Voces desde los confines del viejo imperio soviético

Si Kapuscinski destacó por su manera de mirar Rusia con esa capacidad analítica y descriptiva tan especial, Jacek Hugo-Bader, discípulo del repotero polaco, explora el alma del viejo imperio a través de los personajes más increíbles:espías, mafiosos, hippies, heroinómanos...

Jacek Hugo-Bader, durante la entrevista con ABC Ernesto Agudo
Jaime G. Mora

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Jacek Hugo-Bader (Sochaczew, 1957), alumno aventajado de Ryszard Kapuscinski, es quizá el autor más original de la ilustre Escuela Polaca de Reportaje. Autor de varios libros, para escribir « El delirio blanco » (Dioptrías, 2016) cruzó Rusia a bordo de un viejo 4x4 y en « Diarios de Kolimá » (La Caja Books, 2018) recurrió al autostop para viajar por una carretera construida sobre los huesos de los prisioneros del gulag que la construyeron por orden de Stalin. «El medio de transporte es muy importante», comenta en una desprendida conversación con ABC. «Hago estas cosas aposta para que haya más oportunidades de que ocurra algo». Los personajes que pasean por las páginas de sus libros son rusos que beben vodka hasta el delirio, hippies, heroinómanos, mafiosos o espías. «En ningún otro país se puede encontrar una condensación tan alta de estas cosas increíbles».

Kapuscinski

«De vez en cuando me veía con Kapuscinscki en un café para hablar de Rusia. Aunque me decía que lo tuteara, nunca me atreví. Nos tratábamos de usted. Con él se empezó a hablar en Polonia de la literatura de no ficción. He visitado sitios a los que él fue para escribir “El imperio”. La primera vez fue en Vorkutá, el último pueblo de Rusia, al norte, lindando con Asia. Es uno de mis lugares favoritos porque tengo ahí un piso. Me lo compré porque salía más barato que el hotel. Me costó 100 dólares. Aún conservo la llave. Es una ciudad minera donde trabajaban los prisioneros del gulag. Había allí un comunista de EE.UU. que fue a visitar la URSS y terminó encerrado en el gulag.

Un coleccionista de todo tipo de trastos de la localidad de Debin. J. H.-B.

»El artículo que yo escribí lo titulé “En Vorkutá, bajo el tablón de anuncios”. Ahí vi el piso que compré. Kapuscinsci, en cambio, escribió sobre la gigantesca industria de la URSS del alambre de espino. Se le ocurrió la idea allí. ¿No has estado en una frontera de Rusia? Son tres filas de vallas hechas con alambre de espino, con una alarma. ¿Por qué crees que construyeron una frontera así? No, no era para evitar el contacto con otros países. Eres tonto. Era para que nadie se pudiera escapar. ¿Entiendes? Tu cerebro está formado de otra manera. Eres de un mundo que no es comunista. No podían tolerar que nadie se escapara de aquel “paraíso terrenal” y hablar en contra de ellos...

Kaláshnikov

»Rusia es mi segunda patria. Lo que buscamos los reporteros son cosas extrañas, raras, increíbles, y en ningún otro país como Rusia se puede encontrar una condensación tan alta de estas cosas increíbles. Y por supuesto, llegué allí por casualidad, igual que al periodismo. Yo vendía chándales chinos en la calle cuando el “Gazeta Wyborcza”, que se fundó en el 89, con la democracia, puso un anuncio buscando periodistas. Yo solo cumplía uno de los requisitos que pedían: no haber estudiado periodismo. Antes había ejercido como profesor de colegio, socioterapeuta, porteador en una estación de ferrocarril, trabajé en un punto de compra de cerdos en el campo... También estuve en la clandestinidad, antes de la transformación.

Magadán. Sesión de fotos preboda en una plaza del centro de la ciudad. J. H.-B.

»En el año 91 me propusieron escribir sobre Kaláshnikov, el hombre que inventó el arma. Estaba en los Urales, era una locura ir allí. Pero fui y conseguí hablar con él. Yo era el segundo periodista que lo entrevistaba y no lo aproveché. Me felicitaron mucho, pero aquella conversación es el mayor fracaso periodístico de mi vida. Me echó de su casa después de una hora y media de conversación. En lugar de escucharle, me dediqué a discutir con él como si a cualquiera le importara lo que opinara Hugo-Bader. Y ese hombre tenía una historia muy rica. Lo que tenía que haber hecho era hablar de manera que la conversación durara un mes y medio.

