Chillida, Tàpies y Avedon se infiltran en la colección del MNAC
El museo barcelonés se alía con la Fundación Suñol para abrazar el arte contemporáneo con el proyecto «Diálogos intrusos»
En la galería gótica del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) la estrella ya no es la Virgen de los «Consellers». Ahí sigue, flamante y de colorido fulgente, el retablo de Lluís Dalmau, pero parte de la atención se la lleva ahora una butaca que ha aparecido como por arte de ensalmo en medio de la sala. La butaca, claro, no es una butaca, sino una obra Antoni Tàpies de finales de los ochenta que, confrontada a la orfebrería medieval, resalta la austeridad del informalismo. Lo mismo ocurre en las salas de arte moderno, donde Picasso y Ramon Casas comparten pared con retratos de Igor Stravinsky realizados por el fotógrafo Richard Avedon, o en las de románico, con la inquietante sombra de una silla de alambre de Jaume Xifra proyectándose sobre el ábside de Sant Climent de Taüll.
«La virgen le hace preguntas a Tàpies. Y viceversa», destaca Pepe Serra, director de un MNAC convertido en banco de pruebas por obra y gracia de «Diálogos intrusos», proyecto de infiltración y relectura que el museo ha realizado junto a la Fundación Suñol. La idea es, en apariencia, sencilla: seleccionar una veintena de obras de la colección de arte contemporáneo de la Fundación Suñol y repartirlas en diferentes puntos del museo. Una nueva apuesta por «romper las costuras» del museo y, al mismo tiempo, ofrecer una lectura contemporánea de una colección que suma más de 1.000 años de creación. «Todo es presente. Todo el mundo entra ahora en el museo, no en el siglo XI, y eso ayuda a la necesaria reinterpretación», subraya Serra.
«¿Qué ocurre con nuestra colección cuenta la confrontas con la historia?», se pregunta a su vez Sergi Aguilar, director de la Fundación Suñol y comisario de la exposición. La respuesta llega pronto: lo que se tarda en entrar en la venerable sala de Románico para comprobar que los ojos que lucen en sus alas los ángeles del ábside de Santa María de Aneu encuentra un reflejo casi perfecto en los ojos gelatinosos de Evru/Zush. «Los diálogos funcionan por afinidad o por contraste, y de ellos surgen una serie de preguntas que pueden interesar a públicos muy diferentes», destaca Alex Mitran, conservador de arte contemporáneo del MNAC. «No se trata simplemente de ir colocando obras aquí y allá», añade Serra sobre una intervención en la que todo tiene su razón de ser.
Ocurre, por ejemplo, con esa escultura de Chillida que, rodeada de óleos de Ribera y Zurbarán, invita al recogimiento y a la meditación; y ocurre también con la abarrotada estantería de Carmen Calvo, proyección de mentes sobrecargadas y sueños de riqueza que se exhibe en una de las salas dedicadas al ampuloso y curvilíneo mueble modernista. El juego de contrastes y diálogos va más allá e implica también la convivencia de Joan Hernández Pijuan con el intenso colorido de Joaquim Mir; la confrontación entre el «Pan tostado» de Claudio Bravo y los bodegones de Zurbarán; y el big band referencia de Joan Brossa, encargado de despedir este itinerario alternativo con «Capitomba«, instalación alegórica sobre el dinero que, a la vera de una lámpara diseñada por Puig i Cadafalch, cierra el apartado que el MNAC dedica a la opulencia burguesa.