Artistas S.A.: ¿talleres o fábricas de producción?

A las puertas de ARCO, rastreamos los estudios de célebres creadores. Cientos de colaboradores trabajan en ellos. También hay «negros» en el mundo del arte

Jeff Koons posa en su estudio de Nueva York, mientras algunos colaboradores ejecutan sus multimillonarias obras GETTY

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La imagen del artista en soledad en su estudio con las manos y el mandil manchados de pintura es una especie en extinción. Son reliquias para nostálgicos talleres como el Bateau-Lavoir en el bohemio Montmartre, donde Picasso dio vida a «Las Señoritas de Aviñón», o el de Francis Bacon en el número 7 de Reece Mews, en Londres, donde daba rienda suelta a su Diógenes creativo. Aunque aún muchos artistas siguen trabajando en solitario en sus estudios y creando ellos mismos sus obras, otros muchos ni siquiera llegan a tocar el pincel ni a mancharse de pintura. Hay quienes lo hacen por él. Serían el equivalente a los «ghost writers» (escritores fantasma) o «negros» en la literatura. Estrellas del arte contemporáneo tienen sofisticados estudios en los que, en algunos casos, llega a haber trabajando más de un centenar de personas. Son más fábricas donde se producen obras de arte que talleres donde los artistas realizan sus creaciones. Es el resultado de satisfacer el voraz apetito de un mercado, el del arte , inundado de exposiciones, ferias, bienales, documentas...

The Factory, el mítico y plateado estudio de Andy Warhol en Manhattan por donde pasó toda la modernidad ABC

En 1963, Andy Warhol puso en marcha un novedoso estudio, que forró de papel aluminio y llamó The Factory . Estaba en la calle 47 Este en Manhattan. Por la fábrica plateada pasó toda la modernidad neoyorquina de la época: directores de cine, músicos, actores, bailarines, drag queens... Allí se rodaron medio millar de películas, tocó la Velvet Underground, nació la revista «Interview», se producían las serigrafías de Warhol, al tiempo que acogía desenfrenadas fiestas, donde nunca faltaban el sexo, las drogas y el alcohol.

Rubens, artista y empresario

Más aburrido, sin duda, tres siglos antes Rubens puso en marcha el primer gran taller artístico. Funcionaba como una pequeña empresa. Se rodeó de colaboradores y tuvo más de cien aprendices, que le permitían al maestro aceptar tantos encargos. Por su taller pasaron Van Dyck, Snyders o Jan Brueghel el Viejo . Rubens planificó, controló y organizó el trabajo de su taller, al tiempo que comerciaba con sus obras. ¿Pudo pintar Miguel Ángel , por muy divino que fuera, él solo el techo de la Capilla Sixtina? ¿Y Rafael , las Estancias Vaticanas? No, sin duda. Siempre ha habido talleres con ayudantes y discípulos, pero entonces el concepto de autoría era bien distinto al que conocemos en la actualidad.

Hoy, los grandes museos del mundo distinguen si las obras expuestas de maestros antiguos son de un artista, de su taller, de un artista y su taller... De hecho, los precios de las obras en el mercado suben o bajan estratosféricamente si es de un maestro o de su taller. En el arte contemporáneo no ocurre igual. El artista es la marca, por lo que pagan millonadas los clientes, independientemente de quien haya ejecutado la obra en cuestión.

Damien Hirst se defiende

Las cotizadísimas pinturas de puntos multicolores de Damien Hirst , que crea como churros y se venden por millones de dólares, no han sido ejecutadas por este «enfant terrible», cada vez menos «enfant» y menos «terrible». Tampoco le imaginamos metiendo su tiburón en formol, ni cortando una vaca por la mitad... Hirst produce en cadena. Un ejército de artistas fabrica sus obras. «Para hacer arte al nivel que yo quiero, tengo que contratar a otras personas. Prada tampoco hace sus prendas, ni Frank Gehry construye sus edificios y nadie los descalifica», sentenció en una entrevista. «Cuando vendo uno de esos cuadros uso el dinero para pagar a gente que haga más. Ellos lo hacen mejor que yo. Me aburro, me vuelvo impaciente». Palabra de Hirst. En 2012 saltó una polémica con David Hockney . En un cartel de su exposición en la Royal Academy de Londres rezaba esta frase:«Todos estos trabajos expuestos están hechos por el artista». Preguntado por ello en una entrevista en Radio Times, Hockney dijo que la práctica de Hirst era un poco insultante para los artistas. Y citó un proverbio chino: «Para pintar se necesita el ojo, la mano y el corazón. Dos elementos no bastan». Después negaría, cual San Pedro, sus críticas a Hirst.

Jeff Koons: «No soy una marca»

Jeff Koons es otra superstar a quien las musas nunca pillarán con las manos manchadas de pintura. En su estudio de Nueva York, en el barrio de Chelsea, trabajan más de un centenar de jóvenes artistas. «Cada pintura lleva uno o dos años. Yo hago muchos proyectos. No puedo sentarme y pintar todo el día. Así que he creado un sistema, un código de color, de forma que pueda tener el control de cada pincelada. No les digo a mis asistentes: “Id y pintad algo y yo luego lo firmo”. Es un sistema para controlar cada gesto como si lo hiciese yo mismo », afirmaba en una entrevista. En otra ocasión, confesaba: « El que pinta un cuadro no es relevante . ¿Qué es más importante: diseñar el plan para cazar el mamut o disparar la flecha? Nada ocurriría si yo no crease el contexto. Uso diferentes recursos como una extensión de mis dedos. Si un artista coge un pincel, ¿son las cerdas las que pintan? No, es la mente que está detrás. No quiero encerrarme en un estudio solo. Quiero interactuar».

