El barrio de Loreto de Cádiz tiene más habitantes que la mitad de los pueblos de la provincia. Vejer entero se podría realojar en sus bloques. Allí se calcula que viven unos 13.500 vecinos. Gaditanos del Loreto.
Porque así se conocen y se reconocen. «Yo a ti te conozco del Loreto». «Claro. Y tú parabas en los banquitos de los Pijamas». Porque Loreto, como sus propios vecinos cuentan, «es un poco pueblo».
No hay «loretano» que se precie que no se haya tomado algo en el Bar Canuto o en el Munich; que no haya conocido al Montaditos cuando era el Botella; que no temiera pasar por la puerta de Don Ginés, el practicante del barrio; que no se haya parado delante del escaparate de Modas Diusan; que no hiciera la compra del mes en el Súper Cádiz; que no haya resuelto un desavío en los almacenes de Marcelino o de Ramón; o que no haya aprendido a convivir, como parte del paisaje del barrio, con el Pollo, el Gino o el Camaleón.
No hace falta salir del barrio para satisfacer las necesidades del día a día. Tienen casi de todo, aunque durante varios días les ha faltado lo más esencial: el agua.
Movilizaciones
Y si hay casi de todo en Loreto es porque el barrio lo ha luchado durante más de cuarenta años. Los mayores del lugar, hoy reunidos a la sombra de las sábanas que cuelgan de árboles y farolas en la plaza Virgen de Loreto, con leyendas que claman por la dignidad de un barrio que se ha mojado hasta que las tuberías se lo han impedido, recuerdan las movilizaciones de principios de los 80.
«Miles de personas, desde aquí hasta el Ayuntamiento. Carlos Díaz no sabía dónde meterse cuando nos veía llegar», recuerdan. Lo que pedían entonces era un sistema de alcantarillado. «Cuando yo llegué aquí en el año 75 en cuanto caían dos gotas ya estaba el barrio inundado. Entonces nos sobraba el agua por todos lados, todo lo contrario que ahora», cuenta un vecino.
El barrio acababa de nacer entonces. Desordenado, como ahora, con bloques que nunca respetaron las alturas establecidas en el Plan de Ordenación Urbana del momento, pero que contaron con todos los parabienes del Ayuntamiento de Cádiz para construirse.
Un desorden que se ha ido ordenando con mucho esfuerzo. Han sido años de lucha intensa en este barrio obrero. Antes de trabajadores de la industria aeronáutica, de los astilleros, de la automoción. Ahora de muchos jubilados que tienen que mantener a sus hijos y a las familias de estos.
Crisis del agua
Quizá por ese pasado marcado por la lucha social cuesta trabajo entender la poca movilización que ha habido en estos días a raíz de los cortes de agua. En las manifestaciones y protestas se han visto casi siempre las mismas caras. Muchas que ni siquiera son del barrio.
Pero el grueso de Loreto ha vivido esta «tragedia» en silencio. Quizá han entendido que no se podía hacer más que esperar. Tal vez ya faltan fuerzas para sentarse en medio de una avenida y luego levantarse para ir a protestar a las puertas de una administración pública.
Sea como sea, los vecinos de Loreto han demostrado una paciencia y un civismo dignos de todo elogio. Demasiada pasividad para algunos que veían en Cádiz más razones que en Burgos para montar una revuelta ciudadana como la de Gamonal.
El caso es, dicen algunos de los afectados, que llevan toda la vida en el barrio, que «aquí nos hemos movilizado cuando había motivo». Así consiguieron que les asfaltaran las calles, un centro de salud –inaugurado en 2 de mayo de 1996–, un colegio –el Fermín Salvochea, inaugurado el 28 de enero de 1986 por el entonces presidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla–, una nueva plaza, la reforma de la que había, hasta una iglesia, «y eso nos costó pelearnos con el Obispado, que nos la quería poner en mitad de la plaza, que era el único sitio donde podían jugar nuestros hijos. Fíjate si aquí no nos casamos con nadie».
Y es que Loreto, conservando su alma de pueblo capitalino, ha cambiado. En todos los sentidos. Atrás quedan los años en que el barrio fue un referente del movimiento vecinal. En los últimos cuarenta años han dirigido la cotidianidad de los vecinos auténticos referentes de la sociedad gaditana, algunos incluso de la política local y regional.
Luis Pizarro fue el primer presidente de la asociación de vecinos. Luego llegaron Fernando Utrera, Pedro Jiménez, Luis Monroy, Victoriano Osuna.
Y por último dos de los protagonistas de estos días: Rosa Guzmán y José Aragón. Colaboradores en un momento dado y enfrentados a raíz de la ‘crisis del agua’.
Todos ellos han luchado al frente de un barrio que casi siempre ha sido agradecido y se ha implicado. Por eso lograron sus nuevas pistas deportivas, en las que más de 250 niños y jóvenes del barrio participan en diversas actividades, ganarle terreno al antiguo suelo de la industria aeronáutica y construir su nueva gran plaza, la del Campo de la Aviación.
Echaron del barrio –aunque quedan resquicios– al círculo de la droga que, como en el resto de la ciudad, se hizo fuerte en Loreto en los 80 y los 90. Y siempre caminando de la mano de dos barrios hermanos como son el Cerro del Moro y Puntales. Durante años ni se vieron, pero el soterramiento los unió, a ellos y al resto de una ciudad que vivía dividida.
Se tiraron las pasarelas por las que obligatoriamente había que pasar para ir a la avenida, a la playa y a casi cualquier sitio; los muros que separaban el barrio de la zona industrial; las verjas que hacían del actual Patio de la Fuente, lo que en Loreto sigue siendo para muchos «la INI», un mundo aparte en el que los niños se colaban en busca de aventuras.
Loreto se abrió, pero nunca perdió su esencia. La del barrio obrero en el que todos se conocen, en el que la mayoría es solidaria, en el que siempre, hasta ahora, se ha ido «todos a una». Por eso llama la atención la división entre los vecinos que ha provocado la tensión por la falta de agua, probablemente desviando la ira de quien realmente la merecía.