Erling Kagge, conquistador de polos y coleccionista de arte

La nueva muestra de la Fundación Santander saca a relucir las obras del noruego

Erling Kagge, fotografiado con una de sus obras
Bruno Pardo Porto

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La tentación inicial es definirlo como un hombre del Renacimiento, pero Erling Kagge (Oslo, 1963) tiene más de emprendedor, cazador y explorador; de nómada, al fin y al cabo. En esa palabra podemos colgar todas sus facetas, profesiones y pasiones –abogado, escritor, editor, aventurero, enamorado del arte, empresario–, y además se ajusta como un guante a su colección de arte, alimentada desde hace más de tres décadas. En ese tiempo este noruego se ha convertido en el primer hombre en completar el desafío de los tres polos (Norte, Sur y Everest), ha alumbrado varios best seller y ha recorrido galerías de medio mundo en busca de obras «auténticas» que le produjeran « asombro ». Hoy tiene más de ochocientas, y juntas funcionan como una suerte de relato biográfico: desde la primera, una litografía que compró a los veintiún años por dos botellas de vino después de romper con su novia, hasta las más valiosas, como sus adquisiciones de Olafur Eliasson, pasando por una variopinta galería de filias que responden únicamente a su gusto personalísimo. Nunca recurre a asesores, por eso todas sus piezas hablan de él.

«Compro arte para vivir con él, para convivir» explica Kagge, enfundado en una blazer de terciopelo, durante la presentación de la nueva exposición de la Fundación Banco Santander. Después añade: «[El arte] Refleja mis distintas personalidades». Eso es lo que ha buscado respetar la comisaria Bice Curiger en la selección de las casi doscientas obras de su propiedad que componen « My Cartography. The Erling Kagge Collection », que puede verse en la Sala de Arte de la Ciudad Grupo Santander (Boadilla del Monte, Madrid) hasta el 4 de septiembre.

«She Sings for Freedom and I Love Her!», de Lothar Hempel

Ya desde el título, la muestra insiste una y otra vez en la metáfora del viaje y sus derivas. Al principio del recorrido, dos obras de Lawrence Weiner lanzan el mensaje de forma literal, casi a modo de eslogan («Las estrellas no se quedan quietas en el cielo» y «Somos barcos en el mar, no patos en un estanque»). Luego, un letrero de Darren Almond suplica: «Llévame a casa». Se llama «Estrella Polar». Incluso Olafur Eliasson sirve al propósito con una brújula trucada («360º Compass») que siempre apunta al norte. «Caminar a solas hasta el Polo Sur, coronar el Everest y coleccionar arte contemporáneo tienen cosas en común. El asombro, la curiosidad, la obsesión y el silencio son algunas de ellas. El asombro ante la creación. La curiosidad por lo que se esconde tras el horizonte. La obsesión de ir caminando paso a paso hasta el final del mundo», apunta Kagge en el catálogo.

Su viaje es geográfico y mental, de pasos y miradas. Así como Kagge ha ido a los rincones más recónditos del planeta, también ha pasado de tachar al arte contemporáneo de «patético» a ser capaz de disfrutar de las creaciones más arriesgadas, una travesía bastante extrema. Abraza todos los formatos posibles , como evidencian sus compras: una fotografía de Diane Arbus, una escultura de Lothar Hempel, varios dibujos punk de Raymond Pettibon, tapices de Ann Cathrin November Høibo, un vídeo de «simulación en vivo» de Ian Cheng donde un algoritmo va modificando la imagen constantemente o una psicodélica instalación de vinilo de Jim Lambie, entre muchos otros ejemplos posibles. Con los temas ocurre lo mismo. Hay denuncia social, reflexiones inspiradas por el ecologismo, por el feminismo… Hay seriedad, hay humor, hay un Rolls Royce remozado por Franz West que luce una insignia más bien fálica. En fin, diversidad de discursos y métodos para repensar un presente agitado. «No puedo contar las veces que me he quedado asombrada. Kagge me ha demostrado que es un verdadero aventurero», destaca Curiger.

Un Rolls Royce modificado por el artista Franz West

El coleccionista se pasea por su exposición en silencio, escuchando atento los comentarios que hace la comisaria. Muchas de esas obras las ha visto diariamente durante muchos años. Aun así, parece que todavía se interroga por su sentido una y otra vez. Lo evidente no le atrae tanto como lo velado, lo que le exige esfuerzo, contemplación. Al principio aspiraba a refinar su ojo al máximo, ahora defiende que hay que disfrutar de las creaciones «con los ojos y con la nariz, con todos los sentidos». Es un viaje multisensorial que quiere que dure toda la vida. «Me he limitado a comprar arte junto al que creo que podré crecer», resume, otra vez, en el catálogo.

Ahora Kagge ya no siente necesidad de escalar ochomiles y se conforma con cimas más modestas. La atracción por el arte, en cambio, no ha perdido ni un ápice de intensidad y le sigue arrastrando a las galerías y a las ferias. Todos los años va a Art Basel, y esta semana se paseará por ARCO , a ver si al fin se hace con alguna pieza de un artista español, que es uno de los vacíos de su colección. Al principio le encantaba guardar todas sus obras en casa. Tenía los armarios llenos y las metía hasta «debajo de la cama». Con el paso de los años y las compras eso, por desgracia, se ha vuelto inviable. Dice que tal acumulación de arte tiene algo de ilógico, de extravagante. «Es algo similar a escalar el Everest: un absurdo», remata.

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