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«Sombra y revolución»: cuando el populacho solo ama ser siervo

José Vicente Quirante narra el fracaso de la revuelta ilustrada que recorre Europa en el siglo XIX

Los «lazzari», esclavos, en el Nápoles de 1799 (un grabado de la época)
Gabriel Albiac

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«Esta es la vida que quise». Roto y desharrapado, Domenico Cirillo siente la aspereza de la soga que un verdugo de uñas roñosas aprieta en torno a su cuello. Su muerte será indigna del que sabe haber sido el médico más reputado de Nápoles . Y el más sabio de sus naturalistas. El investigador que cruzara cartas con Linneo. El hombre de bien a quien D’Alambert y Diderot agasajan en París. Y el hombre también, demasiado generoso, que no sabe ponerse a salvo cuando la locura filantrópica de los republicanos de su ciudad es traicionada por un Napoleón al que nada importa que aquellos pobres ilustrados paguen con la vida la fe puesta en los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que de Francia les vinieron. Es el año 1799. Pero José Vicente Quirante Rives sabe dejar constancia en su novela de que es cualquier año, cualquier momento en la vida de esos animales taciturnos y crueles que son los humanos .

«»Sombra y revolución se despliega en dos tiempos . El que gira en torno a ese instante decisivo de la ejecución de Cirillo tras la restauración borbónica en el reino de Nápoles y el presente en el que alguien misteriosamente enamorado de esa ciudad y de las milagrosas ediciones de Bodoni persigue sus recuerdos. En ambos es la misma historia la que nos golpea: la del empeño humano en destruir lo bello. Y con lo bello destruirse. Da igual si es la ciudad prodigiosa. Si es Cirillo, ese sabio de ingenuidad conmovedora y suicida. Si somos nosotros. A eso queda reducida, en lo más primordial, la condición humana. «O’ riesto ‘e niente», proclamará un receloso interlocutor del médico ahorcado, hacia el final de la novela. «El resto es nada».

Al final, los esclavos despedazaron a quienes soñaban con ser sus libertadores

1799. El Nápoles que Quirante narra fue el laboratorio. Vendría enseguida España. Idénticos en la mezquindad sus Borbones: Fernando IV vaticina a su pariente Fernando VI . Igual de abyecto el pueblo: los «lazzari» que arrancan a la entrada de Nápoles los caballos de la carroza real para llevar ellos mismos al déspota a lomos. Fernando IV prefigura a Fernando VI. Y Nápoles a Madrid. Y la trágica enfermedad del XIX será la misma en ambos horizontes: el populacho ama solo ser siervo. Descuartizará a todo aquel que pretenda impedírselo.

Lo utópico

La revolución napolitana de 1799 fue un estallido de ilusiones ilustradas. Sin suelo real. Un grupo conmovedor de filántropos venidos de lo más exquisito en el mundo intelectual y artístico de aquel reino soñó con implantar una república en la frontera de lo utópico. La miseria corroía el Reino de las Dos Sicilias . Y ellos pensaron que era inaplazable liberar a los esclavos. Y, al final, los esclavos, los lazzari reivindicaron sus cadenas. Y, al final, despedazaron a quienes soñaban ser sus libertadores. Y bendijeron el retorno de sus verdugos. La miseria era todo cuanto tenían. Perder eso les pareció monstruoso. Nápoles desfila por este «Sombra y revolución», con la vida que le da la pluma de un escritor español que ama esa ciudad más que los napolitanos. Y que va construyendo su historia, al tiempo que narra la de sus ilusiones. Nápoles destruye, escéptica, a quienes la aman. Cirillo muere para nada. Como todos los revolucionarios. Como todos .

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