LIBROS
Hermann Hesse y Thomas Mann, cartas ejemplares
Los dos premios Nobel mantuvieron durante 45 años, entre 1910 y 1955, una correspondencia asentada en la admiración mutua
Si en España la vida cultural del siglo pasado estuvo marcada por el humo de las tertulias, eso que Umbral descubrió a fuerza de hacerse hueco entre los nudos de gente que ocupaban las barras y las mesas de los cafés de Madrid, en los países nórdicos este tipo de relaciones se trabaron a puerta cerrada, a través de cartas o artículos en prensa. Sobre todo durante el segundo tercio del siglo. Quienes cultivaban el género epistolar lo hacían con la convicción de que sus cartas tenían el rango de documentos públicos. Por eso su redacción era de una corrección intachable, sin lugar a lo trivial.
Hermann Hesse , ese ermitaño que se refugió en Suiza del esquizofrénico itinerario de su Alemania natal, acumuló entre cartas a intelectuales de la época y lectores una copiosa correspondencia. Nunca dejó de escribirlas, incluso durante sus recurrentes bloqueos creativos. Publicó una selección de ellas en 1951, después de ganar el Nobel. «¡Qué lectura tan exquisita y realmente apasionante constituyen sus "Cartas"!», le escribió de vuelta Thomas Mann a su compatriota tras leer el volumen. «Me siento muy honrado de que gran parte de estos dilectísimos documentos de su personalidad, incluso más de los que yo creía, estén dirigidos a mí».
Con dos personalidades tan opuestas, la de Hesse introspectiva y reflexiva, más expansiva la de Mann, los autores de «El lobo estepario» y «La montaña mágica» mantuvieron durante 45 años, entre 1910 y 1955, una correspondencia que afianzó una amistad cimentada en la admiración mutua. «El mundo no es muy pródigo en gente o incluso en colegas cuya existencia, actividad y brillantez logren despertarnos auténtico entusiasmo», le escribió Hesse a Mann en una de las cartas que Anni Carlsson y Volker Michels recogen en « Correspondencia », que en la reedición de Stirner incluye algunas misivas inéditas. Mann destacó de Hesse su «postura ejemplar» ante el caos de la época de entreguerras que les tocó vivir: «En medio de tanta miseria, me consuela la idea de ser contemporáneo suyo».
La relación entre ambos autores comenzó en 1904, cuando se conocieron en el hotel de Múnich donde se alojaban sus editores. Mann ya era un autor famoso por «Los Buddenbrook», la obra que catapultó desde su juventud su carrera literaria y que lo llevaría a ganar el Premio Nobel en 1929. Nacidos ambos en el último cuarto del siglo XIX, Hesse en cambio no despuntaría hasta los años veinte. «El que un hombre famoso sea tratado de amigo por alguien menos o nada famoso me ha parecido siempre algo cómico», decía. Por este motivo siempre se dirigía a su colega como «Querido señor Thomas Mann» o fórmulas de idéntica cortesía, aunque este insistiera en tratarle de igual a igual. De hecho, postuló a Hesse como candidato al «Premio mundial sueco de literatura» y, cuando lo ganó, en 1946, destacó que la obra de su viejo amigo «eclipsaba lo tradicional y se hallaba abierta al futuro».
Esta correspondencia, en la que ambos autores comparten su preocupación por los problemas de salud, la pérdida de familiares o la extrañeza ante «las cosas ambiguas de la vejez», es un testimonio único de dos intelectuales que encarnaron el verdadero espíritu alemán, el que se opuso a Hitler, aunque eso les costara el destierro y la marginación de sus libros en su propio país. «Cansado, a veces se siente uno cansado –recapituló el vitalista Mann unos años antes de morir–. La vida no ha sido precisamente un juego de niños».
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