El «interactuador» Koons nunca interviene manualmente en el proceso. En su estudio hay quienes se dedican al diseño en tres dimensiones, al perfecto pulido de sus esculturas inflables, a buscar el tono adecuado del color... Artistas como él se han convertido en una marca registrada como Nike o Coca-Cola. Pero Koons lo niega: «No soy una marca» , decía a ABC en una entrevista. Takashi Murakami dirige la empresa Kaikai Kiki, que produce todas sus obras. ¿Cree que el artista es como el arquitecto, que firma la idea pero otros la ejecutan?, le preguntamos en cierta ocasión. «Es como una película. El director contrata a unos actores. Consigue un cámara, un técnico de iluminación, y después rueda la acción. El director tiene una idea y procura materializarla. El factor más importante es la idea del director. No es necesariamente tan importante que él mismo haga el trabajo de su propia mano». Paradójicamente, aquella exposición se titulaba «Copyright».

Will Gompertz , director de arte de la BBC, compara el mercado del arte con el inmobiliario:«Cada generación tiene los artistas que se merece y nosotros nos merecemos a Koons, Hirst... Están relacionados con el capitalismo y la avaricia».

Soe Kitchen, cocina-laboratorio del estudio que abrió en Berlín el danés Olafur Eliasson en 2002 STUDIO OLAFUR ELIASSON/TASCHEN

Soe Kitchen: comer y pensar

Olafur Eliasson , a quien el Guggenheim Bilbao le dedica una exposición, es un caso especial. En 2002 abrió en Berlín el Studio Olafur Eliasson, al que Taschen dedicó una enciclopedia XXL y en el que, según consta en su página web, trabaja un equipo de 119 personas , entre artesanos, técnicos especializados, arquitectos, ingenieros, archiveros, historiadores del arte, diseñadores web y gráficos, asistentes, personal de desarrollo y producción, comunicación y hasta cocineros. Es una especie de laboratorio experimental donde se aúnan arte, naturaleza y tecnología y donde se plantean cuestiones sociales, políticas, ecológicas, estéticas, éticas... En este espacio conviven espejos y prismas de colores, aparatos de medición para fenómenos espaciales, dispositivos de refracción de la luz... Los colaboradores aportan ideas, sugerencias, críticas, aunque Eliasson tiene la última palabra. El estudio cuenta con cocina propia, Soe Kitchen , un espacio para comer y pensar, experimentar sobre alimentación y explorar con tipos de cocina responsables con el clima. Se mide incluso la huella de carbono en cada plato.

Derechos de autor

Pero, ¿no hay problemas con los derechos de autor de quienes trabajan en esos estudios? ¿Tienen algún tipo de reconocimiento? En 2016 saltó una polémica en España. Fumiko Negishi , ayudante entonces del popular artista valenciano Antonio de Felipe , le demandó ante los tribunales por despido improcedente y reclamó la autoría de 221 obras del artista. Aunque en primera instancia se falló que el artista debía indemnizar a la japonesa con 24.393 euros, se reconocía que el trabajo creativo de la obra artística era de Antonio de Felipe: él era el único autor de sus obras.

José Gutiérrez Vicén, director general de Vegap , dice que «el derecho de autor es de quien concibe, vigila la realización de la pieza y garantiza el resultado final. Los bocetos están protegidos, hasta los títulos de las obras». Comenta que la entidad que dirige no ha recibido reclamaciones de derechos de autor por parte de personas que trabajan en talleres de artistas. «Normalmente, cuando los artistas desarrollan una obra en colaboración lo pactan. Es frecuente en el arte contemporáneo la presencia de equipos. Puede haber situaciones confusas, pero los operarios que trabajan para un artista no pueden vindicar la autoría. La artesanía no es necesariamente una actividad autoral, aunque sin duda tiene un valor que debe ser reconocido».

«Vanidad insuperable»

El crítico de arte Fernando Castro Flórez reflexiona así sobre estas cuestiones: «Frente a la poética del genio, melancólico y excesivo, el artista moderno tuvo que aprender a manejarse en la dinámica del complot y sacar partido del escándalo, mientras que los contemporáneos tomaron buena nota de la doctrina warholiana: ser buen artista supone ser bueno en el marketing . Tal vez el problema es que la actividad de la Factory se ha desquiciado. Solemos justificar la proliferación de “asistentes” , por no decir “machacas”, en los proyectos actuales rememorando el trabajo de los talleres históricos. La cosa es muy diferente: los artistas globales, esos exponentes de la estética vip, tienen que acelerar la producción, renovar las ocurrencias, dar rienda suelta a la pirotecnia bienalizante . No se trata de tener nostalgia del “toque único”, añorando la mano “maestra”, ni tampoco tiene sentido reclamar algo tan raro como la inspiración; pero tampoco podemos regodearnos por la proliferación de becarios, mediadores y otro tipo de “modos de esclavización”. Décadas después de aquellas teorías que postularon la “muerte del autor”, lo que tenemos es una epidemia descomunal de narcisismo. Acaba de morir el creador del “copy-paste” y, sin duda, le debemos mucho, sobre todo en la generalización del plagio. Muchos no se cortan nada, van de pega, abusan de la “meritocracia” y, de remate, colocan firmas de una vanidad insuperable ».

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