siempre que tengan dinero para poder triunfar.
Los muros sociales –el autor usa como metáfora la alarma antiladrones de la casa de Steph– siguen ahí. Cuando Anthony entra en la veintena, el mañana se le presenta igual de sombrío que a su padre.
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