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Andrew S. Curran, biógrafo: «Diderot no creía en las jerarquías, pero tampoco era un revolucionario»
El historiador estadounidense revela en su nuevo libro la vida del «philosophe», autor de una obra que ha quedado ensombrecida por su labor como uno de los editores de la «Enciclopedia»
Con la fortuna de no llevar prisa, y la doble suerte de que está caminando por París, un paseante siente el deseo de cruzar el Pont des Arts y dirigirse a la rue de Seine, subiendo después la calle hasta llegar a Odeón, donde al trasiego de los autobuses se suma el de las bocas del metro. Sumido en sus pensamientos, no se ha fijado en que ha dejado atrás la estatua de Voltaire , cerca de los muelles del Sena, y que ahora se cobija bajo la protección de la de Danton , un impetuoso bronce que se levanta en medio de la plaza, donde el jacobino todavía pide pan y educación para los franceses. Su viaje involuntario por el siglo XVIII ha comenzado con la efigie del filósofo y terminado con la del revolucionario, que sucumbió a la guillotina cuando el Terror, como los dioses paganos, acabó devorando a sus hijos.
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Pasado un rato, nuestro amigo decide continuar su paseo, descendiendo esta vez por el cercano bulevar Saint-Germain. Escondida entre una marquesina y una línea de árboles dispuesta a su alrededor, otra estatua queda atrás. Como si fuera el puente que une a Voltaire con Danton, o un simple escalón previo a la toma de la Bastilla y la fuga de Varennes, la efigie de Denis Diderot (1713-1784) no causa mucho interés entre los transeúntes. La obra del «philosophe», ensombrecida por el brillo de la «Enciclopedia», de la que fue editor y en la que trabajó hasta el agotamiento, superando la censura y obstáculos de todo tipo, no es demasiado conocida. En «Diderot y el arte de pensar libremente» (Ariel, 2020), el historiador Andrew S. Curran (Nueva York, 1963) ha intentado reparar esa falta.
Describiendo las tramoyas de la Revolución Francesa, que fue preparando sus argumentos desde el comienzo del siglo XVIII, Curran recorre la vida de Diderot, un pensador que abogó por la abolición de la esclavitud y reinvidicó el derecho del pueblo a rebelarse contra los tiranos, pero que también escribió sobre pintura, teatro y sexualidad , a menudo con una modernidad más propia de esta época que del Siglo de las Luces. Durante esta charla con ABC, una conversación matenida por teléfono, el historiador reflexiona sobre la vida de su biografiado, un hombre libre, hiperactivo, de una cultura amplísima que rechazaba la especialización, y con una gran sensibilidad, pero que rompía los cánones.
En su libro, cuenta la sopresa que se llevó el estudioso Herbert Dieckemann en 1948, cuando descubrió en un palacete de Normandía la obra completa de Diderot, guardada en un armario. ¿Cree que ha sido un filósofo desconocido o un poco olvidado?
Desconocido, sí. Al principio, se consideró que Diderot había fracasado. Fue uno de los grandes editores de la «Enciclopedia», pero también mucho más. Por escribir textos deístas o ateos, fue encerrado en prisión a los 35 años. Durante los 35 restantes, escondió sus escritos, lo que provocó que fuera menos conocido que otros autores que publicaron sin dificultad, como Voltaire o Rousseau. Así que sí, fue desconocido, y también incomprendido, porque algunas personas que se ensañaron con él. Otros le acusaron de no ser un autor original.
En ciertas obras, fue muy moderno y provocador. Llama la atención «Los dijes indiscretos», un relato fantástico donde hace que las vaginas hablen.
Es una novela licenciosa, erótica, donde reflexiona sobre la sexualidad. Hay quien considera ese libro una obra misógina, porque Diderot retrata a las mujeres como seres infieles, que se acuestan con todo el mundo. Sin embargo, al mismo tiempo, Diderot estaba permitiendo que las mujeres mostraran su propia sexualidad, lo que es bastante moderno. «El sobrino de Rameau» también es un texto alucinante, que cuestiona la Ilustración. En este caso, la paradoja es que Diderot, que es conocido como uno de los responsables de la filosofía del Siglo de las Luces, como un defensor de la mejora de la vida humana y la educación, lo pone todo en duda. Rameau ataca la filosofía de Diderot desde el interior, como luego hará el marqués de Sade, diez o quince años más tarde.
Diderot nació en Langres, un pueblecito a 300 kilómetros de París, y era un hijo de un cuchillero, que alcanzó cierta fama fabricando objetos quirúrgicos. ¿Le influyó proceder de una familia de artesanos? Cuando visitaba el Salón, cuenta que disfrutaba escuchando los comentarios de los visitantes humildes, sin torcer el gesto.
Diderot no creía en las jerarquías, no las aceptaba tal y como existían en su época, aunque tampoco era un revolucionario. Proceder de una familia de obreros artesanos le hizo ver el mundo de una manera diferente. En sus escritos, alabó la figura del artesano, y pidió a los dibujantes de la «Enciclopedia» que los retrataran, para hacer grabados formidables. Era un elogio a los oficios como no se había hecho antes. En el Salón del Louvre, le gustaba pasear y escuchar a la gente, al pueblo, a los niños y los ancianos, pero también a los aristócratas. Lo usaba en sus escritos.
