LIBROS

Zelda Fitzgerald, al otro lado del paraíso

La mujer de F. S. Fitzgerald fue mucho más que un icono «flapper». «La vida moderna» recoge los artículos que publicó en revistas

Dibujo de Zelda Fitzgerald para ilustrar la portada de «Hermosos y malditos»
Jaime G. Mora

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Solo un mes después de que Francis Scott Fitzgerald conociera a Zelda, Scribner’s le devolvió al escritor, para su revisión, el manuscrito de la que dos años después, en 1920, sería su primera novela: « A este lado del paraíso ». Cuando por fin le aceptaron el libro, convenientemente retocado, Fitzgerald le pidió a su editor, Maxwell Perkins, que lo publicara en Navidades: «O, digamos, antes de febrero. Es que muchísimas cosas dependen de su éxito –incluyendo, por supuesto, una muchacha».

Fitzgerald hubo de esperar hasta marzo y el impacto de la novela fue tal que con 24 años se convirtió en un escritor famoso. El dinero ya no era un problema para casarse con Zelda, y el 3 de abril sellaron su compromiso en Nueva York. Borracho de gloria, Scott decía que sus ambiciones eran escribir la mejor novela de todos los tiempos y seguir enamorado de su esposa para siempre. Todos querían salir de copas con ellos. Él era autor llamado a renovar las letras estadounidenses. Ella era una «flapper», una chica moderna.

«Las modernas despertaron de su letargo de predebutantes, se cortaron el pelo a lo garçon, se pusieron sus mejores pendientes, una gran cantidad de descaro y de colorete, y salieron a entrar en la batalla», escribiría Zelda en uno de los once artículos que publicó entre 1922 y 1934, recogidos por primera vez en español en « La vida moderna » (Abada, 2019). «Flirtearon porque era divertido flirtear y se pusieron un traje de baño de una pieza porque tenían buen tipo; se cubrieron la cara de polvos y pintura porque no les hacía falta y se negaron a aburrirse principalmente porque no eran aburridas».

El célebre matrimonio vivió «a toda prisa en el más eufórico de los mundos». De cara a la galería eran una pareja feliz, símbolo de la juventud y el éxito; en la intimidad de su alcoba las peleas eran continuas por los excesos con el alcohol, los celos y las infidelidades. Zelda comenzó a perder la cabeza. «Pero seguimos estando tremendamente enamorados y casi somos el único matrimonio feliz que conozco», decía Scott. «El influjo más enorme que he recibido desde que la conocí ha sido la mente fría y el egoísmo pleno, refinado y entusiasta de Zelda».

Hay otra manera de verlo, la que Zelda resumió con cierta frivolidad en su reseña de « Hermosos y malditos »: «El señor Fitzgerald parece creer que el plagio bien entendido empieza en casa». Scott incorporó en sus obras fragmentos de cartas y diarios de Zelda, pero se enfureció cuando ella quiso publicar una novela que escribió en una de sus estancias en el psiquiátrico. Incluía aspectos autobiográficos que coincidían con algunos pasajes del manuscrito de « Suave es la noche » y Scott le obligó a suprimirlos: «Mis libros la convirtieron en leyenda y lo único que ella pretende con este retrato indisimulado es convertirme en una nulidad».

Zelda publicó esa única novela, « Resérvame el vals », «una buena novela, quizá una muy buena novela», según Scott, once cuentos, una obra teatral y los once artículos de «La vida moderna». Son unos ensayos breves –sobre las modas de la época, las habitaciones de los hoteles en los que se alojaron, la entrada en la treintena…– que Zelda escribió antes de que su demencia la condenara al olvido y que ayudan a completar el perfil del primer icono «flapper». ¿O fue una artista frustrada por su marido?

«A su manera, era muy original, quizá con un brillo más intenso del que jamás alcancé yo, pero intentaba y sigue intentando resolver todos los problemas éticos y morales por su cuenta, sin la ayuda de miles de predecesores muertos», le escribió Fitzgerald a su hija Scottie poco antes de morir. «Sus cartas son trágicamente brillantes en todos los sentidos, salvo en los de vital importancia. Qué extraño que fracasara como criatura social».

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