LIBROS

Marcel Proust, un Goncourt inesperado

Thierry Laget documenta en «Proust, Premio Goncourt» la encendida polémica que provocó la concesión del máximo galardón literario francés al autor de «En busca del tiempo perdido»

Marcel Proust, fotografiado a finales del siglo XIX en París ABC
Jaime G. Mora

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Eran las dos de la tarde del 10 de diciembre de 1919 cuando los diez miembros del jurado del Premio Goncourt proclamaron a Marcel Proust , por «A la sombra de las muchachas en flor», ganador de esa edición. Después de cinco años premiando libros patrióticos, a escritores que combatieron en la guerra o se ajustaban a la acción bélica, el jurado provocó una sonada polémica al apostar por una obra que ni siquiera parecía una novela y que hablaba de lo que ocurría en los salones de la alta sociedad.

Y además, ¿quién era Proust, sino «un Balzac degenerado», como protestó Léon Hennique , uno de los miembros de la Academia Goncourt? ¿No era, con 48 años, demasiado mayor para hacerse con un premio destinado «a la juventud, a la originalidad del talento, a los experimentos nuevos y audaces del pensamiento y de la forma»? ¿No era demasiado rico para esos 5.000 francos que iba a recibir? ¿Quién iba a leer un tocho de 443 páginas, con 44 líneas por cada una de ellas, en caracteres tan pequeños y apretados, sin puntos aparte?

Proust, acostumbrado a dormir durante el día y escribir de noche, estaba en la cama cuando se falló el premio. Fue su criada Céleste quien lo despertó, ya entrada la tarde: «Señor, tengo una gran noticia que seguramente le complacerá… ¡Ha recibido el Premio Goncourt!». Proust apenas acertó a pronunciar un «¿Ah?». Luego dijo que no quería recibir a nadie, sobre todo si eran periodistas o fotógrafos: «Son peligrosos y siempre quieren demasiado. Échelos a todos a la calle».

Ese insólito laconismo de un tipo por lo general elocuente «delataba su emoción», escribe Thierry Laget (Clermont-Ferrand, 1959) en « Proust, Premio Goncourt » (Ediciones del subsuelo, 2019). Proust intentaría después hacerse el despistado. Diría que no sabía cuándo se entregaba el premio, que creía que era dos meses más tarde… Lo cierto es, como demuestra Laget en su documentadísima investigación sobre la polémica elección, que Proust lo estaba deseando: «Adoraba su gloria y estaba atento a todas sus señales».

Financiado con la herencia de los hermanos Edmond y Jules de Goncourt, la nueva Academia se creó con la misión de estimular desde principios del siglo XX el género de la novela frente a la Academia oficial, la francesa, que había orillado a autores como Balzac, Dumas o Zola . La prensa acogió con interés este premio y enseguida se extendió la idea de que quien «no compra más de un libro al año, compra el libro coronado por la Academia Goncourt: crees que es la mejor novela del año».

Proust entendía que el Goncourt era el «único premio valioso, porque lo otorgan hombres que saben qué es la novela y qué valor tiene una novela», y vio en él la mejor manera de difundir su obra. En 1913, con «Por el camino de Swann» hizo un primer amago de presentar su candidatura, pero las circunstancias no lo favorecían y esperó unos años más. «Deseaba mucho el Premio Goncourt –confesó en octubre de 1919–, luego dejé de pensar en él, y este año, por diversas razones, lo deseo de nuevo».

Con el lanzamiento del segundo volumen de « En busca del tiempo perdido », Proust reactivó su campaña. No era tarea fácil, pues todo apuntaba a que el premiado sería Roland Dorgelès , un «gacetillero a cuatro duros la línea», bien relacionado con el mundillo de la prensa y convertido en un héroe de guerra por su buen hacer durante los cincuenta y cinco meses que pasó en campaña. «A la sombra de las muchachas en flor» no se había publicado aún y «Las cruces de madera», la obra bélica de Dorgelès, otra más, ya era un éxito de ventas.

Sin embargo, los partidarios de Proust supieron moverse con inteligencia y la Academia optó por «Las muchachas en flor». La sorpresa fue mayúscula y se desató una avalancha de protestas ante esta «decisión intransigente de una mayoría anticuada» que otorgaba el premio a «un rico jovencito de… 51 años». Tenía 48. Los plumillas, envalentonados, veían en Proust a un «joven que nació ciertamente viejo», con «la extraña capacidad de embrollar las sensaciones más cotidianas y de darles una apariencia pretendidamente planeada». En sus frases largas, en sus descripciones poéticas y en sus reflexiones elaboradas los críticos solo apreciaban «onanismo sentimental».

Proust, explica Laget, había sido víctima de una conspiración : «Los amigos de Dorgelès silban, gritan, hacen audible la obra que se ha impuesto a la de su preferido». Dos días después, Dorgelès ganó el Femina, el premio que condecían las mujeres como réplica al Goncourt, y siguió vendiendo miles de ejemplares impulsado por la polémica. A finales de 1920 se habían imprimido 23.100 ejemplares de «Las muchachas en flor» por 85.158 de «Las cruces de madera».

La popularidad de Dorgèles todavía resistió unos años más, pero con el tiempo la obra de Proust se afianzó como un clásico de la literatura universal . Si Proust se encerró los tres años posteriores para terminar su colosal obra antes de morir fue por el impulso del Goncourt, que también lanzó a la editorial Gallimard con el primero de una serie de 37 galardones en un siglo.

Rosny Ainé , miembro de la Academia, nunca dudó: «Es probable que un libro así sobreviva hasta mucho después de que la inmensa mayoría de los libros publicados desde el inicio de este siglo se hayan borrado completamente de la memoria de los hombres. Que se nos reproche haber sido injustos al elegirlo, me supera. Marcel Proust es una de nuestras mejores elecciones, de la que personalmente me siento más orgulloso». Laget calcula que en 1980 las tiradas acumuladas de «Swann» ascendían a 1.263.400 ejemplares y las de «Las muchachas en flor», a 837.000.

Hoy la concesión del Goncourt es en Francia la auténtica fiesta nacional de la literatura. Ya no se reparten 5.000 francos, sino un cheque de 10 euros: el dinero viene de las ventas y las traducciones. El verdadero premio es entrar en una lista en la que están Malraux, Duras, Beauvoir, Modiano, Houellebecq o Littell.

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