«A Diderot le gustaba pasear y escuchar a la gente, al pueblo, los niños y los ancianos, pero también a los aristócratas»
También recorría París conversando con los artesanos, para comprender mejor su tarea. Parece un reportero del siglo XVIII.
Diderot observaba y examinaba para comprender las máquinas. Cuando no iba él mismo, mandaba a los dibujantes a viajar por toda Francia, para que retrataran cómo funcionaban ciertas manufacturas, como los fabricantes de espejos.
En su biografía, también contrapone la figura de Diderot y de Rousseau, que fueron amigos. Mientras Rousseau era nervioso y poco amable, Diderot se mostraba alegre, charlatán.
Diderot era un «bon vivant», muy simpático. A la gente le gustaba pasar el tiempo con él. Cuando llegaba a una reunión, todo el mundo le escuchaba, atento a las maravillas que salían de su boca. Contaba historias y gastaba bromas. Cuando comenzaba a reflexionar sobre un tema, se volvía hiperactivo. Era fácil llevarse bien con él. Rousseau tenía otra visión de la vida. Diderot creía en el progreso, en la educación y en la civilización, aunque supiera que había problemas en la sociedad, pero Rousseau era un pesimista. Su concepto del estado natural, que es filosófico, derivaba de esa visión del mundo. Para él, la Historia era regresiva, y la vida, una gran degradación. En los años 50, Diderot y Rousseau dejaron de entenderse. Diderot estaba muy ocupado con la «Enciclopedia», y Rousseau se volvió paranoico. Su amistad terminó.
También descubrimos que Diderot combatió el oscurantismo religioso y criticó la concepción cristiana de la vida como una experiencia dolorosa.
Hay que pensar en la infancia de Diderot en Langres, un pueblecito con algunos miles de habitantes en esa época, como ahora. Langres tiene una ciudadela y está rodeado por una muralla. En su época, el ambiente religioso era pesado. Su padre y su madre eran muy creyentes. Una de sus hermanas se hizo monja. Su hermano, cura.
La vida era una prueba para demostrar que se merecía la eternidad. Para alcanzarla, había que negar el placer. Diderot combatió esa idea. Había estudiado teología y estado a punto de convertirse en cura, así que pudo llegar más lejos en esa crítica que otros filósofos de la época. Diderot criticaba la teología como lo hacía Spinoza, y conocía las debilidades de la Biblia. En la «Enciclopedia», hay artículos donde se burla de las Escrituras. Como buen conocedor de la religión, pudo combatir el oscurantismo con eficacia.
«Como buen conocedor de la religión, Diderot pudo combatir el oscurantismo con eficacia»
Tras terminar sus estudios en la Sorbona, Diderot comenzó a trabajar en el despacho de un abogado, donde se aburría y se dedicaba a aprender inglés de forma autodidacta. Conocer ese idioma le permitió leer a los deístas británicos, que tanto le influyeron.
En un primer momento, Diderot utilizó el inglés como la herramienta para encontrar un trabajo de traductor. Lo aprendió gracias a un diccionario latín-inglés. Ese idioma le permitió conocer a los deístas y comprender el mundo de una manera diferente. El anglicismo era la religión del Estado, pero tenía un punto protestante, de interpretación. Los deístas dejaron a un lado las Escrituras y se concentraron en la vida, que percibieron como una experiencia buena, y concibieron a Dios de una forma muy distinta al catolicismo. De ellos, Diderot también aprendió el empirismo para estudiar la naturaleza, a través de Locke, Newton y Bacon.
¿Cómo pasó Diderot del deísmo al ateísmo?
En esa época, había ateos militantes, que buscaban reírse de Dios a toda costa. Aunque Diderot pasó por esa etapa, como refleja su libro «Carta de los ciegos para uso de los que ven», la abandonó. Diderot quería pensar más allá de Dios, descubrir todo lo que quedaba cuando Dios dejaba de hacer falta para comprender al hombre. Más que un ateo militante, era un ateo filosófico, que apartó la metafísica de su metodología.
Poco después de la muerte de una de sus hijas, Diderot escribió que, si Dios era cruel, era mejor que no existiera. ¿Eso repercutió?
Sí. Si se estudiaba la naturaleza, se podía encontrar la huella de Dios, según los deístas. A los 35 años, Diderot descubrió que esa idea no le convencía. Había demasiadas paradojas, anomalías y excepciones en el mundo. Demasiados monstruos. Si Dios era todopoderoso y bueno, ¿por qué existía el mal, el sufrimiento y los niños morían? Como no encontró respuesta, concluyó que no había Dios.
¿Cómo influyó Diderot en la Revolución Francesa? Se manifestó a favor de la abolición de la esclavitud, terminó afirmando que se podía derrocar el poder tiránico...
Para algunos historiadores, la relación se debe a que provocó un cambio de discurso, mediante obras como la «Enciclopedia», donde se defendió la felicidad como un derecho del ser humano. Otro vínculo es el artículo sobre «Autoridad política», que se retoma en la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano. También a que libros como «Historia de las dos Indias», donde Diderot escribió para el autor, Reynal. En esa obra, puso discursos que luego se van a encontrar en la boca de los revolucionarios, como Demoulins.