Toros
El mano a mano Manzanares-Aguado queda en tablas en El Puerto
Doble trofeo para los dos diestros, en una faena condicionada por el descastamiento de los nobles toros de Juan Pedro
Se c erraba la temporada estival de toros en El Puerto con el anunciado mano a mano entre Manzanares y Aguado , un cartel cuya configuración ha sorprendido a parte de la afición, pues no consta expresa rivalidad entre ambos ni queda pendiente derimir cetro alguno de la torería a la resultas de este duelo inopinado. Antes al contrario, habida cuenta lo escueto del ciclo de corridas programadas, queda la sensación de haberse desaprovechado una inmejorable oportunidad para que cualquiera de ese ramillete de toreros que tanto vienen destacando pudiera hacer el paseíllo en nuestro centenario coso. Y para que todo volviera a cuadrar como se acostumbra, ahí están los sempiternos toros de Juan Pedro, los que nunca faltan en este tipo de festejos y los que cuentan con un dilatado reguero de plúmbeas tardes de aburrimiento. Pero entre petardo y petardo cierto es que a veces suena la traca de un toro que medio se sostiene y medio embiste, la figura corta fáciles orejas y una ola de triunfalismo vuelve a tapar todo lo demás.
El festejo dio comienzo con la imagen inédita de Manzanares plantado de hinojos ante la puerta de chiqueros para recibir con dos largas cambiadas a ‘Mañoso’, primer ejemplar de la tarde, al que luego veroniqueó con exquisito gusto y suma quietud en los medios.
Con una leve vara se cambió el tercio y ras un lucido acto rehiletero, en el que hubieron de desmonterarse Mambrú y Luis Blázquez, el toro acudió al último episodio muletero con una embestida noble ainque algo corta y dubitativa, de mayor profundidad y templanza por el pitón izquierdo. Lo cual fue interpretado por el alicantino para basar su trasteo en el intento del toreo al natural, pero el animal fue apagándose de manera progresiva y la faena no pudo alcanzar el vuelo deseado. De pinchazo y perfecto volapié puso el diestro broche a este capítulo inicial.
En otro inaudito arrebato y para dar torera réplica a su compañero, Pablo Aguado también saludó a su primer enemigo con larga cambiadad a ‘porta gayola’ , al que luego veroniqueó con extrema suavidad, dada la acometida lenta y apagada que, ya de salida, presentaba el animal. La escueta vara recibida por este toro tan disminuido de poder no supuso bálsamo suficiente para que éste mostrara el mínimo gas exible para perseguir con codicia la franela del matador. Sosa y mortecina, la embestida del juanpedro sólo permitiría a Aguado esbozar series carentes de ligazón y obtener sólo aislados momentos de brillantez mediante la especial cadencia, sentimiento y gusto con que expresa el toreo. Una tanda final de naturales, ayudados por alto y trincherillas subieron el nivel de su elegante trasteo. Pero el cuádruple error con la tizona y varios golpes de descabello le privaron de pasear un trofeo que, a buen seguro, hubiera conseguido.
Difícil faena
Y, ya puesto, Manzanares volvió a puerta de toriles para saludar con otra larga a su segundo enemigo, suerte que ejecutó con suma limpieza de nuevo. Luego, ya en el tercio, dibujaría un ramillete de mecidas verónicas que remató con garbosa media. Un brusco y destemplado cabeceo mostró el toro en el caballo al recibir el único puyazo con que fue castigado y llegaría al último tercio con una acometida muy suave pero a media altura. Manzanares tuvo que derrochar empeño para extraer pases aislados en una faena lenta, larguísima y sosa. Con un pinchazo y una estocada caída se deshizo del animal.
Poco interés en perseguir el engaño mostró de salida el cuarto de la suelta, con el que Aguado sólo pudo lucirse en su función capotera. Pocas cualidades positivas presentaba este animal. Aguado lo intentó con denuedo pero su esfuerzo se vería frustrado, hasta el punto de que el toro, manso y sin alma, tomó el camino de las tablas durante el transcurso del trasteo. Con una gran estocada pasaportó este descastado burel.
Aprovechó Manzanares la boyante y humillada embestida que presentó el quinto de salida para estirarse con garbo a la verónica y abrochar el repertorio con una media de alta plasticidad. Tras un tercio de banderillas de lucida ejecución en el que Duarte acompañó a Mambrú en el saludo al respetable, José Mari Manzanares arrebató desde el inicio su faena y condujo con trazo largo y poderoso la, en un principio, encendida acometida de la res. Con algo más de movilidad que los astados precedente, permitió al menos al alicantino que enlazara algunos pases por ambos pitones y las series alcanzaran ciarta consistencia. Mas como todos, pronto se apagaría y Manzanares hubo de dar por finalizada una labor que remataría con una soberbia ejecución de la suerte de recibir. Alto nivel estético poseyeron los templados lances a la verónica con que Pablo Aguado recibió al que cerraba plaza. Esmero y caricia en el trazo, sus verónicas y media desprendieron sabor. Y en un quite posterior por ajustadas chicuelinas resultó peligrosamente prendido y, en gesto de coraje y pundonor, volvió a la cara de la res para culminar con extraordinario ceñimiento la suerte. La extrema nobleza del toro hacía presagiar la cumplida réplica del sevillano al reciente éxito de su compañero de cartel pero arribaría al tercio de muleta con una embestida sin chispa y sin la repetición obligada. Cuando esto último sucedió, Aguado dibujaría series de inspirados redondos bien rematados con hondos pases de pecho. Puso mucho empeño el joven diestro, que hizo cuanto pudo para sacar el máximo partido de animal tan desrazado y sin transmisión en la embestida. Y el público le agradeció el esfuerzo al solicitar el doble trofeo tras acabar con su oponente de un pincchazo en todo lo alto.
FICHA: Se lidiaron seis ejemplares de Juan Pedro Domecq, bien presentados, nobles, sosos y descastados.
José María Manzanares, de azul y oro. Ovación, ovación y dos orejas
Pablo aguado, de grana y oro. Ovación, silencio y dos orejas.
Plaza de toros de El Puerto. Lleno en el aforo permitido.
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