Toros
Toros en El Puerto: El Juli se va de vacío ante un deslucido encierro de Garcigrande
Juan Ortega sale a hombros junto a Daniel Luque
Segunda cita de la temporada taurina en El Puerto y primer festejo mayor de los tres consecutivos programados, en los que, según imponen los nuevos usos que ya adquieren rango de costumbre, predomina la penumbra, el inminente anochecer y la oscuridad. El único espectáculo donde se venden astronómicamente el sol y la sombra parece atribulado en estas calendas por un permanente eclipse. Corridas seminocturnas con inicio a las ocho de la tarde en las que enseguida se multiplican las sombras, el cielo catafalco exige luz artificial y la fiesta queda privada de la belleza del sol con todos sus matices cromáticos. Y no sólo es luz lo que falta, también es el color. Matadores y banderilleros aparecen ataviados con corbata negra, casi nadie adorna su vestido con variados colores en fajas y corbatines. Aburrida, fea, extraña moda, pues más que a la fiesta de los toros, los toreros parece que acudieran a la penosa solmenidad de un tanatorio.
Con un impoluto terno grana y la consabida corbata negra, mientras un brochazo dorado del sol claudicante de poniente embellecía aún una parte del tendido, El Juli recibió a “Pianista” , un castaño chorreado en verdugo que acometió con templanza y reiterada distracción a su capote. Acrecentó su condició de manso en la única y breve vara que tomó para después bajar la cara y profundizar sus embestidas en un poderoso quite por verónicas, con las que El Juli dejó constancia de su calidad capotera. Genuflexo y dominador, el madrileño inició el trasteo obligando a la res para encelarla en su franela. Conseguido su propósito, la pasó por ambos pitones con muletazos de mano baja y trazo largo, hasta el punto de construir una faena que conectó en todo momento con el respetable. Un pinchazo y una estocada entera pusieron certero broche a este primer acto. Perdió las manos con lastimosa asiduidad el segundo de la suelta en el recibo capotero de Daniel Luque , quien mostró un repertorio variado de lances en el que destacaron bellas medias y floridas tijerillas. Quitó después con templadas verónicas y, tras un lucido tercio de banderilllas, asió la pañosa para alternar ayudados por alto y por bajo para hacerse con una embestida que se advertía algo incierta y claudicante. Toreo en redondo preliminar para acortar terrenos con premura y proceder al ejercicio de la tauromaquia de cercanías. No existió, pues, excesiva profundidad pero sí mucho alarde de valor ante un toro tan noble como ayuno de motor y de transmisión. Una estocada hasta la bola pero algo trasera puso fin a una labor que fue premiada con un generoso doble trofeo.
El tercero de la tarde fue devuelto por su ostentosa invalidez y en su lugar salió un astado con casi seis años de edad que acometía a media altura y corto recorrido. No parecía el toro ideal para el debut de Juan Ortega en El Puerto . Recibió el animal un gran puyazo de Manuel Burgos, apretó en banderillas y arribó al último tercio con la inerrogante abierta de su comportamiento. Pronto desvelaría incógnitas al mostrar incómoda brusquedad y evidente violencia en sus embestidas. A pesar de ello, No perdería la compostura el sevillano, quien aguantó aviesas miradas, lo trasteó con decoro y hasta se lució con la templanza expresa de muletazos aislados. Finiquitó a su oponente con una estocada defectuosa de baja colocación.
No mostró celo alguno el cuarto de la tarde ante la capa de El Juli, con la cara por las nubes a las salidas de las suertes, pendiente siempre de buscar la huida, el presagio de su juego en absoluto se presumía halagüeño. Agoreros síntomas que obtuvieron áspera confirmación cuando el madrileño tomó la muleta: tornillazos, cabeceos, genio, reponiendo con presteza… todo un compendio de inccomodidades a las que El Juli plantó cara con torera gallardía y desahogada solvencia. Pasaportó al complicado ejemplar con habilidosa estocada en los bajos. Tampoco el quinto constituiría un dechado de bravura ni de boyantía, antes al contrario su palmaria mansedumbre empezaría a enfadar incluso al bonancible público portuense. Un gran puyazo de El Patilla ahormó en parte la destemplada embestida del de Garcigrande, que también exigió en el tercio rehiletero y llegó al último con nulas opciones de lucimiento. Pero a base de valor sereno, aguantar mucho y con medios pases sucesivos, Daniel Luque lograría embarcarlo y hacerlo repetir en una encomiable porfía de la que el diestro resultaría rotundo ganador. Meritoria labor que refrendaría con un pinchazo y una estocada caída. Y para cerrar plaza irrumpió en el amplio ruedo portuense otro desrazado ejemplar del hierro titular que volvió a dejar inédito a Juan Ortega en su expresión capotera. Cobró dos severos puyazos pero aún así no parecía entregarse en sus cortas acometidas ni mostraba excesivo interés en la persecución de los engaños. Pero Ortega advirtió su fondo de bondad e inició el trasteo con bellísimos trincherazos y con la plasticidad extrema de una cadencia íntima y personal. Derechazos hondos, pulcros pases de pecho, naturales dibujados...un goteo de excelsitudes que golpeaba como pinceladas de gran toreo. No hubo continuidad ni la debida extensión por la condición ya afligida de su oponente pero el regusto del verdaero arte de la tauromaquia quedó patente, al fin, en la arena centenaria. Como digno colofón, abrocharía su actuación con una gran y fulminante estocada.