Juventud

»Cometí ese error porque era joven e inexperto y porque era el primer ruso con el que hablaba en mi vida. No era un ruso cualquiera, era un general, una leyenda en su país. No sé por qué te lo estoy contando. Me preguntaste sobre Rusia… En el 93 hubo un golpe militar. Ya hubo otro en el 91. Protestaban los comunistas antiguos, y para Polonia era muy peligroso que esa gente volviera al poder. Una jefa me mandó allí y fue entonces cuando sentí que yo entendía bien a los rusos. Amo Rusia.

Uno de los habitantes de Kolimá. Es de Uzbekistán, y cada invierno regresa a casa. J. H.-B.

»Me gusta vivir una parte de la vida de mis protagonistas. Hago lo imposible para poder quedar con ellos en su casa y de esta forma introducirme y mezclarme en su vida. La conversación más larga que tuve duró 48 horas. Pero iba tan bien… simplemente no quería interrumpirla. Muchas veces ocurre que el personaje, mientras hablamos, aborda temas dolorosos, se da la vuelta y saca una botella de vodka. Empezamos a beber y hablamos más. Cuando se está abriendo y hablando de lo que duele no le puedo dejar solo. En Rusia, si no te bebes el vaso de vodka entero, se lo toman como una afrenta...

Algunos de mis opútchiks (compañeros de viaje). Mis popútchiks son camioneros que transportan carbón por la Autopista de Kolimá. J. H.-B.

»En los viajes, el medio de transporte es muy importante. En “El delirio blanco” crucé Rusia en un jeep ruso, un “lazhik” que se estropeó once veces. Así propicias que algo ocurra. Imagínate que estás en medio de la taiga y la próxima ciudad está a 300 kilómetros y detrás a 400, y hay una persona en el camino intentando pararte. Está claro que ahí hay un tema. ¿Qué está haciendo esa persona en medio de la nada? Y al revés, en “Diarios del Kolimá” recorrí la autopista de los prisioneros del gulag haciendo autostop. En ese caso soy yo el que entra en un coche donde hay una historia. Para ellos, una persona en la autopista es sagrada. No pueden no parar. Lo que mejor describe un país son las historias humanas, pero la política siempre te encuentra. Durante el viaje de Kolimá conocí a una periodista local que estaba enfrentada con el ministro local de Interior. Le dediqué un artículo y me convertí en objetivo de los servicios de seguridad rusos. Me seguían, entraban en mi habitación, me hackearon el ordenador… Es algo que ya había vivido en Polonia.

Chamanismo

»A mí lo que me preocupa es el ahora, no tanto la historia, me preocupa la vida. En “El delirio blanco” conseguí encontrar a uno de los tres Jesucristos que hay en Rusia. Hay seis en el mundo. La gente me decía que era una secta, pero yo lo que hice fue viajar allí y meterme en su casa durante más de una semana. Nunca antes ni después encontré a rusos tan felices como aquellos. Por supuesto que ese Jesucristo me parecía ridículo. Pero ellos viven muy bien. Se están planteando incluso la idea de prescindir del dinero. Lo que tienen es el comunismo en estado puro. Es el único sitio donde lo he visto en mi vida. El comunismo es una utopía, no se puede realizar, pero ellos sí lo consiguieron porque lo hicieron en una escala muy pequeña: son 200 personas que viven en el medio de la taiga sin ningún contacto con el exterior.

Yuri Salatin, que me llevó en su moto a visitar su vertedero. J. H.-B.

»Ahora estoy trabajando en un libro sobre el chamanismo. Cuando les visité en Rusia, me dijeron: “Te esperábamos desde hacía un mes”. ¡Si yo ni sabía que les iba a visitar! El truco de los chamanes para hacerse más creíbles es contarte una historia sobre ti. Yo soy escéptico y cínico, pero el chamán lo sabía todo sobre mí: dónde vivo, lo que veo desde mi ventana, cómo es mi mujer, cómo son mis hijos, mis perros… El chamán vive en una aldea sin internet, pero lo sabe todo sobre mí. También sabe cuándo me moriré. Me dijo la hora exacta: a las 17.30 horas. No me quiso decir el año ni el mes. Por supuesto que también hay chamanes negros que sí dicen estas cosas, incluso provocan muertes. Entre los chamanes hay muchas luchas, a veces incluso sangrientas. Dicen que los chamanes son capaces de cambiar el tiempo. ¿No te lo crees?».

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