A la guerra con una sonrisa: confesiones desde las trincheras

El fotógrafo Jordi Bru es un observador de excepción en el mundo de las recreaciones, cada vez con más adeptos

César Cervera

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«Oiga, ¿ustedes pueden parar la guerra un momento?». Así empezaba su conversación telefónica con el enemigo el humorista Gila, enfundado en un casco y un uniforme que le dotaban de cierta seriedad, sin sospechar que sí, que las batallas se pueden parar. La guerra viaja en metro, se toma bocatas de salchichón entre combate y combate y hasta puede esbozar una sonrisa en el fragor de la batalla cuando se trata de una recreación histórica , un mundo que cada vez cuenta con más adeptos en España.

Los peligros de la guerra

Estas representaciones de la guerra se mueven, como la vida misma, al filo de lo cómico y de lo trágico. «Se ríen. Mi trabajo es fotografiarlos como si fuera una batalla real, y a veces no se pueden contener la risa. Tú imagínate, un combate de los tercios que llegan al cuerpo a cuerpo ¡y te toca pegarte cuchilladas con un amigo!», relata Jordi Bru, un fotógrafo infiltrado en estos grupos que cuidan cada detalle. Los anacronismos son los otros invitados más inoportunos: «Aparecen como gafas modernas en una batalla napoleónica. Te has gastado más de mil euros en el vestuario y las armas, ¿pero no eres capaz de comprarte unas gafas de época o unas ‘Quevedo ’?».

Un actor estadounidense interpreta a Napoleón en Astorga. Jordi Bru

Jordi Bru (Pamplona, 1967), fotógrafo de profesión, ha sufrido en estos años un sablazo en la espalda por parte de un jinete en los campos moscovitas. «Es normal, yo iba vestido como el enemigo», reconoce con deportividad. También se ha caído directo al agua, con una carísima cámara en la mano, cuando bajaba de la única lancha operativa que existe en el mundo de la Segunda Guerra Mundial durante una recreación del Día-D en las playas de Santander. Casi se despeña en una marcha de cuatro horas de la División Azul por la sierra nevada de Madrid. Y hasta recibió un tiro de pólvora negra en la cara durante una recreación en Andalucía de la Primera Guerra Carlista.

«Pensé por un momento que me había quedado ciego», recuerda para ABC. Afortunadamente no fue así, pero le estuvieron quitando pólvora incrustada en las córneas durante tres días. Las armas de avancarga son totalmente funcionales, y aunque no están cargadas en estos eventos, cualquier esquirla puede salir disparada a más de cuatro metros de distancia.

Recreación de la batalla del Ebro en Fayón (Zaragoza). Antonio Tenedor

Bru conocía la verdadera cara de la guerra antes de zambullirse en este mundo más amable hace ocho años. Trabajó como fotoperiodista en Bosnia durante la Guerra de los Balcanes . Tras años elaborando fotos para editoriales del País Vasco y revistas francesas, un día acabó por curiosidad visitando una recreación de una batalla local. Le fascinó y lo convirtió en su profesión. Desde entonces no ha dejado de acudir a otros combates de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Independencia , las guerras carlistas y, por supuesto, de las luchas de la infantería de los Tercios de España.

Un mundo abierto

Vestido de paisano, Bru era visto al principio como un intruso por los muy canónicos recreadores, pero con el paso de los eventos y con cada vez más Historia encima se fue transformando en uno más. «No es un mundo cerrado, pero sí me ha costado ir trazando mi personaje, al principio iba muy cutre», confiesa. Lo que cuesta es el bolsillo: un morrión puede elevarse hasta los 500 euros, una armadura a partir de 700.

No es lo mismo una recreación que una fiesta popular o un mercado medieval. En las recreaciones hay una investigación detrás, un esfuerzo por conocer la ropa, las armas, las formaciones que se usaban en la época. «Es una representación de la guerra con mucho estudio previo », recuerda el fotógrafo, que en las recreaciones de los tercios y de los napoleónicos mete su cámara en una funda de cuero y en las más modernas usa una falsa carcasa de un modelo de época.

Recreación del asedio de Groenlo. Gabor Monos

Invocar al dios Marte tiene sus peligros y requiere, al menos a los que hacen de soldados rasos, estar en buena forma física. Las recreaciones en verano donde viene gente de fuera de la Península terminan con muchos de los soldados sufriendo golpes de calor. «Los británicos y los canarios lo llevan fatal. Recuerdo una en Ciudad Rodrigo con 40 grados donde iban desmayándose en oleada», señala Bru. Si el sol aprieta y faltan fuerzas, muchos combatientes simplemente se hacen los muertos: «Según qué batallas, algunos lo prefieren así. Aunque luego más les vale levantarse, porque sino nos quedamos cuatro luchando».

Las recreaciones históricas en España cada vez tienen más seguidores y las asociaciones han ido elevando el nivel de detallado, pero el país sigue lejos de la larga tradición existente en sitios como Francia, Italia o Inglaterra. No hay mayor honor entre los recreadores españoles que el que venga algún grupo francés, inglés o belga a una batalla donde tomaron parte. Lo mismo pasa cuando los españoles son invitados a la recreación de Groenlo , que se celebra cada dos años en Holanda y cuenta con trincheras, caballería y 1.700 participantes.

Recreación en Santander del Día-D. Angel Maciá

«A nosotros nos reciben con vivas a España. Somos allí las estrellas», afirma Bru, que recuerda cómo en esa batalla holandesa algunos compatriotas tuvieron que pasarse, a regañadientes, al otro bando para reforzar un cuadro enemigo que estaba cojo. Nervios, tensión y, de repente, un grito castellano rompe el silencio previo al combate: «Manolooo» . «¿Qué?», responde a lo lejos un soldado desde la formación protestante. «Manolo, hereje, vamos a ir a por ti», amenaza el cuadro castellano. De nuevo, risas.

Fuera la política

Ni en las batallas de los tercios ni en las de la Guerra Civi l hay un ápice de rencor. En estos eventos prima la reconciliación y la fraternidad. «A veces me ha tocado hacer de republicano por la mañana y de nacional por la tarde. Es muy terapéutico», narra el fotógrafo. Cuando termina la batalla, ambos bandos se abrazan y luego se van a tomar unas cervezas juntos .

La política no es bienvenida en estas recreaciones donde se puede ir de soldado de la Wehrmacht alemana , pero no de comisdario político nazi o soviético. En una recreación apareció por sorpresa un personaje que nadie conocía vestido de la Gestapo, con su abrigo de cuero, su brazalete nazi y su gorro con el logo de las SS. La organización le cortó el paso: «¿Tú quién eres?». Tras una invitación educada para que se marchara, le tocó darse la vuelta y retornar a su búnker. «Interesa la guerra, no la política. Un tipo así no tiene nada que hacer entre nosotros», advierte el navarro.

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