Los 88 peldaños de la gente feliz

Peldaño 27: La «gente tóxica» no existe y esto explica por qué

En este nuevo episodio de «Los 88 peldaños de la gente feliz» te invito a que descubras por qué nos equivocamos cuando hacemos referencia a la supuesta toxicidad de las personas

Podemos ser tan tóxicos como maravillosos, según explica Anxo Pérez,
Anxo Pérez

Anxo Pérez

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Lo que estoy a punto de contarte es impopular. Si quisiera anotarme tantos igual que un delantero anota goles, entonces te diría una frase mucho más popular y extendida: «Ten cuidado con la gente tóxica ». O mejor: «Tenemos que apartarnos de la gente tóxica para que no nos contaminen». Lo siento. No seré yo el que las diga.

Sé que al leer el título de este «Peldaño» te ha dado un poco de pena. Bueno, vale. A ti no, porque tú eres la excepción, pero al resto de lectores, sí. ¿Y sabes por qué les ha dado pena? Porque demonizar da placer, y si decimos que la gente tóxica no existe, entonces no puede ser demonizada. ¿Es macabro lo del placer? Sí, pero la gente no piensa en lo macabro que es, sino en el gusto que da. Les dio pena porque da gusto usar un tono de denuncia con el que clasificamos a alguien de «persona tóxica» para luego sentirnos todos llenos de justificación en ponerle una cruz, a ser posible con el apoyo de un grupo, ya que, si hay un grupo detrás, la demonización parece más legítima. Mala suerte. No se puede. Y ahora verás por qué.

Nadie tiene el derecho a etiquetar a un ser humano. Si su personalidad representa un mundo, la etiqueta representa un átomo.

Anxo Pérez

La empresa 'Chismes' es una empresa de unos trescientos empleados que fabrica y vende calzado. José, uno de los gerentes de cuentas, es una persona con numerosas virtudes y un pequeño defecto: tiene el hábito de cotillear, y disfruta mucho jugando el papel de «salvador» de los nuevos empleados recién incorporados a la empresa, dando el parte de quién es, según él, la buena y mala gente dentro de la compañía. Es dado a encontrar un par de episodios negativos que extraer del comportamiento de un compañero de trabajo con el que dictaminar su sentencia: «No te acerques a Fulanito. Es una persona tóxica».

Un día, José se encontraba en el almacén que se sitúa en la planta de arriba haciendo un inventario de zapatos de la temporada anterior. El lugar del almacén en el que se hallaba era la zona directamente superior a la cocina, y a través de una rejilla oyó cómo el grupo formado por sus compañeros habituales de cotilleo empezó a dar rienda suelta a cada una de sus lenguas y dictar la misma sentencia que él solía dictaminar: «Es tóxico».

Justo cuando estaba pensando «en breve me sumo», su rostro se congeló. Todo su cuerpo se quedó de piedra al escuchar su nombre y darse cuenta de que esta vez la víctima no era un tercero. Era él.

«¿Tóxico? ¿Yo? ¿Cómo es posible?», pensó para sí mismo. «Hay mil motivos por los que eso es falso: he invitado a comer de forma desinteresada a cada uno de ellos, soy un padre que adora a sus hijos, lloré cuando dieron un premio a varios de mis compañeros, cedí una parte de mi salario para la operación de la hija de una de las administrativas, dono dinero a cuatro organizaciones benéficas...». Su mente encontró al menos 30 motivos por los que él NO era una persona tóxica.

¿Eran falsos? No. Eran todos ciertos.

¿Por qué entonces se atrevieron a concluir algo tan categórico sobre él? Porque eran desconocedores de una píldora de sabiduría, la misma que ese día José dejó de desconocer. Gracias a esa píldora, a partir de ese instante, José ya nunca más volvió a categorizar a nadie ni con la etiqueta de «tóxico» ni con ninguna otra.

¿Te gustaría conocer esa píldora? Prepárate.

Cuando José escuchó a sus compañeros decir de él lo que él en numerosas ocasiones había dicho de otros, todo su cuerpo se vio envuelto por una sensación repulsiva y desagradable causada no sólo por el rechazo de sus colegas de trabajo, sino por el sesgo de sus conclusiones. Le carcomía el dolor y, sobre todo, la sensación de injusticia. Sin embargo, lo que al principio era la mayor pesadilla, acabó convirtiéndose en la mayor bendición. Lo que José aprendió ese día, y que le hizo no volver a «clasificar» a las personas, fue que, cuando juzgas a las personas como tóxicas o no tóxicas, deseables o no deseables, bien nacidas o mal nacidas o en definitiva, como personas sólo buenas o sólo malas, estás cometiendo un enorme error: el error de juzgar con una escala binaria — es decir, de dos posiciones— el enorme rango de actitudes y comportamientos del ser humano que incluye posiciones infinitas. Es como juzgar un arcoíris a través de un televisor en blanco y negro. El televisor tan sólo te da la opción blanca y la opción negra, pero el arcoíris se compone de muchas más. Igual que ese televisor nunca hará justicia a ese arcoíris, esa etiqueta nunca hará justicia a las miles de virtudes de esa persona.

Ese día, José tragó su propia medicina igual que un fumador traga su propia ceniza... y dejó de «fumar». Entendió algo de vital importancia: que el motivo por el que la gente tóxica no existe es porque.. . Todos somos personas tóxicas en algunos momentos y al mismo tiempo, todos somos personas maravillosas en otros . Éste es el motivo por el que ningún ser humano está en posición de demonizar a otro. Gracias a haberse visto en la piel del que es demonizado, José aprendió que...

#88PeldañosGenteFeliz

«Invalidar a una persona por un terrible error es como cerrar todas las escuelas por un terrible maestro».

@Anxo

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