Toros

Morante se estrella ante el imposible juego de toros de Prieto de la Cal en El Puerto

Tarde de lleno absoluto en el aforo permitido en el coso pero de gran decepción por el resultado

El diestro sevillano se encerró en El Puerto con seis toros de Prieto de la Cal Paco Martín

Pepe Reyes

El motivo íntimo y emotivo que explica la tauromaquia, el concepto maravillosamente absurdo que la sustenta y la hace atemporal consiste en enfrentarse solemnemente a un animal tan descomunal como es el toro sin necesidad ninguna de hacerlo. Sólo un irreprimible ánimo de grandeza puede explicar tan particular hazaña. Y sólo así se puede explicar el inaudito arrebato que hubieron de experimentar las particulares cogitaciones de una máxima figura del toreo como Morante de La Puebla para decidir encerrarse con seis pupilos veragüeños de Prieto de la Cal . Porque decir Veragua retumba a tauromaquia añeja, evoca a remota lidia de los albores del siglo XX, a toros duros, recios, ásperos y encastados, a un tronco de sangre brava que la deriva tomada por la fiesta en los últimos ochenta años ha extinguido. Salvo esta reliquia fosilizada en jabonero que pasta en campos onubenses y que hoy, como un daguerrotipo ajado, palpita revivido en el albero portuense. Sólo con anunciarse como único espada ante estos seis toros, el torero de La Puebla, que vive el momento culminante de su ya brillante trayectoria, da toda una lección de gallardía torera y muestra que recuperar el pasado no es sólo imitar suertes y adornos en desuso sino saber enfrenarse a toros de otras calendas. Para tan señalada ocasión, Morante pasaba el ruedo con un luminoso terno de estreno celeste y oro con corbatín y faja azules , y hubo de desmonterarse tras el paseíllo ante la atronadora ovación de un agradecido público que así reconocía tan tamaño gesto, tan tremenda gesta del sevillano.

Jabonero claro, badanudo, hondo y cuajado, el toro que abría plaza quedó corto bajo la capa de Morante y se coló con peligro manifiesto en la lidia del peonaje. Tomó dos varas sin excesivo ímpetu y el tercio de banderillas constituyó todo un suplicio para la brega capotera. De imprevisibles acometidas , sorprendió con aviesas intenciones a Morante, quien, ante tan evidente adversidad, montaría raudo la espada para cobrar una gran estocada. de la que el toro, de gran dureza y resistencia, tardó en caer. Como el anterior, el segundo de la suelta embestía con rectitud y violencia sin atender a los toques del matador, y cuando éste quiso estirarse a la verónica recibiría una colada escalofriante y seca. Quiso intentarlo despúes con un quite lucido pero el animal además de humillación carecía del celo y la repetición requiridas. Tres varas en todo lo alto recibió este ejemplar de raza vazqueña que, franco en banderillas, permitió que la cuadrilla se luciera en un tercio rehiletero fabuloso. Unos pases por bajo iniciales hicieron rugir los primeros olés al centenario coso . Pero todo constituiría un total espejismo, pues el toro dio ya por terminado el exiguo capítulo de sus embestidas y sólo se dedicaría a buscar al torero detras de la muleta. Advertido Morante, se deshizo con presteza de tan incómodo enemigo al segundo intento. El bonito ejemplar que hizo tercero salió con mucho brío y bastantes pies de chiqueros y la inercia de sus primeras acometidas permitió al diestro sevillano estirarse con garbo en algunas verónicas de recibo. Cuya ejecución y trazo fueron jaleados por un respetable abiertamente ávido de brillanteces hurtadas. Otras tres varas con fuerza recibiría este de Prieto de la Cal, de las que salió con las fuerzas y la locomoción algo disminuidas. Un excesivo castigo que talves contribuyera a que no regalara al matador ni un solo pase de muleta. El toro no pasaba y su movimiento era mínimo . Sabíamos que la legendaria sangre vazqueña solía dejar todo su ímpetu en el primer tercio pero no creíamos que llegara a tal extremo de literalidad. Hábil de nuevo con el acero, Morante utilizó dos golpes para dar muerte al animal.

El cuarto, único toro negro del encierro, permitió a Morante esbozar el toreo quieto a la verónica y permitió después al sobresaliente, Álvaro de la Calle que llevara al burel al caballo en airoso galleo. Perdería las manos con reiteración este ejemplar y tras el tercio de varas ocurrió lo que ya era costumbre a esas horas de festejo, se paró por completo y Morante, casi sin probaturas, montó la espada para despachar a su oponente de una certera estocada. Salió el quinto con un comportamiento similar a sus hermanos y, sin motivo aparente alguno, el presidente decidió devolverlo al corral . Ante el asombro y estupor del aficionado. En su lugar salió u n sobrero de Parladé , ya de la habitual casta Vistahermosa y ya con la habitual nobleza que hoy se acostumbra. Morante se lució en cadenciosas verónicas y el toro, tras una leve vara, se dedicó a perder las manos con asiduidad , evidenciando, ahora sí, expresos motivos para una devolución que el usía no advirtió. Al menos sirvió para que Morante pudiera al fin esbozar algunos pases de muleta, pero el toro carecía de transmisión, de fuerzas y de poder. Hasta el punto de que se echó, claudicante, cuando el de La Puebla fue a buscar el estoque. Asido éste, acabaría con este inopinado sobrero con la solvencia que acostumbró toda la tarde. El que cerraba plaza fue todo un resumido compendio de actitudes precedentes, agraviado con una manifiesta falta de fuerza que, esta vez, el palco no advirtió. El toro se derrumbaba con estrépito y hasta cayó a la arena en absoluta costalada . Insulso y con la cara alta, arribó al último tercio en el que Morante intentó por enésima y definitiva vez extraer pases de lo imposible. Al menos, en esta ocasión, el enemigo estaba tan disminuido que no ofrecíó peligro. Finiquitado por el espada sevillano, quedó en el ambiente la sensación de una tarde frustrada en resultados por la enorme expectación generada . En los toros, sobre todo en los antiguos, el juego que puedan ofrecer es algo imprevisible.

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