Olafur Eliasson: «La naturaleza debería tener los mismos derechos fundamentales que los seres humanos»
El célebre artista danés exhibe, hasta el 21 de junio, en el Museo Guggenheim de Bilbao algunos de sus mejores proyectos
Es un artista atípico, y eso le hace más interesante en un mundo donde todos se parecen demasiado a todos. Danés, de padres islandeses, el nombre de Olafur Eliasson (Copenhague, 1967) saltó a la fama cuando en 2003 expuso en la Sala de Turbinas de la Tate Modern «The Weather Project», una espectacular instalación en la que creó un sol artificial que iluminaba este templo de la contemporaneidad, donde unos años antes triunfó el español Juan Muñoz. En realidad, ambos tienen algo en común: son dos grandes ilusionistas. Eliasson pasó a ser el nuevo «becerro de oro» al que adoran comisarios, críticos, directores de museos, ferias y bienales, coleccionistas... pero también el público, que se lo pasa en grande visitando sus instalaciones, muy fotogénicas y pasto de selfis. Eliasson es una estrella, uno de los artistas más cotizados del mundo, por mucho que él quiera mantener a distancia arte y negocio.
El Museo Guggenheim de Bilbao le dedica una gran exposición, patrocinada por Iberdrola, que ya se vio antes, con algunas variaciones, en la Tate Modern de Londres. Un día antes de su inauguración, charlamos con él un grupo de periodistas. La cita: a las dos de la tarde, que para un nórdico debe ser una buena hora para mantener una conversación compleja, profunda e intensa, pero no tanto para un español en plena digestión. Y eso que el artista tampoco estaba en ayunas. Minutos antes, daba buena cuenta de un bocadillo de jamón en la terraza del Guggenheim. Nos ahorramos, pues, preguntarle si es vegano.
El trabajo de Olafur Eliasson es una mezcla de arte, técnica y ciencia . Su estudio de Berlín es más un laboratorio experimental , donde se investiga sobre geometría, espacio, luz y color, que el habitual taller de un artista. Trabajan en él un centenar de personas: arquitectos, ingenieros, matemáticos, diseñadores gráficos, historiadores, artesanos y hasta cocineros. Y es que, para él, el arte no es algo que se enmarca, se cuelga y se contempla, sino algo que plantea cuestiones sociales, políticas, ecológicas, estéticas, éticas..., sobre lo que se reflexiona y se debate. La exposición arranca con una pieza del Moderna Museet de Estocolmo: encerradas en una inmensa vitrina, 450 maquetas y prototipos producidos en su estudio. Han servido para inspirar muchos de sus proyectos. Es como entrar en la cabeza de Eliasson, que no parece amueblada precisamente por Ikea.
Al igual que su estudio, tampoco sus materiales son típicos. Basta con darse un paseo por la exposición. Su título: «En la vida real» . Cuesta creerlo, hay obras que parecen salidas de una película de ciencia ficción. Un futurista túnel caleidoscópico rodeado de resplandecientes esferas, proyectores que reflejan en la pared nuestras sombras multicolores, formas abstractas que «bailan» en un espejo... Juega y experimenta con la luz , como en su día hicieron Rembrandt o Caravaggio, aunque la suya, aclara, no es una luz divina. Y siempre cuenta con la complicidad del espectador, protagonista de todas sus obras. No esconde el «making of» de sus trabajos : deja al aire los cables y el resto del material. Es el caso de sus máquinas que crean olas.
¿Se considera un ilusionista? «El ilusionista es el que oculta los trucos que lleva a cabo ante el público. Yo pido a los espectadores que sean coproductores de mis obras de arte ». Pero, al conocerse el truco, ¿no se pierde parte de la magia? «Lo importante es tanto experimentar la magia como ver cómo se realiza. Si solo ves la magia, puedes engañar a la gente para que crea en cosas que no son necesariamente verdad. Se trata de cómo podemos abordar la realidad y ver qué es real. Para mí, el museo es como un prismático: vemos cosas que de otra manera sería difícil contemplar. Los museos nos muestran una visión mucho más realista del mundo».
