Una mirada sin filtros al Museo del Prado
Cada día, más de dos centenares de estudiantes de todas las edades descubren los tesoros del Museo del Prado, flamante premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades
![Un grupo de alumnos del Santiago el Mayor de Toledo observa el cuadro «Doña Juana la Loca», de Pradilla](https://s3.abcstatics.com/media/cultura/2019/04/01/museo-del-prado-visitas-escolares-kPPC--1248x698@abc.jpg)
Cuando no sabíamos nada, cuando no conocíamos la magia del sfumato , la perspectiva aérea o los puntos de fuga, cuando no nos preocupaban los nombres y las cosas se dividían entre lo feo y lo bonito, o entre lo interesante y lo que no, cuando la pintura era un divertimento más y el canon una palabra extraña, cuando el gusto era solo capricho y el Museo del Prado un lugar de viejos desconocidos, cuando no existía el pudor y las preguntas eran curiosidad pura, antes de crecer, cuando éramos inocentes, cuando nos asombrábamos sin esfuerzo, entonces, en la infancia, un cuadro era sobre todo una historia. Nada más y nada menos. Y es ahí, en los ojos del niño, que no tienen filtros, donde el arte recupera su sentido primigenio, el de la representación: contar algo sin necesidad de palabras.
Lo saben bien las treinta y una cabecitas que ayer estaban pendientes de los diecisiete metros cuadrados de lienzo que Francisco Pradilla usó en el siglo XIX para recordar el drama de Juana la Loca , y que hoy protagonizan una de las salas de pintura histórica del Prado. En los tiempos del iPhone, estos estudiantes de once y doce años del Colegio Santiago el Mayor de Toledo llevan más de veinte minutos escuchando con atención sus peripecias: la muerte de Felipe el Hermoso , los ocho meses que vagó por Castilla con el cadáver y las cuatro décadas largas que permaneció encerrada en Tordesillas, tachada de loca. Al conocer este dato, una alumna tuerce el gesto, entre indignada y atónica, ante las palabras de Elena Escudero, la educadora del museo que les acompaña en esta visita.
Es después de conocer esto cuando les toca hablar, y ahí demuestran esa pericia que aún no les ha robado el tiempo. Su cometido es darle un titular informativo, a modo de jóvenes periodistas, a ese cuadro y el relato que encierra. Y hay nivel. «La toman por loca: la reina Juana I de Castilla entra en depresión por la muerte de su marido», lee orgullosa una niña, después de haber escrito la noticia en concilio de cinco. Otro: «La desgraciada muerte de Felipe el Hermoso». Y más: «Juana se escribe con lágrimas». El más gracioso no es de hoy, sino de hace un tiempo: «Ocho meses mirando un cadáver». «Es que son muy trágicos», comenta entre risas Escudero.
¿Pero son de verdad?
Los niños, afirma, siempre preguntan si los cuadros son «de verdad»: «Se sorprenden de que les dejen estar en la misma sala que las obras. Me dicen que les puede pasar cualquier cosa, que se pueden romper. “¿Pero esto lo hizo Velázquez ? ¿Pero no hay otra?”. Y así». La historia, a veces, está al alcance de la mano, aunque tocarla esté prohibido, por eso de la conservación…
A los más pequeños lo que de verdad les preocupa es que las esculturas «no tengan partes», o que le falte un brazo o una pierna, aunque en eso del flipar no hay edades. Todos, del primero al último, se pasman ante «El Lavatorio» de Tintoretto y su uso de la perspectiva. «¡Se mueve!», grita uno de los peques. «El punto de vista está super guapo», valora una alumna de primero bachillerato del IES Cap de l´Aljub de Santa Pola (Alicante). En esa clase de adolescentes, por cierto, lo que les ha marcado es la cara del Cristo de «El descendimiento de la cruz» de Van der Weyden : «Tiene mucho sentimiento».
Cada día, los educadores del Prado realizan unas dieciséis visitas de un máximo de treinta alumnos, casi siempre por la mañana. Abarcan desde primero de infantil hasta segundo de Bachillerato; es decir, desde los tres hasta los dieciocho años. «Son visitas adaptadas al nivel de cada grupo. Son visitas dinámicas, en las que ellos tienen que participar, en las que tienen la voz. Eso es lo más importante: que sean parte del museo, que sientan que el museo es suyo», asevera Escudero, que ya ha terminado su jornada laboral. «El objetivo, al final, es que vuelvan y puedan entender más de lo que les hemos enseñado», añade.
En esa clase que ya sabe quién era Juana la Loca, por ejemplo, son capaces de identificar perfectamente a los Austrias por su quijada. «Eso les encanta», apunta su profesora, Alba Cámara, que es quien les ha enseñado el truco. También se llevan a casa el sangriento destino de Santa Catalina , gracias al cuadro de Fernando Yáñez de la Almedina . «Es una historia inventada. Era una princesa que murió mártir. La quisieron torturar, pero la rueda [dentada] se rompió y no pudieron. Al final, la decapitaron», resume Carla, de once años, sin ningún tipo de filtro.
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