Nos sentimos cual Alicia en el País de las Maravillas recorriendo la muestra. Frente a nosotros, una pared de liquen de renos , que semeja una esponjosa alfombra. Es un organismo vivo, que se irá degradando con el tiempo. Nos aclaran que está producido por ellos. Un foco nos invita a colocarnos bajo él y convertirnos en improvisadas estrellas. Eliasson creó la pieza para el bar en el que trabajó de camarero hace años: el «Krasnapolsky» de Copenhague.
Sus obras apelan constantemente a la percepción y a nuestros sentidos. Nos adentramos en su «Atlas atmosférico» multicolor: una habitación llena de niebla en la que, al perder el sentido de la vista, debemos tirar del resto para orientarnos. En la Tate Modern el espacio era aún más claustrofóbico:un pasillo de niebla de 39 metros. Eliasson «tiñe» de amarillo una sala del museo: al eliminar la luz blanca, los colores se transforman en amarillos, grises y negros. No esperen verse favorecidos en las fotos. Parecerán recién salidos de «El sexto sentido». Poéticos y evocadores, el arcoiris reflejado en una cortina de agua que puedes traspasar, o su «Fuente Big Bang»: un chorro de agua se convierte en hipnóticas y bellísimas esculturas gracias a la luz estroboscópica . Eliasson es capaz de atrapar en dos óleos sobre lienzo la paleta cromática de sendos cuadros de Friedrich.
Ecologista activo y confeso (es embajador de buena voluntad para la acción climática de Naciones Unidas), advierte de las terribles consecuencias del cambio climático en acuarelas con hielo derretido, en un vaciado en bronce de lo que en su día fue un bloque de hielo de un glaciar, ya derretido, o en sus fotografías del deshielo de un glaciar en Islandia , comparando imágenes de 1999 y 2019. En Londres llegó a exhibir grandes bloques de hielo en las afueras de la Tate Modern. Aquí no. Fuera del Guggenheim sí se ha instalado una cascada de once metros. Hace unos años el artista ya instaló cuatro monumentales cascadas sobre el East River de Nueva York. «Siempre me ha interesado mucho la fragilidad del Ártico. Para mí era natural implicarme con la naturaleza y el medio ambiente», advierte. « La naturaleza debería tener los mismos derechos fundamentales que los seres humanos . Nadie tiene en propiedad el cielo, los océanos... Todos somos copropietarios». También tiene una fuerte conciencia social. En la Bienal de Venecia de 2016 vimos su «Green light», un proyecto que contó con el mecenazgo de Francesca Thyssen: un taller de aprendizaje de lámparas para refugiados e inmigrantes.
Está muy satisfecho con el resultado de la exposición, en comparación con la de Londres: «Aquí te permite tener una experiencia mejor, más contemplativa. Me ha sorprendido. Frank Gehry tiene un sello muy fuerte, pensé que iba a ser más complicado. Es un placer ver que mi obra está bailando bastante bien con la obra de Frank Gehry».
Eliasson nos invita con sus obras a explorar nuestra propia relación con la naturaleza: «Dejo muchos caminos abiertos para que cada uno lleve a cabo una singladura interpretativa». ¿Qué piensa de un mundo tan narcisista y vanidoso como el mercado del arte, del que forma parte? «Personalmente, creo que el arte es sorprendente, increíble. Tiene algo muy valioso que ofrecer a la gente. No podemos comparar el mundo del arte con el mercado del arte. El arte tiene que ver con la cultura, no con el comercio». Para Eliasson, «el arte siempre es político» y el museo «es una especie de parlamento» , donde reflexionar sobre «cómo podemos prevenir el populismo, el nacionalismo, las conductas patriarcales, la xenofobia... y otros conflictos contemporáneos. Cuando hablo de museos, hablo también de teatros, bibliotecas... Tienen un papel muy importante». Europeísta convencido, le preguntamos cómo ha vivido el Brexit : «Es un resultado muy triste. Ha sido un fracaso a la hora de crear una narrativa común para toda Europa».